En ningún momento los hombres estamos solos. El problema radica en que teniendo la mano de Dios tendida hacia nosotros, miramos hacia otra parte y despreciamos muchas veces ese apoyo que es seguro e indudable, y preferimos pasar a confiar en otras realidades que no son tan sólidas como el amor... Una vez escuché a un charlista diciendo que Jesús en el Evangelio nunca habló de sí mismo, en el sentido de que nunca se hizo propaganda. Y lo decía como queriendo acentuar la absoluta humildad de Jesús, sobre la cual no tengo ninguna duda, cuando presentaba al Padre como Aquél al que había que seguir, al que había que amar, al que había que servir... En ese sentido, tenía razón, pues Jesús tenía muy clara su misión, la que le había encomendado el mismo Padre y que Él había aceptado con obediencia y sumisión total de Hijo... "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", dijo eternamente el Verbo de Dios ante el Padre... Y, como dijo San Pablo, Jesús "aprendió, sufriendo, a obedecer". Y por esa obediencia extrema alcanzó la Redención de los hombres y con ello, cumplió perfectamente la misión que le había sido encomendada... En ese sentido, Jesús es el modelo perfecto de obediencia, que nos sirve a todos para avanzar por las mismas rutas para perfeccionarnos...
Pero aun cuando la afirmación en el sentido que hemos dicho es cierta, no lo es en el sentido general, pues Jesús en el Evangelio sí habla de sí mismo, y, en cierto modo, se hace propaganda para acompañar al hombre, si éste lo acepta, en el camino del crecimiento, de la fe, de la confianza, del alivio y del consuelo... La obra de Jesús no terminó con su muerte en la Cruz, ni con su gloriosa resurrección. No hay que pensar que después de culminada la obra redentora, Jesús "se fue", desentendiéndose del mundo y del hombre. Es imposible que así sea, pues la obra de Cristo no fue sino el primer paso en la ruta de la plenitud que, aun cuando se alcanzó con su Pascua, necesita ser aún llevada a su desarrollo total, pues se dio, pero aún falta... Es el "Ya pero todavía no", del que habla tan acertadamente Pablo... La Redención es ya una realidad alcanzada, pero tiene que llegar a todos y a todo, hasta ser vivencia de plenitud al final de los tiempos...
Por un lado, Jesús nos ha prometido su presencia en esta etapa de "desarrollo" de la Redención. Antes de ascender a los cielos Él mismo le dijo a los Apóstoles: "Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos". Pero, además, esa presencia suya se hace real, sacramental, en diversas circunstancias de la vida del cristiano... En primer lugar, en la misma Eucaristía, presencia más densa de Jesús en la historia humana. Según las mismas palabras de Jesús, que no nos puede engañar, el Pan Eucarístico es "Mi Cuerpo que será entregado por ustedes" y el Vino Eucarístico es "El Cáliz de mi Sangre...; Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados". No es un mero simbolismo, como lo pretenden algunas seudointerpretaciones vaciadores del sentido sacramental de la Eucaristía. Jesús está realmente presente en el Pan y en el Vino de la Eucaristía, y se sigue entregando, ciertamente ya sin pasión, produciendo los mismos efectos de salvación que los de la Última Cena con los Apóstoles... Pero, además, podríamos hablar de otras dos presencias reales de Jesús: En los pobres y en la oración. En sus mismas palabras nos ha dicho: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos pequeños míos, a mí me lo hicieron", con lo cual nos estaba confirmando su presencia en los más humildes y sencillos, y que, por lo tanto, actuar con amor a favor de ellos es hacerlo a favor del mismísimo Jesús. Y nos dijo también: "Cada vez que se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ustedes". La oración hecha en el nombre de Jesús es la seguridad de su presencia entre nosotros. Pobres y oración, además de la Eucaristía, son presencias reales de Jesús en nuestra historia...
Pero, en la dinámica del amor tierno y providente de Jesús por los hombres, es necesario destacar una "cuarta" presencia suya en nuestra historia. La del que está dispuesto siempre a ser alivio, consuelo, apoyo, en las dificultades que tendremos los hombres. Notemos bien que Jesús no ofrece su presencia para hacer desaparecer los problemas. Nos equivocamos cuando decimos que estar con Jesús es asegurar la serenidad plena, en el sentido de que todos nuestros "problemas" estarán resueltos o que Él nos los evitará. Jamás eso nos lo dice Jesús... Si al caso vamos, lo que nos dice Jesús es todo lo contrario. En el "Apocalipsis" de Lucas, en las Bienaventuranzas, y en varias otras oportunidades más bien nos pinta un panorama bastante distinto al de esa supuesta serenidad que muchos piensan... Nuestra fidelidad a Él nos traerá pruebas, persecuciones, dificultades... No nos engaña Jesús, ni quiere "endulzar" nuestra realidad futura si estamos bien dispuestos a seguirle fielmente...
Pero lo que sí nos asegura Jesús es que en ninguno de esos momentos estaremos solos. "Yo los aliviaré", nos asegura. No nos dice: "Yo les evitaré los problemas", sino que se ofrece como apoyo, fortaleza, alivio y consuelo en medio de ellos... Por eso, con Pablo debemos tener la certeza de que "en todo eso vencemos, por Aquél que nos ha amado", y de que "todo lo puedo en Aquél que me da la fortaleza"... No somos muy inteligentes, por lo tanto, cuando preferimos quedarnos solos, no permitiendo a Jesús ser nuestro mejor apoyo. No hacemos las cosas correctamente cuando empezamos a quejarnos de Dios cuando sufrimos, y no le damos la oportunidad de ser de verdad nuestro apoyo. Es posible que lleguemos a un punto en el que pensemos que ya no hay nada de lo cual agarrarse para poder surgir victoriosos de en medio de las pruebas y de las dificultades. No jugaremos bien este juego si nos desligamos del único vínculo que nos puede llegar a quedar en algún momento oscuro... En el peor de los momentos, en el más oscuro de los tiempos, cuando pensamos que ya no hay más nada por hacer, nos queda la mano tendida de Jesús: "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que Yo los aliviaré"... ¿Cómo no aprovechar esa mano poderosa y amorosa que está para agarrarnos y ayudarnos en el peor momento? ¿Cómo no hacer lo que hicieron los Apóstoles cuando vieron que se hundía la barca y clamaron a Jesús: "¡Señor, sálvanos, que nos hundimos y pereceremos!"? ¿Cómo no tener la confianza que tuvo Pedro en Jesús cuando empezó a hundirse al sentir el viento mientras caminaba sobre las aguas: "¡Señor, sálvame!"? La realidad es que Jesús jamás permitirá que nos perdamos, que nos hundamos. Le hemos costado un precio muy alto para dejarnos a la intemperie. Por eso podemos tener la absoluta certeza de que estamos en sus manos. Incluso cuando pensemos que todo está perdido, no es verdad, pues la mano de Jesús está allí, sosteniéndonos. Y esa mano es poderosa, tanto, que venció a la muerte. Y si ha vencido a la muerte, podrá vencer cualquiera de nuestras dificultades. Es el músculo del amor tierno y misericordioso de Dios que está favor de nosotros, por lo cual jamas seremos vencidos... Basta que nos tomemos de Él para experimentar su amor todopoderoso, que vence cualquier sufrimiento, cualquier dificultad. Y que está siempre a nuestro favor... No cometamos la torpeza de quedarnos solos. Sería la peor elección que haríamos en nuestra vida...
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