El sacerdocio es un servicio antiquísimo que se estableció en el pueblo de Israel para el ejercicio de las funciones sagradas, aquellas que se referían al contacto directo con Yhavé. El sacerdote era, en este sentido, el que hacía el puente entre Dios y los hombres. De alguna manera su presencia en el pueblo aseguraba también la presencia de Dios, por cuanto con su relación litúrgica y mediante sus acciones, se hacía posible mantener esa relación que el pueblo quería establecer con su Dios. La palabra "sacerdote" etimológicamente significa "el que oficia lo sagrado", es decir, "el que realiza funciones sagradas". Por lo sublime que significaba ser aquel personaje que tenía contacto con lo sagrado, con todo lo que se refería a Dios, él mismo pasó a ser considerado sagrado, por cuanto su contacto con Dios le exigía el mantenerse en la santidad y en la transparencia de vida delante de Él. Por ello, más tardíamente, se fue aplicando un significado extra a esa palabra, centrándola más en la condición personal del sujeto que en la función. Evidentemente no pertenece al significado original de la palabra, que se remonta a una antigüedad profunda, sino a algo que fue luego considerado y añadido como significación posterior. El sacerdote, de esta manera, sería "un don sagrado", lo cual se podía entender de dos maneras. La primera, alguien dotado de poderes sagrados, y la segunda, un regalo para el pueblo que viene desde lo sagrado de Dios. Aun cuando los lingüistas rechazan esta segunda oleada de significación, pues afirman con razón que no se puede aplicar un significado posterior a una palabra que tiene un origen muy anterior al significado que se le quiere endosar, ciertamente en las consideraciones espirituales que se pueden hacer, esos significados son de una incalculable riqueza por cuanto refieren una realidad que es inobjetable y que apunta a colocar unas exigencias mayores en una respuesta esperada del pueblo al que sirve ese sacerdote y en el mismo sacerdote. Esa acepción requeriría del pueblo una recepción reverente de la figura del sacerdote como miembro privilegiado de su sociedad, en cuanto es un regalo que ha surgido desde el corazón amoroso de Dios para ellos con la finalidad de asegurar el puente de unión que mantenga una relación amorosa y estrecha entre ambos, el pueblo y Dios, lo que hace posible el sacerdote, por estar dotado de poderes sagrados. Pero acentúa también un sentido de compromiso mayor en el mismo sacerdote, por cuanto debe asumir en su propia condición la responsabilidad a la que lo llama el ser el "representante" de Dios en medio de ese pueblo, por lo cual debe transparentar en su persona la santidad y la pureza de la que es representante.
Un acento indeseable de estas consideraciones sería el de colocar al sacerdote fuera del ámbito de la comunidad, por cuanto su función y su condición de sagrado lo elevarían a alturas inalcanzables. El sacerdote, así, sería un ser casi divino, al que habría que rendirle pleitesía llegando a considerarlo casi por encima de lo humano. En el caso del sacerdocio del Nuevo Testamento, ciertamente el sacerdote, por la recepción del sacramento del Orden Sacerdotal, es enriquecido con una condición sacramental única, que le da poder para ser administrador de la gracia en la Iglesia, para anunciar a todos la noticia clamorosa de la salvación y para el servicio fraterno y amoroso a los hermanos a los que es enviado, pero en mayor intensidad y con una mayor influencia en su ser profundo, es hecho para representar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, en medio de la comunidad, para ser imagen de ese Buen Pastor que conduce a las ovejas y las defiende y que es capaz de entregar su vida por ellas si es lo requerido. Al igual que Cristo, el sacerdote debe estar consciente de que ya no se pertenece a sí mismo, sino que ha sido "expropiado" como bien de la comunidad, y que por lo tanto, ya no son sus intereses personales los que mandan, sino los intereses de aquellos a los que es enviado a servir. Es un servidor público que toma la forma de Cristo y hace lo mismo que hace Cristo. No puede ser infiel a esa tarea y a esa esencia a la que es convocado y a la que él ha respondido libre y voluntariamente de manera afirmativa. A pesar de que mantenga su individualidad personal, coloca todas sus peculiaridades al servicio de Dios y al servicio del amor a los demás a los que debe amar con corazón indiviso y total. Así lo entendió Jesús, que hubiera preferido personalmente no pasar por el cáliz que debía beber, pero que al asumir su condición sacerdotal, asume también todas sus consecuencias: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú". Es la asunción total del sacerdocio, del servicio sagrado, del ser puente de la gracia para los hombres. No puede estar por encima el interés personal que el de Dios y el de la tarea que tiene encomendada. Es desleal no asumirlo así. Es desleal un sacerdocio que se sirve a sí mismo, que se aprovecha de todos para el interés personal, que cierra los ojos a las necesidades de los hermanos, principalmente de los más necesitados, que no considera su entrega total como una exigencia de su ser sacerdotal, que se niega al servicio amoroso con corazón indiviso y sin preferencias. Es hermoso, sin duda, contemplar al sacerdote que sabe que su ser ya no es suyo, que lo ha colocado todo en las manos de Dios y de los hermanos, que quiere hacer verano aunque él sea la única golondrina, que quiere servir a la Iglesia fielmente para hacer de ella refugio para todos en el amor y con la que se puede contar indefectiblemente.
