Una de las características más resaltantes de la obra de Jesús es la de la novedad radical de la que es revestido todo. La realidad existente es hecha totalmente nueva: "He aquí que hago nuevas todas las cosas", dice Dios cuando emprende la obra titánica de la redención. De esta manera, se entiende que la Nueva Creación es el portento más grandioso que surge como consecuencia del rescate de todo lo creado por la obra llevada adelante por Jesús. La primera creación, obra magnífica realizada por el Padre, haciendo surgir todo de la nada, fue sin duda, una obra inmensa. Sin embargo, la Nueva Creación, llevada a cabo por Jesús, puede considerarse aún mayor, por cuanto la materia prima utilizada para realizarla, era la materia contaminada por el pecado. La nada de la cual surge la primera creación tiene signo neutro. La materia impura que usa Cristo para la Nueva Creación tiene signo negativo. El salto cualitativo es infinitamente más grande en la Nueva Creación. Jesús, enviado por el Padre y fortalecido por el Espíritu Santo, logra que todo lo creado sea aún mejor que lo que era. Lo eleva de su condición de postración en la que lo había sumido el hombre, arrebatándolo de las fuerzas demoníacas y poniéndolo de nuevo todo a los pies del Padre. Por supuesto, el elemento principal en ese nuevo universo logrado por la redención es el hombre, centro de todo y razón de la existencia de todo. Por amor al hombre existe el universo. Sin la presencia del hombre en el centro del universo, nada tiene sentido. El hombre es el único ser de toda la creación al cual Dios ama por sí mismo. Y por ello existe. Y por ello existe también todo lo demás. A los demás seres de la creación, fuera del hombre, Dios no los ama por sí mismos. Los ama, sí, pero en cuanto sirven al hombre. Es el amor al hombre, por lo tanto, lo que lo explica todo, incluso el haber emprendido la labor gloriosa de la Nueva Creación, en cuanto Dios quería poner en manos de su criatura amada, de nuevo, todo lo existente revestido de su gracia y sondeado por su amor infinito. Pero, aun cuando fue una labor absolutamente gratuita y sin méritos de parte del hombre, habiéndolo hecho nuevo también a él, Dios espera una respuesta comprometida, igualmente sondeada por el amor. "Amor con amor se paga", y Dios, aunque no necesita ser reconocido, espera la lealtad del hombre que tiene la capacidad de amar y de ser mejor que Él le ha regalado.
Un hombre nuevo tiene un espíritu nuevo, y lo demuestra en su novedad radical de vida, en pensamientos y obras. Si en el Antiguo Testamento el hombre que se quería mantener cercano a Dios debía aceptar la normativa que el mismo Dios había colocado para quienes le quisieran ser fieles, es decir, debía comportarse según lo que decían y regulaban los diez mandamientos, el hombre nuevo no podía pretender demostrar esa novedad adquirida por la redención con el simple hecho de hacer suyos y cumplir los mandamientos, es decir, la simple normativa antigua. La Nueva Creación debía tener una normativa nueva. Y por ser superior a la primera, esta normativa debía ser también superior. No significaba esto una carga más pesada para el hombre, sino una manera de demostrar el valor superior que tiene pertenecer a una nueva realidad superior. El amor, que es la base de esa nueva normativa, hace de las exigencias de la novedad, una manera suave y dulce de entender que ese comportamiento y ese pensamiento, en definitiva, que ese nuevo ser, es de verdad un hombre nuevo. Lo que lo marca no es el esfuerzo superior que ello implicaría, sino la facilidad con la que puede lograrlo, pues tiene en su ser la fuerza nueva que le da el amor vivido con mayor intensidad. Esto le da un color diverso y una ilusión al camino de la superación personal, que se hace natural al vivir naturalmente el amor. Ese hombre que ha alcanzado la novedad radical de vida, alcanza también la capacidad de ver con la mayor naturalidad el ser mejor cada vez, pues ese es el camino del amor. Quien ama quiere la felicidad de su amado. Y la felicidad de Dios es ver al hombre cada vez más suyo, cada vez mejor, cada vez más comprometido en seguirlo fielmente, cada vez más cercano a los hermanos sirviéndoles con amor y caridad, cada vez más preocupado por lograr un mundo mejor y de progreso en beneficio de todos. Es el cántico nuevo que debe entonar todo hombre nuevo, pues vive la novedad absoluta del amor. Cuando el salmo invita: "Canten al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas", la mejor manera de hacerlo, como lo dijo San Agustín, es asumirlo como una responsabilidad que implica el cambio de sí mismo: "Seamos nosotros mismos ese cántico nuevo para el Señor". El amor nos hace entonar con las notas más sublimes el cántico que representa esa novedad. Son las notas que embellecen nuestro propio ser, pues lo impregnan del amor.
