martes, 24 de diciembre de 2013

Nos visitará el Sol que nace de lo alto

Entre las expresiones que más me gustan para definir la venida del Redentor está esta: "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz". El Niño Dios que nace en medio de la más grande sencillez, de la más inmensa pobreza, sin ni siquiera tener dónde hacerlo cómodamente, que está envuelto en pañales y recostado en un pesebre, es el Sol que nace de lo alto... Entre los paganos existía una fiesta que se llamaba "El Nacimiento del Sol Invicto", que hacía referencia al solsticio de invierno, coincidente plenamente con esta fecha del 25 de diciembre... Hay quienes afirman que la fecha de la Navidad se estableció originalmente en este día para "bautizar" esta fiesta pagana... Sea como sea, la venida del Salvador del mundo es el "encendido" de esta luz esplendorosa que viene a acabar con las tinieblas del mundo y a colocar al hombre en la más alta luminosidad, arrancándolo de las cerradas tinieblas, las que él mismo se había procurado con su pecado...

Así lo dice también el profeta Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, una luz resplandeció sobre ellos"... Es la expresión de la transformación radical de la que gozará el mundo y la humanidad entera por la llegada del Redentor... En esa transformación es necesario que los hombres pongamos nuestro granito de arena, pues la Luz de Jesús será eficaz sólo en la medida en que permitamos que brille también para nosotros...

Vivimos en un mundo que está oscurecido por muchas circunstancias diversas. El Dios que debía ser la luz del mundo, ha sido echado a un lado... Los hombres hemos preferido, dolorosamente y en un gesto inaudito de autoperjuicio, mantener una situación en la que carecemos de la luz necesaria para andar libremente... La oscuridad nos ha impedido saber los caminos que nos conducen a la felicidad, y en un empeño por buscarla de cualquier manera, sin recurrir a quien la da plenamente, nos hemos empeñado en recorrer un camino que nos lleva a metas desagradables, a lugares que nos dan sólo frustración. Algunas veces sentimos como si la felicidad pasajera y frágil que alcanzamos ocasionalmente ha sido fruto de haber recorrido el camino correcto, pero la realidad se nos revierte y en muchísimas ocasiones lo que nos deja es un sabor amargo de resaca impresionante...

El más grave problema de los hombres no es ya ni siquiera el pecado que hemos cometido, sino el empeñarnos en mantener a Dios fuera de nuestras vidas. Sin Él, ella se llena de frustración, no tiene ninguna dulzura, es sólo oscuridad y penumbra... La ausencia del Sol que nace de lo alto es el mejor camino para la destrucción del hombre. Donde no está Dios no hay fraternidad, no hay solidaridad, no hay ilusión, no hay ideales elevados... Donde no está Dios sólo hay frustración, desasosiego, inmediatismo, materialismo, odios, rencores, venganzas... Donde no está Dios falta todo y no hay nada... Por el contrario, donde está Dios hay todo: hay esperanza, hay amor, hay caridad con el más necesitado, hay justicia, hay verdad, hay paz... La luz que derrama ese Sol que nace de lo alto le da una coloración diversa, hermosa, atrayente, a todo lo que es vida... La vida se hace atractiva y no es un simple sucederse de minutos y de horas, sino que es una continua sorpresa deparada por la experiencia del amor...

Esa "gran Luz" que ve el pueblo que camina en tinieblas transforma toda la realidad. Para eso ha venido ese Sol que nace de lo alto. Es necesario que el hombre se deje llenar de su luz. Que deje de esconderse de ella, que ponga todas sus oscuridades bajo ella. El signo más llamativo de Dios es la luz que ilumina y destruye toda tiniebla. Cuando el hombre no está bajo esa luz, su vida está conformada sólo por matices y no por colores vivos y vivificantes. Sólo un hombre que se deja iluminar es capaz de ser también luz para los demás. Sólo quien se deja construir se convertirá en constructor. Sólo quien se deja refrescar, será frescura para su mundo...

La visita del "Sol que nace de lo alto" quiere ser una visita estable. No viene para estar sólo un tiempo, sino que quiere quedarse para siempre entre nosotros. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"... Basta con recibirlo llenos de la máxima ilusión para ser transformados radicalmente: "A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios"... Jesús, el Niño Dios que contemplamos con ternura en el pesebre, el Dios que se hace hombre por el amor infinito que nos tiene, posee la capacidad de transformarnos totalmente. De simples criaturas, aunque las más predilectas, por Él y por su amor, somos transformados en hijos de Dios, somos elevados a la máxima categoría, somos llamados a participar de la naturaleza divina, como Él quiso participar plenamente de la humana... En esa visita que hace Dios a los hombres, somos ganadores absolutos. Nada hay de pérdida para nosotros en el gesto amoroso de Jesús y del Padre. No dejarse iluminar sería la más rotunda derrota autoinfligida que podemos vivir. Por el contrario, colocarse bajo esa luz, dejarse iluminar en todas las tinieblas que poseemos, es la más dulce de las ganancias...

Hagamos de nuestro mundo una digna morada para el Sol Invicto, para Jesús. Abramos todas las ventanas, todas las puertas, quitemos todos los techos, para que los rayos de su luz nos envuelvan plenamente y eliminen cualquier sombra de muerte que exista entre nosotros. Para eso ha venido, porque nos ama. Dejémonos amar con toda la intensidad posible y seremos los hombres más felices sobre la tierra... Y el Sol que nace de lo alto habrá cumplido plenamente su misión...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario