Somos expertos en contradicciones. En general, nos cuesta estar conformes con lo que buscamos, cuando lo tenemos. Quizá esa sea la clave, en lo que se refiere a lo bueno, para avanzar siempre. Se nos ha enseñado que tenemos que estar siempre en búsqueda de lo mejor para por lo menos adelantar; a no contentarnos con los mínimos para no caer en la mediocridad. En los Cursillos de Cristiandad se enseña a colocarse ideales cada vez mayores, como clave para que el hombre avance hacia la plenitud. Y se dice que el ideal mayor es la Gracia, el mismo Dios habitando en nuestro ser, para poder decir que hemos llegado a nuestro máximo nivel. El ideal es lo que definirá nuestra tensión vital. A ideales más grandes, la vida será más intensa, más rica. Un hombre sin ideales, o con ideales "chucutos", tendrá una vida vacía, igualmente "chucuta".
Pero no me quiero referir a esta inquietud legítima y enriquecedora que nos hace crecer, sino a la inconformidad y la crítica que nos empobrece, en cuanto no nos hace sentirnos satisfechos con ninguna de nuestras realizaciones, con ninguna de nuestras experiencias. Los hombres continuamente insatisfechos están, igualmente, continuamente frustrados. Nada los contenta, todo les molesta, no son capaces de mirar más allá de sus narices y de descubrir las riquezas que tienen a su alrededor. Se colocan ante los ojos un manto negro que les oscurece todo el panorama... Recuerdo una vez que una señora me comentó en una charla que estaba dando: "Padre, si Dios nos quiere felices, ¿por qué no nos impidió ser infelices? ¿No hubiera sido mejor que nos impidiera pecar, que nos impidiera alejarnos de Él, que nos impidiera hacer el mal?" No estaba mal encaminada su inquietud, pues es el camino más fácil para "ser fieles" a Dios... Yo le respondí que de haber sido así, nuestra elección de Dios no hubiera tenido entonces ningún mérito, pues no se hubiera presentado una alternativa, una opción distinta. La elección de Dios tiene valor precisamente porque podemos no elegirlo, porque tenemos otra alternativa, porque al elegirlo a Él lo estamos valorando más que lo que se le opone... De no ser así, nuestro camino sería una calle ciega, una dirección obligada, tomada sin libertad, sino porque simplemente no existía otra opción...
También le dije a la señora: "Suponte que Dios no nos hubiera dado opción, no nos hubiera hecho libres para elegirlo y amarlo... Estoy casi seguro que tu pregunta hubiera sido hecha en otro sentido: 'Padre, ¿Por qué Dios no nos dejó la opción de elegirlo libremente? Al no hacerlo, ha coartado nuestra libertad... Luego, no nos ama realmente..'" Es nuestra continua historia... La inconformidad y la crítica son muy buenas para lo bueno, pero son paralizantes cuando gastamos sus energías en simples rebeldías... No nos enriquecemos con ellas, y por ello estamos cuestionando siempre todo... Si hace frío, nos quejamos del frío. Si hace calor, nos quejamos del calor... Si vamos a la playa, hubiéramos preferido la montaña. Si vamos a la montaña, hubiéramos preferido la playa.... Si el cura de la parroquia tiene carro, lo criticamos porque se ha gastado un dineral en él. Si no lo tiene, lo criticamos porque no sabemos en qué gasta todo su dinero... Si va con alguna señora, ya pensamos mal de él. Si va con un señor, pensamos peor. Si va con un grupo de jóvenes, lo crucificamos. Si está solo, es un antisocial... Si la vecina no saluda, es mala gente. Si se para a hablar un rato con nosotros, es inaguantable con sus cuentos... Si alguien progresa en su trabajo, alguna jugada extraña habrá hecho. Si no progresa, es un incapaz...
Jesús mismo nos pone la crítica al frente: Esta generación "se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: 'Hemos tocado la flauta y no han bailado; hemos cantado lamentaciones y no han llorado...'" Es una historia triste de la humanidad. La crítica inconforme de todo lo que sucede alrededor, que nos hace la peor jugada... "Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: 'Tiene un demonio'. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Ahí tienen a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores'". Por esa continua crítica rebelde dejamos pasar las riquezas más grandes ante nuestra vista, pues ni aprovechamos lo que nos dice Juan para prepararnos a la venida del Señor, ni aprovechamos lo que hace Jesús a nuestro favor, redimiéndonos, salvándonos y abriendo las puertas del cielo para nosotros, simplemente porque "no nos cuadra"...
Nos hemos erigido nosotros mismos en la medida supuestamente ideal. Todo debe ser hecho según nuestro criterio. Todo debe ser pensado según nuestro pensamiento. ¡Y que a nadie se le ocurra criticarnos! Decimos: "Así soy yo, no voy a cambiar... ¡A mí que me acepten como soy!" ¿Con qué derecho decimos estas cosas? ¿Acaso los que estamos alrededor tenemos obligación de aceptar lo malo que tienen otros, simplemente "porque yo soy así y no voy a cambiar"? ¡De ninguna manera! Si tu manera de ser es perjudicial, debes cambiar. Si esa manera de ser tuya hace daño, nadie tiene la obligación de aceptarte como eres... En función del amor mutuo, en función del bien mayor, se debe cambiar. Y punto. No son necesarios más argumentos. Quizá por empeñarnos en creernos perfectos, los hombres estamos perdiendo la posibilidad de avanzar por caminos realmente enriquecedores, totalmente compensadores.
El mejor regalo que podemos hacernos nosotros mismos es apuntar nuestras baterías hacia la crítica constructiva de nosotros mismos, sin empeñarnos en criticar todo lo demás simplemente "porque no nos cuadra". Lo ideal es que, mientras no estemos avanzando en el camino de la perfección "no nos cuadremos nosotros mismos". Es la manera de retomar el camino hacia esa perfección que nos pide Jesús, la manera de avanzar al encuentro de Dios, que es el Ideal mayor, el que elegimos con total libertad y por el que optamos y valoramos más altamente, y ponemos nuestra vida en función de Él...
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