Ese amor vivido radicalmente como la norma de vida del hombre nuevo logrado por Cristo, le da, como decíamos, un nuevo sentido más pleno a la propia existencia. Por eso, lo que parece absurdo se hace lo lógico para quien es un hombre nuevo. Por eso tiene sentido que Jesús nos pida que no nos quedemos en la simpleza de la vida del hombre que no ha sido renovado: "Si lo hacen solo con los suyos, ¿en qué se diferencian de los demás?" La novedad de vida debe tener una manifestación externa, aun cuando parezca absurdo lo que se hace. Por eso tiene sentido devolver bien por mal, perdonar al que ofende, poner la otra mejilla, dar el doble de lo que piden, perdonar setenta veces siete... Hacerlo, según los criterios del hombre viejo, es demostrar locura. Hacerlo, según los criterios y las conductas del hombre nuevo, tiene pleno sentido. Puede ser una locura a la vista de los demás, sí. Pero es la locura del amor. La que demostró Jesús, en primer lugar, encarnándose en la realidad que lo había rechazado, favoreciendo a quienes le habían dado la espalda, pidiendo el perdón para aquellos que lo asesinaban, muriendo en la cruz para rescatar a quienes eran los culpables de su muerte. Sin el amor nada de eso se explica. Por eso la nueva ley, la del amor, debe impregnarlo todo. Y no solo eso, sino que debe hacer feliz a quien cumple la ley del amor. "Bienaventurados..." Es una locura ser felices cuando se es pobre pasando necesidades, cuando los otros se aprovechan de la propia mansedumbre, cuando se llora desconsoladamente, cuando se tiene el estómago vacío, cuando se es misericordioso con el hermano que vive en la desgracia, cuando no se deja uno atrapar por los placeres a los que todos los cercanos invitan, cuando se opone uno a la violencia enfrentándose a los poderosos, cuando uno es perseguido por causa de la justicia y del amor... Las Bienaventuranzas son las locuras del amor. Son la nueva ley de la Nueva Creación. Lo que es absurdo para el mundo se hace lo lógico para el hombre nuevo. Y si no lo asume así, la novedad no lo ha tocado. Aun cuando el mundo proclame "valores" diversos e invite a esa experiencia para demostrar ser un "hombre libre", la verdad es que la auténtica libertad es la que da el amor. No es más quien se aleja de Dios, de los valores, de la verdad, del amor, del bien. Ese es quien se ha quedado anclado en la antigüedad de vida. Es más hombre el que vive el amor y, por el amor, comete los peores absurdos, los del amor. Ese es el verdadero hombre nuevo. Es el verdadero hombre libre. Es el hombre de Dios.
Por amor al altísimo se puede hacer muchas cosas que por él estamos donde estamos solo darle gracias por todo lo que nos ofrece,bendiciones!!!
ResponderBorrarCon las bienaventuranzas Jesús nos ofrece su manifiesto, las bases para la construcción de un mundo nuevo y mejor,un hombre nuevo a quien ofrece su misericordia si ponen en él su Fe. Amen!
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