Quien deja más, recibe más. Y también, quien da más, recibe más. Es la normativa nueva que pone de moda Jesús. Cualquier especialista en mercadeo podrá proponer una normativa diversa, por cuanto en su mente está la acumulación de bienes. Para él, quien acumula más, tendrá más. Y quien menos da, también tendrá más. La ley del intercambio está muy clara. A medida que salgan menos cosas de mí hacia fuera, dentro tendré más, y si recibo y guardo, voy acumulando más bienes. Moviéndose en el mismo plano de materialidad, evidentemente no se puede contradecir esta lógica. Es lo que mueve a los comerciantes a adentrarse en su mundillo de oferta y demanda, buscando que sea más ventajoso cada vez para ellos. Es el mundo de las cosas, de lo material, de lo corporal. Jesús nos hace entrar en una dimensión diferente, en el que el intercambio se eleva y no se queda solo en lo pasajero. Parte de allí, pero toma una ruta distinta de la anterior. Echando mano de eso material que se posee, y aprovechando la "ventaja" de poseerlo, se apunta a un trueque diverso. No va a terminar solo en dar lo material para recibir o acumular lo material, es decir, en dar lo que se acaba y pasa para recibir algo que también se acaba y pasa. Jesús nos dice que nos deslastremos de eso material, que puede llegar a atarnos y a obnubilar nuestra mirada haciéndonos creer que esa es la única dimensión posible, y permitamos que al estar más libres podamos elevarnos y volar a realidades que no se acaban y duran para siempre. Quien llega a entender que este intercambio es claramente más ventajoso, aprovecha todas las "ofertas" que pone Dios sobre el tapete y no duda en gozar de todas sus ventajas. Ningún comerciante se atreve jamás a proponer una ganancia a sus clientes del 100 por 1. Es totalmente absurdo. Tiene plena conciencia que proponer algo así es declarar su total ruina y su bancarrota. Pero Dios hace este ofrecimiento desde la posesión de todos los bienes de los cuales Él es propietario único y que tienen una característica exclusiva que es la de ser inacabables. En el depósito divino nunca desaparecerán ninguno de los bienes que Dios ofrece. De esta manera, cuando Jesús nos pide que demos el 1 para poder recibir el 100, lo está haciendo desde una real intención de enriquecernos, pero con los bienes que Él mismo establece, con la verdadera intención de enriquecernos en lo que considera la auténtica riqueza del hombre, que va mucho más allá del dinero o de las posesiones materiales.
Dios es magnánimo y generoso y solo está esperando el gesto que inicia el primer paso en el que el hombre se dispone a poner de lo suyo, a deslastrarse de su carga, para dar Él también el paso adelante y recompensar abundantemente, cumpliendo su palabra y haciendo buena su oferta. Un caso claro es el de la mujer estéril que acoge en su casa a Eliseo y su criado, haciéndole incluso construir una habitación con todas las comodidades en la terraza de su casa, entendiendo que era un hombre de Dios, por lo cual, ciertamente, estaba haciéndole un favor al mismo Dios, diciéndole a su marido: "Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse". Daba lo que podía y hacía de su marido su socio en esta donación. Estaba dispuesta a dar, incluso sin recibir nada a cambio, sino simplemente con el deseo de hacer agradable el paso del profeta por su casa. Lo que no sabía ella es que al hacer el favor al profeta, porque a su entender era un hombre de Dios, se lo estaba haciendo al mismo Dios. Por ello Él, que nunca se deja ganar en generosidad, la compensa con el que quizá era su mayor anhelo. "Se preguntó Eliseo: '¿Qué podemos hacer por ella?' Respondió Guejazí, su criado: 'Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano'. Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada. Eliseo le dijo: 'El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo'". El deseo de ser madre, que seguramente estaba escondido en su corazón y era su gran anhelo como el de toda mujer casada, fue cubierto por Dios, cumpliendo la oferta de restitución abundante a la donación incluso de sí mismo. Ella fue capaz de desprenderse de lo suyo para ponerlo a la disposición de Dios y el Señor respondió con el portento, una maravilla que jamás se podía haber esperado. Se cumplió anticipadamente en ella lo que Jesús dijo posteriormente: "El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo". Es la manera de actuación de Dios, desbordante de amor y sorprendiendo siempre con ese ejercicio incondicional de su amor eterno e infinito, que derrama en aquellos que lo colocan en el primer lugar, y nunca deja de recompensar, pues Él, cuando quita o cuando acepta lo que se le da, es para abrir espacio a lo que va a regalar. No es en la ostentación de bienes donde se recibirá el reconocimiento de Dios. A Él nada le importa los millones que se posean o la inmensa cantidad de bienes que se hayan acumulado. A Él le importa aquello de lo que somos capaces de desprendernos con la finalidad de servirle a Él y de demostrarle nuestro amor.
Es en esta línea que se inscribe la enseñanza de Jesús que nos invita a valorar en su justa medida los bienes que poseemos. Sobre todo los bienes espirituales con los cuales el mismo Dios nos ha favorecido: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará". Él pide que lo coloquemos inobjetablemente siempre en el primer lugar de nuestros intereses. No nos pide despreciar a los padres o a los hijos. Eso sería absurdo. Nos pide siempre amarlos pero nunca ponerlos a ellos ni a nada por encima de Él. Es el cumplimiento de lo que nos pide el primer mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas ... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas". Mucho menos si eso se refiere a las cosas que no están fuera de mí, como mi cruz y mi propia vida. Cargar con la cruz propia e ir detrás de Jesús es asumir que solo con Él se podrá soportar la carga, por lo cual, lo más inteligente no es rechazarla, lo que por lo demás es imposible y no nos la suprime, sino cargarla para asegurar la presencia de Jesús en la propia vida, que se convertirá en una especie de Cireneo para cada uno, pues ayudará a cargarla y a llevarla incluso con amor. Y perder la vida por Jesús es la manera más segura de tenerla, pues la ponemos en las manos de Aquel que con toda seguridad nos la devolverá bendecida y elevada, llevándola a su propia condición de plenitud gloriosa, la que tiene en la gloria infinita e inmarcesible junto al Padre. Esa oferta de Dios se cumple perfectamente, pues Él no nos puede engañar. Nunca nos engañará quien nunca ha despreciado ninguna ocasión para mostrarnos su amor. Ni siquiera en el momento más álgido que le ha tocado vivir por razón de nuestra salvación: "Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él". La entrega de nuestra vida, nuestro mayor bien, el que poseemos gracias al amor creador y todopoderoso de Dios, nos acarreará como recompensa la vida eterna. La proporción sobrepasa el 100 por 1 que ofrece Jesús, pues esa vida eterna es infinita en amor, en gozo y en paz.
Llamanos Señor a participar de tu amistad y ayudanos a recibir tu espíritu, tu generosidad y tu entrega. Bendicenos!
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