En muchos países la liturgia este año traslada la Solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, para dar cabida a la celebración del segundo Domingo de Adviento y evitar así una especia de "bache" en la espiritualidad de espera que corresponde a este tiempo. Es razonable que así sea, pues en la celebración del Adviento la intención es que los cristianos nos preparemos para recordar aquella primera venida de Jesús, hace ya más de dos mil años y asistir emocionados al acontecimiento grandioso del Dios que se hace niño, iniciando así su historia humana para realizar la Redención de los hombres. Algún autor ha dicho que hasta los primeros llantos de aquel niño divino son gestos redentores y salvadores de la humanidad... Y también apunta a que aumentemos en nuestra esperanza de ver cumplida la historia con el reinado definitivo y universal de Jesús, al final de los tiempos. Se trata, así, de añorar con fervor y alegría aquella segunda venida anunciada por el mismo Jesús, en la que se restablecerá absolutamente todo en Dios...
Sin embargo, si vamos a la esencia de la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, debemos afirmar con toda sencillez que colocarse ante este misterio grandioso y único en alguien de nuestra misma raza, nos pone ciertamente en una espiritualidad que difiere poco de lo que se quiere acentuar en el Adviento.. Contemplar a María, la Purísima, es contemplar a la mujer que vivió con la mayor ilusión la esperanza de la llegada del Redentor. La historia de María es historia de espera, de preparación, de disponibilidad delante de Dios. Su cántico del Magníficat no es otra cosa que el reconocimiento total de la obra que Dios realiza en Ella por aquella entrega total, sin ocultamientos, que confirma delante del Ángel... María no se entrega con su Sí definitivo al Ángel sólo en aquel momento glorioso de la historia humana. Ya lo había hecho desde su niñez... La tradición nos dice que fue presentada por sus padres, Joaquín y Ana, en el templo, en un gesto que significaba que la entregaban completamente a Dios. Puede ser verdad o no la tradición, pero lo cierto es que la historia posterior de la Virgen nos dice que en la base de su vida estaba la plena conciencia de ser sólo de Dios. "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra", le dice María al Ángel. No es una decisión del momento, motivada sólo por una emoción pasajera que se hubiera dado por esta experiencia extraordinaria y mística del encuentro con Dios a través del Ángel. María había sopesado ya muchas veces esto en su oración de intimidad con el Señor... Las jóvenes israelitas, viviendo la expectativa ya tensa de la venida del Mesías, soñaban con ser alguna de ellas la que sirviera para que Aquél que venía a salvar tuviera una digna morada por la cual entrar. Era lo que ya decía el profeta: "Miren que la Virgen está encinta y dará a luz un Hijo al que pondrán por nombre Enmanuel, Dios con nosotros"... María no escapaba de esta esperanza...
Ella, como todo israelita, suspiraba por aquellos momentos gloriosos en los que toda la gesta del Antiguo Testamento que prefiguraba portentosamente la liberación del pueblo, se cumpliera ya definitivamente en ese personaje futuro, el Mesías Redentor, el Enviado de Dios, el Hijo de Hombre, que iba tomar sobre sus hombros la responsabilidad de lograr dar la estocada final al poder del mal, del demonio, del pecado, y que iba a transportar a los hombres ya decididamente por las sendas de la victoria total... Los suspiros de la Virgen se vieron totalmente compensados. Ella fue la elegida previamente, rescatándola de las garras del pecado, que al final, por el poder infinito y amoroso de Dios por aquella que sería la Madre del Redentor, ni siquiera llegó a tocarla. La que iba a ser la puerta de entrada del cielo a la tierra, fue preservada del pecado original, en un gesto absolutamente comprensible de Dios. El Verbo Eterno de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, entraba al mundo por la puerta pura e inmaculada de la Virgen. La que iba a ser la Madre de Dios, la que iba a prestar su vientre y todo su ser para que fuera la posada en la que iba a habitar el Enviado de Dios, era un sitio puro, inviolado, inmaculado, sin mancha de ninguna especie... Ella era de Dios, pues se había entregado totalmente a Él. Y Dios la había hecho suya desde el mismo momento de su concepción inmaculada... María no sólo prestó su vientre para ser la Madre de Dios. Fue toda de Dios. Dice San Agustín que esto, incluso, era prácticamente una condición previa para poder haber llegado a ser la Madre de Dios: "Antes de concebirlo en su seno, lo había ya concebido en su corazón..."
Esta Mujer es la Madre de Dios. Es absurdo negar esta condición, pues en el seno de María se encarna el Verbo Eterno, Dios. Y María dará a luz al ser que es Dios y hombre. Toda mujer que da a luz es Madre. La que da a luz al hombre que es Dios, es Madre de Dios. Es muy simple... Ciertamente María no es causa de la existencia de Dios. Ella es criatura de Dios.... Pero al dar a luz al Redentor, Verdadero Dios y verdadero Hombre, es la Madre de Dios. No hay duda alguna sobre esto...
Y Dios, que se había hecho a sí mismo este regalo de la Mujer más pura, más hermosa, más suya de toda la historia, desde la misma Cruz de su sacrificio nos la deja a nosotros de regalo... Su regalo lo hace nuestro regalo. "Ahí tienes a tu Madre... Ahí tienes a tu Hijo"... Es el regalo póstumo que hace Jesús a los hombres. No sólo nos había alcanzado la salvación y la redención con su sacrificio de amor, sino que se arranca parte de su corazón humano, dejando en nuestras manos al ser al que seguramente había amado más sobre la tierra, a su Madre María. Y nos pide que la amemos como Él mismo la amó... "Ahí tienes a tu Madre", es decir: "Ahí pongo en tus manos a la mujer que me dio la vida, a la que he amado con mayor fuerza, la que me crió, la que me dio pecho, la que me cuidó... Es la mujer por la cual he entrado en tu historia humana y por la cual compartí tu naturaleza y la asumí plenamente para rescatarte de las garras de la muerte y del pecado... Es la que me enseñó a amar con corazón humano... Te pido la honres como la honré yo. Que la ames como la amé yo. Que te tomes de la mano de Ella como me tomé yo... Es mi Madre y ahora es la tuya. Te la regalo..."
Gracias a Dios por ese gran regalo: María, la Virgen, su Madre!, que no nos abandona!!!
ResponderBorrarAsí es Gerson... Es el regalo más tierno que nos ha hecho Jesús, pues además, se desprende del regalo que Él mismo había recibido del Padre para dárnoslo, para que se anuestra guía y nuestra maestra... Saludos a Helenita y los chamos. Un abrazo. Dios te bendiga
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