Para los cristianos está claro que Jesús no quiere medias tintas ni mediocridades. Cuando Jesús llama, lo hace desde el amor que plenifica y fortalece. Es un amor que comprende al hombre perfectamente porque lo conoce perfectamente. En Jesús hay un doble movimiento: exigencia y comprensión. Al haber surgido, desde nuestro primer momento de existencia, de sus manos creadoras, todopoderosas y amorosas, tenemos la seguridad de que no hay absolutamente nada de nosotros que le pueda permanecer oculto. Nos conoce mejor que lo que nosotros mismos nos conocemos. Sabe de lo que somos capaces, cuáles son nuestras fuerzas para avanzar, cuáles con las cosas que nos ilusionan y que nos atraen más. Pero también conoce muy bien cuáles son nuestras limitaciones, cuál es el límite de nuestras fuerzas, ante qué obstáculos sucumbiremos. Aunque nosotros nos empeñemos en querer ocultarle algo, tenemos que estar conscientes de que jamás lo lograremos, pues toda nuestra vida está siempre en su presencia. Quizá podremos llegar a ocultarlo ante otras personas. Incluso quizá podremos convencerlos de que poseemos virtudes o capacidades que realmente no tenemos. Pero, en ese caso, al único que no podremos jamás engañar es a Jesús, pues ante Él nuestra vida es prístina y transparente. Por estar consciente de nuestras capacidades es que nos exige. Sabe muy bien hasta dónde podremos llegar. Pero a esto se añade que está siempre a nuestro lado, haciendo posible que lleguemos incluso más allá de lo que nuestras fuerzas nos permitan. Su exigencia es, en cierto modo, una exigencia a sí mismo, pues sería de esta manera una respuesta suya a la convicción humana de la propia imposibilidad y de la necesidad de que haya una fuerza superior que lo soporte y lo impulse, lo que hace necesaria siempre su buena disposición. Es necesario que Jesús, al colocar la exigencia, coloque también su disponibilidad a apoyar, a dar sustento, a fortalecer. "Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos". Es, en cierta manera, la afirmación de esa disponibilidad continua que hay en Él, para que el hombre sepa que no está solo en el camino de respuesta a las exigencias mayores de Jesús. Conociendo perfectamente al hombre, sabe hasta dónde es capaz de llegar y cuándo debe ofrecer su brazo robusto de Dios poderoso y misericordioso para fortalecer al hombre en su avance hacia la perfección.
No es absurdo, por lo tanto, conocer las exigencias de Jesús: "Han oído ustedes que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pero yo les digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la 'gehenna'. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la 'gehenna'". La invitación es a la pureza de corazón, en la que se invita, realmente, a la mirada limpia que logra tener quien abre su corazón a Dios y lo hace habitar en él. Esta plenitud, lo sabe Jesús, es el producto de un camino de perfeccionamiento en el que se avanza esforzadamente y que solo se logra cuando el hombre ha llegado a la convicción de no poder contar solo con sus propias fuerzas, pues estas lo traicionarán cuando menos lo piense. Si se decide a caminar solo por estas rutas, únicamente obtendrá derrotas y frustraciones. Será entonces que tomará la convicción total de necesitar un apoyo superior. "Sin mí no pueden hacer nada", dice Jesús. Y esta es la clave para comprender y descubrir cuál es la manera ideal con la que se podrá avanzar sin escollos. Si Jesús afirma que sin Él no podremos hacer nada, nos está haciendo entender que con Él lo podremos hacer todo. No son nuestras solas fuerzas las que lograrán que avancemos en el camino de la perfección, sino que junto a ellas podemos contar con la fuerza todopoderosa de Jesús que nunca nos falla. Él está siempre disponible. Será por lo tanto, nuestra convicción absoluta de que cuando Jesús pide algo no lo deja solo a nuestro arbitrio, sino que se está comprometiendo con nosotros a hacerlo posible, pues Él se embarca con nosotros en esa aventura de perfeccionamiento. Él pide y exige, pero deja implícito que comprendamos que también está disponible para apoyar. Con la ayuda de Jesús, la perfección será posible. Sin la ayuda de Jesús, será imposible. Abrir el corazón para que venga Jesús a habitar en Él es, entonces, imprescindible para avanzar en ese camino. Cuando desde nuestra lejanía de Jesús, si es lo que vivimos, conocemos de sus exigencias, siempre nos parecerá imposible e incluso inhumano el que se nos exijan tales cosas. Una persona que no tiene experiencia religiosa de encuentro con Jesús, al percatarse de las exigencias que pone, lejos de sentirse animada a seguirlo, tendrá la tentación de huir de Él y alejarse más. Por ello, lo primero, antes de colocar las exigencias como avales para el seguimiento de Cristo, debemos colocar su oferta de amor y de compañía, y la confianza que podemos tener en su amor que nunca nos faltará.
Un cristiano que realmente se deje arrebatar el corazón por estas cosas, lejos de sentir angustia por la exigencia de avance en la perfección que pone Jesús ante la vista, al convencerse de que no será solo con su esfuerzo que lo logrará, sino que lo hará con esa ayuda segura de Jesús que nunca le faltará, pues su disponibilidad es total y absoluta, siente una gran paz. En cierto modo, vive con la convicción de que su responsabilidad así no es solo suya, sino además de quien le está poniendo la exigencia y pondrá también en él las fuerzas que lo harán capaces de responder adecuadamente a ella. Es la paz que se siente cuando sabes que tienes que hacer tu parte, pero estás convencido de que el esfuerzo siempre llegará a buen puerto pues en su momento contarás con una fuerza superior invencible de la que al final depende todo y con la que con toda seguridad se terminará venciendo. Esa misma paz es la que vivió el profeta Elías, cuando pasó Dios frente a la cueva en la que se refugiaba. Lo descubrió en la brisa suave y pacífica, no en la debacle: "Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva". Dios no estaba en lo que creaba angustia y destrucción. Es signo del hombre que tiene la inquietud en su corazón por las exigencias que pone el Señor en su vida. Dios estaba en la brisa suave, que es signo de la paz que vive quien se sabe en las manos de Dios y que en todo lo que Él pida siempre tendrá su ayuda y su amor todopoderoso que lo anima y lo capacita. Es lo que siente el cristiano. Un verdadero cristiano no se desespera por lo que le pide Dios, sino que siente la paz en su corazón, pues está convencido de que su respuesta no dependerá solo de él que, por supuesto, tiene que poner sus fuerzas en acción, pero que sabe que podrá hacer solo lo que sus mismas fuerzas le permitan y que tendrá que dejar paso en su momento a la fuerza del amor de Dios que completará el trayecto. Cumplir esa meta es su búsqueda final, porque tiene a Dios tan arraigado en él que no quiere fallarle. Dice lo mismo que dijo Elías: "Ardo en celo por el Señor, Dios del universo". Su alegría es ser fiel, avanzar en el camino de perfección, confiar radicalmente en el Señor que lo ama, lo elige y le exige. Es el amor el que hace posible todo este movimiento. Dios elige por amor, exige por amor, comprende por amor y capacita por amor.
Muy bonita esta reflexión, Dios nos elige y nos exige estar con el, por que el estará con nosotros hasta el final de los tiempos..Amen
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