Somos muy dados a erigirnos en jueces de los demás. Todos tendemos a querer convertirnos en referencia para los que tenemos a nuestro alrededor. Consideramos siempre que lo nuestro es lo mejor y por ello al dar nuestro parecer nos colocamos nosotros como el paradigma, aunque a lo mejor algunas veces lo hagamos de manera velada como queriendo demostrar una humildad que al final no es tal. En ocasiones no estamos en ese primer lugar, no porque se nos reconozca ese sitial de honor, aunque a lo mejor nos encantaría que así fuera, sino porque guardamos algo de prudencia, aunque sería necesaria un poco más de ella revestida además del tesoro de la humildad. Si nos moviera siempre una lícita preocupación por aportar desde nuestra propia experiencia y por una justa persecución del bien por rutas que nosotros mismos hayamos probado, sería un movimiento que nos ensalzaría. Hay personas que ya han transitado rutas que son absolutamente nuevas para otros y su aporte puede ser muy beneficioso para que aquellos otros puedan avanzar sólidamente. Al fin y al cabo, la madurez y la solidez se alcanzan más sabiamente a través del sistema ensayo-error que muchos hemos probado. Pero si el error puede ser ahorrado al haberlo otros ya probado y haciéndonos conocedores del camino por el cual se cayó en él para evitarlo, mucho mejor. No es siempre malo, entonces, el que se nos quiera iluminar para que nuestro caminar sea más expedito y libre de entuertos. De alguna manera debemos ser también humildes al poder recibir los aportes que desde el bien del otro se nos quieran proporcionar. Lo indeseable está, entonces, no en el aporte, sino en desde dónde se nos quiera hacer. La peor motivación que puede existir es la de la soberbia, la de la superioridad, la del creerse mejor que los demás. Por eso Jesús se opone frontalmente a quienes así actúan: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame que te saque la mota del ojo', teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano". Jesús no critica el que se haga alguna observación, pues al fin y al cabo puede ser algo bueno para aumentar en bondad personal, sino en hacerlo desde una posición de ventaja que pretende ser superior o mejor, sin que haya antes una revisión de sí mismo para percatarse de que no se es mejor que nadie. Solo entonces es justo hacer observaciones a los demás.
Nuestra actitud, entonces, debe estar regida por una disposición de revisión continua de sí mismo, lo que implica la humildad de vida. Se trata de una buena disposición a la revisión personal en el reconocimiento de que siempre tenemos algo que debe ser corregido en nosotros, pues el camino del hombre, y más aún el del hombre que avanza en la fe, es un camino de conversión que nunca se acaba. Nuestro proceso de conversión tiene un inicio, pero nunca finaliza. Solo terminará cuando ya estemos cara a cara delante de Dios nuestro Padre. Todo esto se conecta con la necesidad de un examen de conciencia continuo, fundamental para avanzar en el camino de la santidad. Solo quien lo hace se hace consciente de su propio mal, de su mediocridad, y de las cosas en las cuales sí ha logrado avanzar. Quien no lo hace, nunca sabrá cuál es el mal que debe desarraigar de sí, en cuáles cosas debe mejorar, y cuáles son las cosas buenas que debe motivar y promover más en sí mismo. Es de tal modo necesario este proceder que Jesús usa la figura de la hipérbole para remarcar su importancia. La hipérbole es una figura de exageración que incluso cae en el absurdo. Jesús habla de una viga que tenemos en nuestro ojo, que evidentemente sería infinitamente más grande que una simple mota que tendría el hermano. Es difícil imaginarse una viga dentro del propio ojo. Quienes conocen de construcción se lo podrán imaginar. Y no es sencillo hacerlo. En todo caso, lo que nos quiere decir Jesús es que en realidad no tendremos que hacer mucho esfuerzo para descubrir nuestra debilidad o nuestra falla, pues es más que evidente, como lo sería una viga en el ojo propio, mientras que sí tendremos que hacer un esfuerzo mayor para descubrir la falla en el hermano, lo que sería la simple y pequeña mota en el ojo ajeno. Con tal de demostrar superioridad o de aparentar ser mejores, preferimos escudriñar con esfuerzo en la conducta del otro para conseguir sus fallos mientras escondemos nuestra tremenda y evidente desgracia personal. De esa manera nos engañamos a nosotros mismos, pues sabemos bien cuál es nuestra condición y nos avergonzamos tanto de ella que queremos que quede oculta ante los otros. El perjuicio es directamente contra nosotros mismos, pues lejos de esforzarnos por conocernos más para mejorar, hacemos como el gato que esconde su inmundicia y cree que por esconderla ya no existe.
Lo mejor que podemos hacer es ponernos en evidencia delante de nosotros mismos y hacer acopio de la valentía y la fortaleza necesarias para enfrentarnos así, no traicionando la llamada que se nos hace a ser mejores cada vez. Evitar juzgar a los hermanos es evitar también para nosotros un juicio más rígido. Cuando estamos dispuestos a juzgar a los demás desde nuestra supuesta perfección, estamos de alguna manera permitiendo e invitando a que el juicio que se haga sobre nosotros tome también la misma medida. Seremos juzgados desde nuestra pretendida perfección: "No juzguen, para que no sean juzgados. Porque serán juzgados como juzguen ustedes, y la medida que usen, la usarán con ustedes". Erigirnos en los perfectos nos cierra las puertas de la conversión. Quien ya es pretendidamente perfecto no necesita convertirse. Quien no reconoce sus imperfecciones nunca avanzará y se estanca. Considera que no tiene nada que mejorar. Sería una espada de Damocles que se colocaría él mismo sobre su cabeza. Tarde o temprano caerá y le producirá muchísimo daño. La mejor actitud es la de quien se sabe imperfecto y necesita estar continuamente en revisión. Es la manera más lógica y a la mano de avanzar y de ser mejores. Y es la manera de poner de nuestro lado al Juez Supremo, quien nos conoce y nos comprende perfectamente. Delante de Él estamos tal y como somos. Nada está oculto en su presencia. Y por ello, cuando al revisarnos nos damos cuenta de nuestra imperfección, y yendo más allá, nos damos cuenta de nuestra imposibilidad de avanzar en solitario, sin la ayuda de su gracia, Él sale a nuestro encuentro y nos tiende la mano, animándonos a seguir adelante con nuestras propias fuerzas, añadiendo la fuerza de su gracia que nos da energías y nos anima para lograr avanzar. "Te basta mi gracia", escuchó decir San Pablo cuando se enfrentaba en sus pensamientos con la realidad de su propia debilidad. De esa manera evitaremos el juicio severo sobre nosotros y la condena consecuente, como la vivió Israel que cayó en la tentación de sentirse vencedora por sí misma y recibió el escarmiento de Yahvé, haciéndola caer en las manos de los asirios: "Despreciaron así sus leyes y la alianza que estableció con sus padres, tanto como las exigencias que les impuso. Y se encolerizó el Señor sobremanera contra Israel, apartándolos de su presencia". Que nunca nos aparte el Señor de su amor. Que nuestra humildad nos haga mantener siempre su amor y su poder junto a nosotros.
Sólo Dios, puede ser nuestro Juez porque nos conoce, por eso es bueno decir, Señor! Perdona nuestras ofensas,como también nosotros nos comprometemos a perdonar..
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