Existe una continuidad inobjetable en la vida del hombre. Aquella frase común que oímos repetir tantas y tantas veces: "Esta vida es una sola, hay que gozarla", es estrictamente cierta. Pero no en el sentido en el que se insiste en acuñarla, como queriendo desvirtuar una supuesta, pero nosotros sabemos que real, existencia de una vida superior, posterior a la material y temporal que vivimos actualmente. Los que tanto la repiten quieren hacer entender que no hay que fijar la mirada más allá de los días terrenos que nos corresponda vivir, sino asumir que todo se acabaría con nuestra muerte física, por lo cual no tiene sentido no poner todos los esfuerzos para hacer de esta vida un continuo disfrute, una sucesión de regalos a los sentidos, promoviendo un hedonismo sin frenos, para no caer al final en una terrible depresión por no haberla disfrutado más habiéndolo podido hacer. Si nos quedamos en la contemplación estricta de lo que estos quieren significar, debemos pensar que existe un reduccionismo muy riesgoso en esta consideración de la única vida, pues la verdad no es exactamente como ellos nos la quieren vender. Se estaría promoviendo así un ateísmo práctico en el que se decreta, no por razones argumentadas o racionales sino más bien vivenciales, la inexistencia de Dios. De este modo, no sería necesario afirmar ni demostrar que Dios no existe, sino simplemente invitar a una vida en la que Él no tenga absolutamente ninguna trascendencia ni ninguna influencia. No es el ateísmo pensado o racionalizado lo que importa, sino una vida vivida sin Dios. Vivir la vida como si Dios no existiera. Y no dar mayor importancia a una supuesta trascendencia. A lo sumo, se podría afirmar que el hombre trasciende en sus obras o en sus hijos, lo que al fin y al cabo surge de sus propias manos, que al final igualmente desaparecerá. Por ello, echando mano de prácticamente las mismas mínimas argumentaciones que utilizan, podemos con muchísima facilidad dar la vuelta a la afirmación del dicho popular. Sin duda, "esta vida es una sola", es decir, existe una solución de continuidad entre la vida actual y la eterna que vendrá. No son dos vidas distintas, sino la misma vida vivida en coordenadas diversas, en realidades consecuentes, en un cambio de estado, en una mudanza de ámbito, pero realizada por el mismo hombre, pues es el mismo ser aquí y después. No son dos criaturas diversas, una ahora y otra en la eternidad. Es el mismo hombre que muda su condición a una de felicidad eterna o a una de tristeza sin fin.
Aquel sentido negativo de gozar la vida regalándose todos los placeres posibles porque no hay una realidad posterior, debemos cambiarla por gozar la vida haciéndola orbitar alrededor del amor que es el mayor gozo que puede el hombre vivir. Hay que gozarla, sí, amando a Dios por encima de todas las cosas, sabiendo que de Él venimos y hacia Él volveremos, que sus indicaciones son las ideales para una vida vivida en plenitud pues Él no quiere sino solo lo mejor para nosotros, que su amor es infinito y ni siquiera nos podemos hacer una idea de su magnitud sino que solo podemos contemplarlo y convencernos de él viendo al que se entregó por nosotros muerto en una cruz por ese amor demostrado a pesar de nuestra obstinación en el pecado que nos llevó incluso a clavarlo en esa cruz. Hay que gozarla, sí, amándose a sí mismo, por lo cual debemos procurarnos siempre los mejores medios para un progreso como hombres, promoviendo en nosotros una verdadera humanidad que nos haga disfrutar del sabor de los valores y de las virtudes, rigiéndonos por los más sólidos principios, teniendo la satisfacción de saber que estamos apuntando a la excelencia y no contentándonos con los mínimos o las medias tintas en lo que hacemos. Hay que gozarla, sí, amando a los hermanos en los cuales debemos siempre saber descubrir la presencia de Jesús que está en ellos, como Él mismo nos lo confirmó: "Cuando lo hicieron con de estos hermanos míos, a mí me lo hicieron", haciendo con ellos el equipo ideal para avanzar unidos en la consecución de un mundo mejor para todos en el cual no haya injusticias ni miseria, en el que se acabe el odio y la injusticia, en el que rijan la fraternidad, la solidaridad y la caridad, haciéndonos conscientes de que los primeros beneficiados por alcanzar ese ideal seremos nosotros mismos. Sin duda, hay que gozar la vida, pero gozarla con el gozo real, estable, inmutable, que solo se puede lograr con el amor. Los otros gozos serán siempre pasajeros y, aunque produzcan alguna satisfacción, esta siempre será pasajera y temporal, y frecuentemente, al desaparecer solo dejarán una especie de resaca que requerirá de mucho más de lo mismo para ser aplacada. Irá produciendo un cansancio interior que poco a poco le irá quitando el halo de satisfacción y de atracción que originalmente poseía. Es común ver a quienes promueven este continuo regalo a los sentidos, en los últimos días de su vida, sentir el vacío total al echar la vista atrás y no encontrar nada sólido de lo cual enorgullecerse. Por el contrario, es hermoso percatarse de la felicidad que siente quien ha gozado de verdad de esta vida en el amor, echando la vista atrás y enorgulleciéndose, como San Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido bien mi carrera, he mantenido la fe. Ahora me espera la corona del triunfo".
No es extraño que esto esté claramente presente en la enseñanza de Jesús. "Teman al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la 'gehenna'. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga su Padre. Pues ustedes hasta los cabellos de la cabeza tienen contados. Por eso, no tengan miedo: valen más ustedes que muchos gorriones". No nos podemos quedar con la interpretación de una vida que se acaba en este tiempo, sino ir más allá. La nuestra es una vida que no tiene fin. Ha tenido un inicio que parte de las manos y del amor de Dios, tiene un desarrollo en el cual nosotros mismos jugamos parte esencial al procurar vivirla en el gozo del amor, y tendrá una continuidad eterna en la felicidad inmutable del amor que nunca se acaba. Es el don inmenso que nos ha dejado Jesús, pues ha abierto esa eternidad para todos nosotros, después de que nosotros mismos nos la habíamos cerrado: "No hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos". Nuestra vida, en esa solución de continuidad, adquiere un sentido pleno, que nos lleva a nuestra plenitud como hombres en la eternidad. En ese don no solo se nos da la posibilidad de entrar en la eternidad que será sencillamente continuidad de esta temporalidad que vivimos, sino que se nos da al mismísimo Jesús, que se pone de nuestra parte al haber intentado gozar de verdad de esta vida, que es una sola, viviéndola en el amor eterno que Él nos proporciona: "A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos". No es posible que ni el mismísimo Dios eche por la borda todo el amor que ha querido derramar sobre nosotros y sobre el mundo. Su gesto creador, su providencia continua, su rescate con la muerte del Hijo encarnado, su regalo de la Iglesia como comunidad fraterna de salvación, su inspiración para el bien y la caridad, su acompañamiento continuo en la historia, su oferta de apoyo para ser alivio, consuelo y fortaleza para todos son, en su dimensión total, productos de su amor. Es realmente absurdo pensar que no haya una intencionalidad de eternidad en ello. Que todo se acabe al acabar el último suspiro de la vida de cada hombre. No tiene sentido. Lo que sí tiene sentido es que ese amor perdure, que acompañe al hombre tomándolo de su mano para que, acabada la temporalidad, pueda traspasar ese umbral a la eternidad con la seguridad de estar en las manos de quien le dará por su fidelidad un premio eterno de vida en el amor y en la felicidad que no tendrán fin. "Esta vida es una sola y hay que gozarla"
Gracias padre, muy hermoso!!
ResponderBorrarDios!porque sabemos que tu nos amas y nos cuidas,te pedimos acompañes con tu gracia y tu presencia a los misioneros de hoy, que no se cansan de decirle al mumdo que tu nos amas.
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