En efecto, el sacerdote no se reserva nada para sí delante de Dios ni de los hermanos. Lo ofrece todo, aun en sacrificio agradable a Dios, porque lo ama a Él y a los hermanos más que a sí mismo. Hace lo que hizo Abraham, requerido por Dios, cuando estuvo bien dispuesto a ofrecer en sacrificio a su único hijo amado, regalo de Dios en su ancianidad: "Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo". Abraham es la figura de Dios Padre que no se reserva ni siquiera a su Hijo único, con tal de favorecer a los hombres. Pero es también figura del Hijo que es capaz de sacrificarlo todo, incluso su propia vida, por amor al Padre y a sus hermanos los hombres. Por ello, en este sacrificio agradable a Dios, el sacerdote será siempre bendecido:"Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa". Los descendientes del sacerdote serán todos y cada uno de los fieles a los que servirá con amor, en los cuales imprimirá sus genes espirituales de amor y de servicio y a los cuales regalará en herencia la vida eterna que les imprime con su servicio de amor. Insistirá hasta la muerte en llevar a la presencia de Dios a cada uno de los que son colocados en sus manos sacerdotales, mediante su propio testimonio y la obra de amor que surge de su corazón consciente de ser instrumento de salvación para los demás: "Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Entiende que en esa tarea no puede darse descanso, pues nada más y nada menos que el mismo Dios, el mismo Jesús, le ha confiado esa tarea y ha dejado en sus manos esa responsabilidad. Ciertamente Jesús se ocupará personalmente de sus hermanos de manera misteriosa, si llegara a fallar el sacerdote. Pero de manera ordinaria, contando con la fidelidad de sus sacerdotes, estos serán ese instrumento que utilizará para su obra de amor. No existe tarea más sublime que esta de ser guía y servidor para la salvación de los hermanos. El saber que es acompañante en la vida ordinaria de cada miembro de la comunidad a la que sirve, indicándole a cada uno la ruta de la salvación, procurando para ellos la vida de la gracia que le quiere regalar Jesús, desde el bautismo que es el nacimiento a la vida divina hasta la unción de enfermos que puede ser la preparación para la entrada en la gloria, pasando por cada uno de los momentos importantes de la vida familiar y social, impregnando de la presencia de Dios y de su amor cada uno de esos pasos, es la felicidad del sacerdote. No es el obtener un gran prestigio, un gran nombre, un gran poder, una gran riqueza, una gran compensación material, lo que lo debe mover. Es el ver con satisfacción que aquellos a los que sirve como sacerdote están cerca de Dios y reciben su amor, y se mantienen en esa cercanía gracias a su labor y a su testimonio de servicio en el amor. Es el ser imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
De la reflexión se desprende que Dios con su sacrificio en la cruz nos ha salvado y nos llama a formar parte de su iglesia por lo tanto nuestra vida es sacerdotal al igual que los sarcedotes públicos que han jurado sacrificar su vida por amor a Dios y a sus hermanos, unidos a ellos debemos convertirnos en una completa oración para adorar al Padre. Amen
ResponderBorrarDe la reflexión se desprende que Dios con su sacrificio en la cruz nos ha salvado y nos llama a formar parte de su iglesia por lo tanto nuestra vida es sacerdotal al igual que los sarcedotes públicos que han jurado sacrificar su vida por amor a Dios y a sus hermanos, unidos a ellos debemos convertirnos en una completa oración para adorar al Padre. Amen
ResponderBorrar