En la decisión eterna que tomó Dios para redimir el hombre, asumiendo en todo la condición humana, estaba, evidentemente, entrar a la vida terrena a través de una familia. Cuando el Verbo se hizo carne lo hizo en el vientre de una Madre, y en sumisión total a la forma en que se desarrolla la vida de cualquier niño, con una Madre y un Padre. El Niño Dios. tierno y frágil, tenía que contar en sus primeros años de la protección, el cuidado y las atenciones de sus padres. Es realmente sobrecogedor pensar en que la decisión del Dios Todopoderoso, el Creador y Sustentador de todo lo que existe, haya decidido colocar su existencia terrena en las manos de dos personas que están en el mundo por su amor, su decisión y su providencia... Pero en el "se hizo carne y habitó entre nosotros" está incluida esta "locura" de amor divino...
La familia es, para todos los seres que existen, una realidad primordial. También en el "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" está incluida esta realidad divina. Dios es Familia, la primera de todas. Dios es Padre, Hijo y Amor. En Dios existe lo que existe en toda familia: paternidad, filiación y el lazo indisoluble del amor. Como familia, los hombres somos también "imagen y semejanza" del Dios Familia. Es natural, en efecto, que el Verbo, al dejar "abandonada" su gloria eterna, hubiera querido entonces entrar en la nada humana a través de esta institución esencial de la naturaleza...
Los hombres tenemos, de este modo, modelos perfectísimos donde vernos reflejados para desarrollar nuestra esencia familiar. La Familia que es Dios y la Sagrada Familia en la que fue acogido el Niño Dios. Ambas, podemos afirmarlo sin dudas, son la suma de las perfecciones hacia la cual debe tender la familia humana... No existen modelos superiores por los cuales podríamos guiarnos y, aunque nos parezcan inalcanzables por la altura en la que se encuentran, no debemos arredrarnos en el intento por avanzar cada vez más hacia ellas. El hecho de ser llamados a la perfección no hay que verlo como algo imposible o inalcanzable, sino como reto al que hay que tratar de responder siempre con audacia...
Lamentablemente, nuestra realidad actual es muy distinta. Los hombres, imbuidos en una mentalidad de la provisionalidad y de lo desechable, hemos echado en el mismo saco a la familia. No se valora a la familia como la institución por la cual vale la pena luchar, por la cual vale la pena asumir compromisos estables, por la cual vale la pena sacrificar incluso intereses o prebendas personales. Sólo es el "bienestar" el que es valorado y se ha colocado por encima de cualquier otro valor. Si me siento bien, si me gusta, si me causa placer, vale la pena. Si no, se deja a un lado. Lo tengo hasta que produzca ese "bienestar". Cuando ya deje de producirlo, lo echo a un lado, y me voy por otro camino a buscar de nuevo otra cosa que me lo produzca... San Pablo da con la clave de lo que debe estar en la base de todo: "Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada"...
Es el amor el que le da sustento y el que da la meta, el que está en la base y por encima de todo. Un concepto de amor que debe ser asumido como en lo que es en realidad, y no en lo que lo que lo hemos querido convertir los hombres. Tenemos un concepto de amor demasiado iluso, idealista, color de rosa. Cuando hablamos del amor, hablamos frecuentemente de las nubes del cielo o de los angelitos volando a nuestro alrededor... Esto no es amor, sino sensiblería bobalicona... El amor es comprometerse profundamente en la búsqueda del bien del otro, pasando por encima de las dificultades y barreras que puedan presentarse... Pensemos en el amor que podemos descubrir en el mismo Dios. El Amor en Dios es una Persona, la Tercera, el Espíritu Santo. No es un simple sentimiento, sino que es el vínculo íntimo entre todos... Y ese Espíritu Santo está siempre procurando que todos vivan el bien supremo, como no puede ser de otra manera en la intimidad divina... Pensemos también en el amor vivido en la Sagrada Familia, colocado, por supuesto, por encima de cualquier interés personal y buscando siempre el bien para todos, y colocándolo como meta particular de cada miembro...
Por amor, la Virgen María aceptó la misión que le anunció el Ángel Gabriel. Si hubiera pensado en las consecuencias que eso le traería en lo humano -pensemos en el rechazo de José, en la espada que atravesaría su alma, en el qué dirán de los de alrededor...-, para ella habría sido mucho mejor decir que no... Por amor, San José fue valiente al aceptar la encomienda que se le hizo de aceptar a María en su casa y de convertirse en el Custodio de quien venía a realizar la obra de la Redención de todos los hombres, pasando con la máxima humildad y silencio por la historia y convirtiéndose en el sustento material de esa Familia Sagrada... Por amor, el Niño Dios aceptó someterse a la autoridad de sus padres terrenos, viviendo cada una de las etapas de la vida de cualquier hombre, venerando a su Madre María y a su Padre José... En la Sagrada Familia sólo se puede entender que la vida se desarrollaba dentro de la normalidad del amor mutuo... Podemos imaginarnos la vida cotidiana de cualquier familia hebrea del tiempo, y tendremos la vida de Jesús, María y José. Alegrías, bromas, tristezas, problemas, conflictos ocasionales... vividos todos en medio del clima natural del amor mutuo...
Nuestra mentalidad de provisionalidad, de desechabilidad, de bienestar y comodidad, no cuadra con la intencionalidad firme de la vida familiar. Cada miembro de la familia debe poner su granito de arena, amando y procurando siempre el bien para los otros, renunciando a la sola búsqueda del bienestar material, a la idea del amor bobalicón que pretende ser sólo bueno cuando las cosas están bien y que huye cuando se presentan problemas... El amor en la familia compromete a hacer lo mejor y a poner lo mejor de sí para construirla. A pensar que es una realidad que necesita ser sólida, para que la sociedad y el mundo entero estén sólidos. No podemos hacer desequilibrarse al mundo y a la sociedad a fuerza de seguir persiguiendo sólo el bien egoístamente. Cuando todos nos decidamos a hacerlo así, estaremos asistiendo a la desaparición del hombre... Por el contrario, cuando pongamos el bien del otro, del amado, por encima del nuestro, precisamente porque lo amamos, principalmente en la familia, estaremos en un mundo ideal, en el que todos pugnarán por hacer feliz al otro, porque se le ama intensamente, y porque por amarlo, se quiere lo mejor para él o para ella... Esa es la verdadera familia...
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