El amor ilusiona. Y más aún cuando es un amor nuevo, fresco, juvenil. Ninguno de nosotros olvida jamás al "primer amor", por lo que significa de novedad, de aventura primera en los terrenos de la ilusión y de los afectos... Sin duda, cuando amamos por primera vez nos sentimos gozosos, poderosos, creemos que nada nos podrá vencer. Ese amor se hace más fuerte cuando es totalmente correspondido y se está seguro de la respuesta afirmativa a nuestra propuesta... Cuando dos jóvenes sienten que se aman, se sienten también los más importantes sobre el mundo... Es cierto que en este amor pesa muchísimo la ilusión, es decir, puede tener bases endebles, pues se necesita de su maduración para que sea firme y sólido. Pero la experiencia en sí misma, por lo que significa de apertura a vivencias nuevas y por descubrir es, en sí misma, valiosísima. Nos abre al mundo del sentimiento hacia alguien diverso a los nuestros. Ya no es el amor al padre o a la madre o a los hermanos o a ningún familiar... Es alguien "extraño" que irrumpe en nuestra intimidad y comienza a "robarnos" nuestros pensamientos y nuestros suspiros...
Este proceso de cortejo es el que Dios quiere que vivamos todos en Él. Dios es "el Amado" que es como "un gamo.., un cervatillo", que llega "saltando sobre los montes, brincando por los collados". Sus movimientos de acercamiento son gráciles y audaces, y atraen toda la atención. No hay en Él nada de improvisación, pues sabe muy bien que lo que hará será siempre atractivo. Para el que está sediento de amor, el acercamiento afectuoso del Dios del amor será siempre muy atrayente y lo llenará de ilusión. Es el alma del hombvre que está en búsqueda de lo que lo colme plenamente. Aun sin saberlo, sin que sea consciente en el hombre esta necesidad, Dios sabe muy bien que Él es lo único que le dará plenitud, y por eso se ofrece maravillosamente. Es lo que comprendió perfectamente San Agustín, al decir: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"... Sólo en Dios "descansa el alma", sólo Dios da la serenidad al hombre que está siempre en búsqueda de ese "algo" que lo llenará de armonía interior. No vivir en ese amor será siempre desconcertante, frustrante, inquietante... La oscuridad sombría será la única característica que definirá el estilo de vida de quien no vive en el amor de Dios...
Lo mejor de este amor refrescante, juvenil, que llena de ilusión y de fuerzas, es que siempre será así. La madurez, en este caso, sólo logrará que ese amor se solidifique. La madurez en el amor de Dios hace que la ilusión sea mayor, que llene más de alegría, que dé más plenitud...Es "el amor primero" que sólo puede ser el de Dios, pues Él es la fuente del amor. Todo amor primero viene de Dios, pues es el que surge de quien es la fuente, y por ello, siempre será fresco y joven. La alegría del que vive en el amor de Dios es que siempre estará viviendo en la primera ilusión. Cuando el amor "envejece" no es por causa de quien es la fuente, sino de quien lo recibe. Ha dejado que se vaya perdiendo la ilusión, no lo ha "cuidado", no ha "regado el jardín" donde crecen las flores más lindas del amor. Ha permitido que haya otras realidades inferiores que ocupen la ilusión, con la consecuente pérdida de la intensidad, pues nunca nada llenará de mayor ilusión que el mismo amor de Dios...
Dios nos dice continuamante como dice el amado a la amada: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume". Y esa llamada se hace concreta en Jesús, que viene a cortejarnos. Es la voz de Jesús que nos dice a cada uno: "Ya ha pasado el invierno, ya estoy yo aquí para darte de nuevo la ilusión. Déjate amar por mí, y siente de nuevo la frescura de ese amor primero que has descuidado y que has dejado a un lado. Ya no tengo más nada contra ti, pues yo mismo me entrego para que tu deuda quede saldada. Yo soy tu amor primero y quiero siempre serlo. Te renuevo y te lleno de ilusión..."
Es la experiencia más gratificante que podemos vivir los hombres... Cuando recibimos ese amor y dejamos que nos invada plenamente y nos llene de toda la ilusión que puede darnos, somos como Juan Bautista que saltó de gozo en el vientre de su madre: "En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre"... Incluso hasta los seres en gestación, como Juan, son capaces de descubrir la ilusión fresca y joven que Dios puede darles... Con mayor razón lo pdemos hacxer los que ya estamos avanzando por la vida...
Tenemos que hacernos como Juan Bautista, reconociendo en Jesús al que nos hace saltar de alegría. Al que viene a conquistarnos como ese gamo o ese cervatillo que viene saltando por los montes, haciendo piruetas para atraer nuestra atención. Que el saber que nuestro Dios, en Jesús, se hace el encontradizo con su amor, para darnos ese amor que es el único que nos dará la ilusión continua, y que por lo tanto será siempre joven y fresco, y que nos renovará continuamente. En el amor de Dios derramado sobre nosotros en Jesús, nunca envejeceremos. Siempre seremos jóvenes y viviremos la ilusión de los jóvenes que se enamoran y suspiran siempre viendo un panorama de ensueño...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario