Una de las ideas que mueven más mi espiritualidad es la de saber y experimentar la ternura infinita de Dios. Los hombres estamos necesitados de mucha ternura, y Dios está muy bien dispuesto a dárnosla continuamente. Estoy convencido de que Dios nos ha creado con ese fin: el de ser tierno con nosotros, porque nos ama infinitamente... Me imagino la figura de Dios conmigo, como la del papá o la mamá con su niño recién nacido. En estos días ese amor de los padres hacia sus hijos recién llegados lo he experimentado de primera mano... Una prima mía acaba de tener a su chamito, Julio César, y ella, su esposo, su hermana y sus abuelos, están en una actitud de ternura impresionante. Una amiga acaba de traer al mundo a Lourdes y ya los orgullosos padres han mostrado a todos las fotos de la niña... Otros amigos y familiares le han regalado al mundo el fruto de su amor y han vivido todos esos momentos con una ternura tremenda... Hace unos días he bautizado a varios niños. Y he vivido en carne propia el amor y la alegría de sus padres, viendo cómo sus niños nacen no sólo a la vida natural, sino también a la vida espiritual; cómo, de hijos suyos, se enriquecen con el ser hijos de Dios... Así he vivido la alegría de María Paz y de Mía, y las caras orgullosas de sus madres, de sus familiares y de sus amigos...
Estas experiencias me confirman aún más cada vez en la conciencia que tengo de un Dios tierno conmigo y con todos... Si los padres de estos niños son así de tiernos con ellos, infinitamente más lo es mi Padre Dios conmigo... Somos hechura de sus manos, y hemos sido creados "a su imagen y semejanza", lo cual quiere decir que en nuestras cualidades no hacemos más que participar de las de Él. Y nuestra participación es en un grado muy inferior a las originales suyas... Participamos de la ternura divina, somos tiernos porque Él lo es. Con la única diferencia que nuestra ternura es limitada y la de Él no tiene límites, pues en Él todo es infinito... Vivo, por lo tanto, en un baño continuo de la ternura de Dios por mí, al extremo de que en todo lo que vivo no hago más que imbuirme más y más en ella, me baña Dios de su amor hecho ternura por mí, compruebo cada segundo, incluso en los momentos "malos", que no tengo otra certeza que la de su ternura, la de su protección, la de su providencia infinita, la de su consuelo y alivio en mis dificultades, la de la alegría vivida con mayor plenitud a su lado...
Y para mí, vivir esa ternura me compromete con Él, con su amor y con su ternura... Me hago consciente de que debo ser instrumento de ese amor para que le llegue a todos mis hermanos. De que no puedo quedarme con una experiencia tan hermosa y tan entrañable para mí solo... El amor no me lo permite, pues no sería entonces realmente amor, sino narcisismo. Dios me da su amor y su ternura, para que yo se los lleve a los hermanos, porque también los amo. Así como amo a Dios, debo demostrar ese amor que le tengo, amando a los demás. Es lo que tan acertadamente dice San Juan: "Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, pero no ama a su hermano, a quien ve, miente"... Y yo no quiero ser mentiroso con Dios. Es más, es imposible serlo con Él... Por eso, amarlo es, simultáneamente, querer que todos vivan en su amor, que todos sientan su amor y su ternura, que todos experimenten lo entrañable de estar bien resguardados en ese corazón que es hecho de amor infinito...
Por eso, quiero hacerme como aquello que dice Isaías... Quiero ser "la voz que grita: En el desierto, prepárenle el camino al Señor, allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale"... Que mi voz llame a todos a acercarse al Señor, a que preparen una senda por la que venga Dios a sus corazones y los llene de la máxima y más entrañable ternura, que experimenten el ser los niños de Dios a los que trata con la mayor de las delicadezas... Que para cada uno de mis hermanos se cumpla perfectamente el anuncio de Isaías: "Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres". Es un Dios tierno que toma a los pequeños y a las madres en sus propios brazos y los cuida amorosamente... Ya está muy largo el desierto en el que viven los hombres. Ya es mucho el tiempo en el que los hombres han querido estar lejos de la ternura de Dios y han preferido la amargura, la sequedad, la tristeza, el odio, el rencor. Ya es necesario que las voces de quienes hemos experimentado la ternura divina, se lo gritemos al mundo, a ese desierto que viven los hombres... Decirles a voz elevada que descubran la ternura de Dios y que la vivan, que no existirá para ellos experiencia más entrañable y compensadora que esa. Que sólo la prueben para que se den cuenta de que ya, después de vivirla, jamás en el futuro podrán vivir sin ella. Y que la tendrán asegurada, pues el Dios amor jamás se las negará... Debemos gritarlo con nuestras palabras y con nuestras obras. Que en todo lo que digamos y hagamos se descubra la ternura del Dios que ama a todos, que los quiere buenos, que los quiere felices, que los quiere fuera de toda opresión y necesidad, que los quiere hermanos y solidarios con los que más necesitan, con los más humildes y los más sencillos...
Ese el Dios verdadero... No el que nos han presentado como un suegro que espera en todas las esquinas de nuestra vida cualquier resbalón para caernos a golpes, el que está acusando y esperando para condenarnos, el que tiene su vara levantada para golpearnos apenas caigamos... Ese no es Dios. Ese es el dios que muchos se han construido, porque le tienen miedo al amor, porque prefieren vender una imagen de un dios lejano para poder seguir haciendo sus tropelías, escudados y excusados en un espejismo falso que se han creado ellos mismos...
Nuestro Dios, amor y ternura, es el mismo del que nos habla Jesús. Es el Buen Pastor que no deja que ni una sola de sus ovejas se pierda. Es el que deja las 99 en casa bien resguardadas y sale de sí mismo, se hace hombre, asume nuestra humanidad rebajándose al máximo, para recuperarla. No dejará nada para sí, pues lo entregará todo, hasta su propia vida, para tenernos de nuevo en el redil... No hay mayor ternura que esa... Jesús se ha atravesado en el camino de la bala que venía hacia nosotros y en ese gesto se le ha despedazado el corazón... Y lo hizo para recuperarnos, para tenernos junto a sí, para colocarnos de nuevo delante del Padre con la cara lavada, no con nada que hicimos nosotros, sino con la sangre que Él mismo ha derramado... Hemos sido lavados con la misma sangre purísima de quien no tenía ninguna culpa. Él se ofreció para lavarnos. Nos limpió con su sangre y hemos quedado resplandecientes delante del Padre... Jesús y el Padre saben muy bien lo que pasó. Saben muy bien que nosotros no nos merecíamos tanto. Pero no se han fijado en nuestros merecimientos, sino en el amor infinito que nos tienen. Y por eso lo han hecho... Así, me siento bañado cada vez más en ese amor tierno de mi Dios, y no quiero salir jamás de él... Quiero estar en ese corazón siempre. Sintiéndome amado como un recién nacido, acunado en los brazos de mi Padre que me ama con ternura infinita...
Dios nos ama de una manera tan especial que cada uno siente que es el consentido de Él. La Bendición.
ResponderBorrarAsí es Ma. Auxiliadora. Todos somos sus consentidos y sus preferidos... Hasta el más pequeño y el que menos se siente digno de su amor... Saludos a los tuyos. Dios te bendiga
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