Entre las promesas más esperanzadoras que nos hace Dios a sus hijos está la de no dejarnos nunca solos en las tribulaciones. Notemos que el Señor nunca nos promete evitarlas. Y esto, por una sencilla razón, que es la de su respeto reverencial a nuestra libertad, la que nos regaló Él mismo amorosamente cuando nos creó y nos hizo a su imagen y semejanza. La libertad es uno de los misterios más profundos con los que podemos encontrarnos, pues denota por un lado nuestra grandeza al hacernos similares a nuestro Creador, y por otro, el inmenso riesgo de que la usemos mal y sirva por el contrario para alejarnos de Él y ponernos en su contra. Si la usamos correctamente nos convertiremos en los hombres más felices y afortunados, pues estaremos siempre unidos a nuestro origen, disfrutando de todos los beneficios que derrama sobre nosotros, caminando unidos a los hermanos como una verdadera familia hacia la meta de la vida eterna de amor junto a nuestro Padre. Por el contrario, si la usamos mal, llegaremos a ser los hombres menos afortunados, pues perderemos la conexión con la causa de nuestra vida y de nuestra felicidad, dejaremos a un lado las razones para el auténtico gozo, nos dejaremos invadir por el egoísmo y la vanidad, lo que nos hará convertir a los nuestros en enemigos contra los cuales tendremos que luchar para prevalecer sobre ellos. La libertad es, de esta manera, nuestro gran tesoro, pero si lo permitimos, puede llegar a convertirse en nuestro más pesado lastre. Sin duda, el bien finalmente reinará. Pero el periplo para la llegada a esa meta requerirá de cada uno que asuma su compromiso de crecer en su propia libertad, la auténtica, la que hará que seamos más hombres en la presencia de Dios. No obstante, es una realidad que el mal también estará siempre presente, pues no dejarán de existir quienes se pongan a su servicio y pasen a formar parte del ejército del demonio, buscando el mal del hombre con el fin de herir al amor de Dios. Pero en esa diatriba entre el bien y el mal nos encontramos con la promesa de Dios. Él nos ha creado libres para el bien, no para el mal. Por lo tanto, en esa batalla entre el bien y el mal, estará siempre del lado del bien, y será el apoyo, la fortaleza, el alivio y el consuelo para quien lo necesita. Su presencia en el mundo, poniéndose como es natural siempre del lado del bien, es una promesa suya que no dejará de cumplir.
No se trata de una promesa mágica, en la que Dios sería una especie de talismán contra el mal. Las acciones de Dios nos son mágicas. Están basadas en el amor que ha creado, que sostiene, que es providente, que alivia y que consuela. Consciente de la existencia del mal, tiende su mano a quien lo sufre. No lo evita, pues no puede hacerlo, ya que es parte del riesgo que corrió al habernos creado libres. Los que se decidan por el mal buscarán siempre hacer el mal, particularmente a los que se han decidido por el bien. Aunque sea difícil comprenderlo, el sufrimiento es una ocasión para la manifestación del amor de Dios por nosotros y de su poder. Convencidos de esto, nuestra reacción ante el mal nunca debe ser pensar que Dios nos ha abandonado y que es injusto cuando permite que el mal se enseñoree, sino que con humildad debemos acercarnos más confiadamente a Él, pues es la única base sólida que nos queda para seguir viviendo con la esperanza de su amor y de su salvación. El dolor, en este caso, debe ser para nosotros un gran pedagogo, que nos indica el camino para la confianza extrema en el amor de Dios y para la esperanza de que Él nos está sosteniendo en el momento malo: "En aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. Y se postró en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo: '¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro. Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación'". El mal, con todo su poder, nunca podrá vencer al bien. Y los hombres que nos abandonamos en el amor de Dios, aun en medio de nuestro sufrimiento por los embates del mal, tenemos su mano tendida para convertirse en nuestro refugio y en nuestra fortaleza.
El Señor nunca dejará de estar a nuestro lado. Aun cuando en ocasiones tenemos la sensación de estar solos, de que hemos sido abandonados por Dios en nuestro dolor, de que debemos enfrentarnos con nuestras solas fuerzas al mal, esa no es la realidad. El mal tendrá sus victorias, pero la victoria final será la del bien, es decir, la de Dios. No puede ser derrotado quien es el Todopoderoso, de quien depende la existencia de todo. Nuestro sufrimiento, en todo caso, puede tener su explicación en la necesidad de purificar nuestros pecados, de ofrecer nuestros dolores por quien está sufriendo, o por aquellos que necesitan más de la fuerza de la Gracia divina para luchar. Los fuertes se ofrecen por los débiles. Incluso al mal le podemos sacar provecho y dar el giro positivo. ¡Cuántos no se han salvado gracias al ofrecimiento de un anónimo de sus dolores y sufrimientos! El primero que lo hizo fue el mismo Jesús. Es nuestro modelo. Por eso, para que nos asentemos mejor en la convicción de que no estamos solos, el mismo Jesús nos invita a vivir en la confianza en Dios y en la esperanza de su acción a nuestro favor: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas". Dios es el origen de todo. El bien viene de Él y está en el mundo. Estamos llamados a servirle y a confiar en la presencia y en el auxilio divino en medio de cualquiera de las circunstancias que podemos vivir, pues Él mismo ha prometido estar allí para nosotros.
Te pedimos Señor que nos hagas entender la eficacia total de la oración y la ley de la caridad😌
ResponderBorrarGracias Señor por todo lo bueno y todo lo malo que has permitido en mi vida...🙏🛐
ResponderBorrarLas acciones de Dios están basadas en el amor que sostiene, alivia y consuela al que sufre y tan consciente está de que el mal existe, que tiende la mano al que suplique por ayuda porque todos somos sus hijos.
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