martes, 9 de junio de 2020

Dar sabor, iluminación y calor a un mundo insípido, oscuro y frío

Catholic.net - Ustedes son la luz del mundo y sal de la tierra

Ser sal y luz en el mundo. Esa es la tarea que describe Jesús como correspondiente a cada cristiano que quiera devenir en buen discípulo suyo. La sal da sabor y la luz ilumina. Cada uno de los seguidores de Jesús debe llevar en sí el sabor de Dios para que los hermanos lo disfruten también, y la luz para que no caminen en tinieblas ni sufran de un frío paralizante. El mundo ha quedado desabrido desde que el pecado excluyó a Dios que con su amor y su gracia lo llenaba todo de un sabor exquisito. No hay sabor mejor que el que da lo que se hace con amor. La sabiduría popular siempre ha afirmado que la comida más sabrosa es la que lleva como ingrediente principal el amor. Es lo que ha hecho Dios con el hombre: le ha preparado un mundo en el que ha colocado al amor como el ingrediente mágico por el que absolutamente toda la realidad que viva en él tendrá un sabor insuperable. Podrán venir momentos malos, dolores, enfermedades, tristezas, pero si se está consciente de que en todo eso nunca deja de estar presente el amor con el que el Señor bendice al hombre, todo será llevadero. "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré", dice Jesús. Ese alivio es el que produce el amor, que es el ingrediente principal que vino Jesús a restituir en el mundo y que se había hecho ausente desde que el hombre decidió echarlo por su soberbia, dejando lo desabrido como la característica principal de un camino sin metas claras ni ilusiones que entusiasmen. Jesús es quien viene a ocupar el lugar de esa sal que faltaba para darle sabor al mundo aburrido, insípido, sin metas altas. El mundo, además, ha quedado a oscuras y frío desde que por el pecado el hombre decidió embarcarse hacia un abismo en el que la luz no podía llegar. En ese abismo profundo ni la luz ni el calor llegan, a pesar de que siguen ahí. No es Dios el que ha decidido estar ausente. Ha sido decisión del hombre que ha tomado la determinación de alejarse de aquel que le daba la iluminación que necesitaba y el calor que le hacía aceptable la vida en medio del frío absoluto del mundo. Esa luz de Dios ilumina el camino, dejando claro hacia dónde se deben dirigir los pasos, y da el calor necesario en medio del invierno continuo en el que el mundo se empeña en embarcar al hombre. Jesús mismo dijo: "Yo soy la luz del mundo". Desde el mismo principio de su existencia humana su lucha fue contra la oscuridad y contra el frío, haciendo que en todo refulgiese su luz y se sintiese su calor. "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz", recuerda el Evangelio haciendo referencia a la profecía de Isaías. Jesús es el sabor de Dios y su luz en medio de un mundo desabrido, oscuro y frío.

Los hombres, sin duda, necesitan del sabor de Dios y de su luz. Algunos se han alejado de Él por decisión propia y por ello viven en la insipidez y en la oscuridad y el frío voluntariamente. Quizá nunca han probado ese sabor de Dios y nunca se han dejado iluminar y calentar por su luz. Algunos nunca lo echarán en falta. Pero seguramente la inmensa mayoría sí sentirá un vacío en su vida, aun cuando no sepan explicar qué es lo que echan en falta. Lo extrañarán porque Dios, además de ser el Creador de todo, ha impreso en todos los hombres la sed de la trascendencia, de lo infinito, del sabor y de la luz divinos. Por ello, aun cuando no hagan consciente qué es lo que les hace falta, sentirán siempre ese vacío de lo eterno. Pero además de estos que lo han asumido voluntariamente, están los hermanos a los que ese sabor y esa luz no les llegan por ausencia de quienes se los hagan llegar. Es a estos que son los responsables de su sabor y de su luz a los que Jesús se dirige: "Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte". Jesús, siendo la sal y la luz de Dios, las ha derramado en los corazones de quienes han aceptado ser sus discípulos. Pero esa aceptación no puede ser jamás una aceptación pasiva. Disfrutar del sabor y de la luz de Dios debe llevar a dar un paso comprometido hacia los hermanos que no los disfrutan. El profeta Elías en el Antiguo Testamento fue una prefiguración de lo que debían hacer los discípulos de Cristo en el futuro: "No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: 'La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra'". Él anunciaba la llegada de la abundancia a la viuda que ya no tenía esperanza alguna, pues era pobre solemne y ya no tenía más comida para ella y su hijo. Esa abundancia que anunciaba Elías exigía de ella la confianza en lo que él le decía y la disposición a abandonarse en Dios para dejar que su sabor y su luz la llenaran. Hay un doble movimiento: el del anunciador que lleva la sal y la luz de Dios, y el del que recibe el anuncio, que abre su corazón para dejarse llenar de ellas. Ser sal y luz es la exigencia que pone el Señor sobre los hombros de cada cristiano. Pero dejarse llenar de su sabor y de su luz es también un movimiento necesario que debe ser hecho desde la humildad del reconocimiento de quien lo necesita.

Quienes tenemos la sal de Dios y su luz no podemos ocultar el tesoro que poseemos. En medio de un mundo que se empeña en vivir la insipidez, la oscuridad y el frío, tenemos una gran responsabilidad. Un mundo así es un mundo triste, oscuro, robótico. Las respuestas que da son todas prefabricadas. Pierde la ilusión y la novedad continuas que significan la aventura genial de colocarse en las manos de Dios y de su amor. Nuestro mundo se aprovecha de lo que está programado en el ser del hombre, acentuando las necesidades de las compensaciones materiales, insistiendo en una supuesta libertad que desemboca en la peor esclavitud de la que el hombre luego no podrá zafarse, poniendo el acento en el hedonismo para dar satisfacción solo a los placeres corporales, insistiendo en la supremacía individual y en el egoísmo y la vanidad, echando mano de la soberbia por la que se coloca al individuo en el centro alrededor del cual todo debe girar. Esta supremacía de lo superficial terminará con toda seguridad en la peor de las desilusiones, por cuanto todo es pasajero y desaparecerá en algún momento, dejando al hombre en el vacío total, sin un sustento sólido en el que fundamentar su vida. Es allí donde tendrá pleno sentido la labor que realicemos los discípulos de Jesús. Gritaremos al mundo con nuestra tarea y con nuestra ilusión vivida que hay algo más, que existen valores y metas mucho más elevadas, que hay algo que tiene más sentido y que es duradero y trascendente. Es lo que nos ofrece el mismo Dios, que nos ha creado y lo ha colocado como necesidad absoluta en nuestro ser, de la cual Él mismo es la respuesta. Él nos ha hecho necesitados de su sal y de su luz y se ofrece para llenar siempre esa necesidad. Y nos coloca a cada uno de sus discípulos en el mundo para que seamos portadores de ellas y las llevemos haciéndolas llegar a cada hermano que lo necesite. Ellos deben ser conscientes de esa necesidad y deben hacerse dóciles, demostrando la confianza en Dios con humildad, que quiere ver sus corazones llenos de su sal y de su luz. Nosotros debemos hacerles ver que llevamos con alegría ese sabor y esa iluminación y que sabemos bien que son los mejores fundamentos para llevar una vida con sentido en este mundo, y que luego serán la prenda que nos harán llegar con alegría a la eternidad feliz junto a Dios nuestro Padre, quien nos da su sabor y nos llena de su luz.

2 comentarios:

  1. Señor que nos des la Fe de un granito de mostaza para recibir tu luz y nosotros llevar así sal y luz a los hermanos. Con humildad y fe. Que así sea!

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  2. Señor danos la Fe para recibir tu luz con humildad y que podamos compartir con mucha Fe y alegría la sal y luz con nuestros hermanos.

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