La presencia de Jesús entre los hombres fue realmente reveladora... En Él se cumplían todas las expectativas que se habían creado en el pueblo de Israel sobre la acción de Dios directamente en favor de ellos, y que habían sido profetizadas abundantemente... Todas las obras que iba realizando Jesús no eran más que la verificación de que todo lo que se había dicho sobre Él era verdad. Era el cumplimiento, la verificación, de las promesas de Yahvé a su pueblo. Dios no había engañado... Era imposible que lo hiciera, pues su motivación principal era su amor por los hombres. Y el amor jamás deja esperando, jamás engaña, jamás defrauda...
La alegría del pueblo estaba en que Jesús se ponía al lado de los que tenían más necesidades: tullidos, lisiados, ciegos, sordomudos, y muchos más. Ellos estaban recibiendo la caricia de Dios, estaban siendo objetos del derramamiento de amor que venía a traer Jesús... "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", había dicho eternamente el Verbo de Dios y estaba haciendo realidad su disponibilidad eterna a la voluntad del Padre. No iba a ser sólo la de la entrega definitiva hasta el momento crucial de su muerte en Cruz, a la cual no se negó jamás -"Que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya"-, sino que estaba ya siendo la de decirle al mundo, la de gritarle con sus obras, que Dios los amaba infinitamente y que por eso lo había mandado a Él para dárselos a entender prácticamente. El amor de Dios no era sólo una entelequia hermosa de ver y de contemplar.. Era la verdad. Era la vida que venía a traer para todos, era la definitiva puesta al lado de su voluntad, de su favor, de su poder amoroso...
Cristo hizo real la prioridad de los pobres, de los necesitados, de los que son humildes y sencillos... El mundo ya estaba cansado de que fueran favorecidos por los poderosos solo los de su grupo, sólo los que tienen posibilidades económicas o políticas, los que como ellos tienen poder... El mundo se estaba revelando dulcemente en Jesús a lo que estaba sucediendo siempre. No era una sed de venganza ni de retaliación, sino el deseo de poner las cosas en su orden correcto. Son los que menos son favorecidos los que deben ser atendidos con más amor, son los que todos rechazan los que deben ser más aceptados, son los que todos excluyen los que deben ser incluidos con más amor y ternura... Fue lo que vino a hacer Jesús. Ante el malestar del mundo por el desplazamiento de los necesitados, él tomó la batuta de la nueva orquesta de amor divino, que venía a producir la sinfonía más hermosa, la que favorecía a los desfavorecidos, a los menos tomados en cuenta, a los que todos ignoraban o pisoteaban...
Por eso Jesús se ocupa ya no solamente de lo grueso, sino de lo pequeño, de lo ordinario, de lo cotidiano. Los que han estado con Él ya llevan tres días -¡tres días!- sin comer... Están tan felices de ver el nuevo orden que se está imponiendo con Jesús -el del amor-, están tan dichosos de ver que es la ternura de Dios la que brilla sobre los sencillos, que poco les importa lo que a ellos les hace falta. Son testigos de la obra maravillosa de Dios en favor de los últimos, y eso es lo que más les importa. Comparten el gozo de los curados, de los sanados, de los amados, de los que enternecen a Dios... No importa más nada... Y en ese estar pendiente de lo pequeño, de lo que nadie ve, Jesús se da cuenta de que estos hombres que lo siguen no han comido nada en todo el tiempo que lo han seguido... Es necesario hacer algo en favor de ellos. Hay que darles comida... Y le ordena a los apóstoles, los que son su mano derecha, que lo hagan. Pero ni siquiera ellos tenían nada. Sólo consiguen siete panes y dos peces que alguien tiene. Y es lo que ponen en las manos de Jesús... Y el Dios tierno se transforma en el Dios poderoso, o mejor, agrega a su ternura, su poder infinito. Y logra el milagro. Con lo que Jesús hace da de comer y sacia el hambre de toda la gente. ¡Y sobran siete cestas! La ternura de Dios es sobreabundante. ¡Dios es exagerado cuando ama y cuando deja expresar toda su ternura!
Es la lógica divina... Si el hombre necesita y conviene para él lo que pide, Dios lo da abundantemente. Si necesita perdón, se lo da todo. Si necesita voluntad, la pone en sus manos. Si necesita fe, le da la mayor confianza. Si necesita ser solidario, le infunde el espíritu fraterno... Si necesita de su ser amoroso y tierno, no mide cuánto dar, pues se da todo, y Él, que es amor pleno, lo es infinitamente..
Así quiero que hagas conmigo... Yo quiero ser, Señor, esos siete panes y esos dos peces, para que tú me multipliques para mis hermanos. Quiero ser a quien Tú des para saciar el hambre, las necesidades, de mis hermanos. Quiero que me multipliques para hacer saber a todos los sencillos y humildes cuánto los amas, cuánto los prefieres sobre todos, cuánta ternura eres capaz de darles a cada uno, personalmente. Quiero ser el pan y los peces que sirvan para convencer a todos que Tú sigues en medio del mundo, queriendo alegrar la vida de cada uno, queriendo ser tu ternura hecha carne en mí, para ser caricia tuya para los más necesitados, para los tullidos, los lisiados, los ciegos, los sordomudos, los pobres, los más desplazados y excluidos... Que yo sea tu amor, Señor. Que yo sea tu ternura. Que yo sea tu presencia en el mundo que tanto lo necesita y que ya está cansado de que los favorecidos sigan siendo sólo los poderosos... Ya está bueno. Yo quiero ser tu voz sonora que le grite a los que menos importan que, al contrario, son los más importantes, los que te mueven, los que te hicieron hacerte hombre y morir en la Cruz, y resucitar glorioso para que tu victoria fuera la de ellos... Multiplícame a mí, Señor...
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