El pueblo de Israel es un pueblo que tiene una marca indeleble: La Esperanza... Desde la elección de Abraham para que fuera el Padre de todo ese inmenso pueblo, se caracterizaron todos los personajes por esperar el cumplimiento de las promesas de Yahvé... Algunos pudieron ver promesas cumplidas: Abraham, después de su ancianidad vio cumplida la promesa de su paternidad en su hijo Isaac; Jacob vio cumplida la promesa del rescate del calor y del hambre en el desierto y entró con sus hijos a Egipto; Moisés vio cumplida la promesa de la liberación del yugo de la esclavitud en Egipto cuando salió en busca de la tierra prometida; Josué vio cumplida la promesa de la entrada del pueblo a la tierra prometida, la que "mana leche y miel"; los Macabeos vieron cumplida la promesa de la victoria sobre los invasores babilonios y sirios y el restablecimiento y la reconsagración del Templo de Jerusalén. Así, muchas pruebas más... Yahvé jamás falló en sus promesas. Todos estos acontecimientos confirmaban que Dios era un Dios fiel, que no abandonaba a su pueblo y que su poder y su misericordia lo acompañaban siempre...
Los anuncios de muchas promesas estaban, entonces, en la vía del cumplimiento, pues ese Dios fiel no dejaría de cumplir ni una sola de ellas. Entre todas ellas estaba la del misterioso personaje anunciado desde el mismo pecado de Adán y Eva que "pisará la cabeza de la serpiente", Aquél que sería el Juez de las Naciones, el Sol que nace de lo Alto, el Liberador de Israel, aquel de quien la Virgen estaría encinta, el brote del tronco de Jesé, el "Enmanuel", el Dios con nosotros, de quien la sonora voz del desierto anunciará su llegada, pero que a la vez de que era anunciado con extremo poder, era también definido con el "Siervo de Yahvé", el Hijo del Hombre, el que cargaría sobre sus espaldas los pecados de todos los hombres, que sería la burla de todos, al que golpearían y masacrarían por causa de eso pecados, cuyas yagas serían la cura de todas las debilidades, enfermedades y fallas del hombre... Un personaje que, en efecto, era realmente paradójico, pues sería a la vez poderoso y débil, sería victorioso y derrotado, sería glorioso y moriría...
Ya "en la plenitud de los tiempos", ese personaje tenía que llegar... Ya eran demasiadas las luces que cada uno de los Profetas había echado sobre la ruta que recorría Israel... Las doncellas del tiempo de Jesús soñaban con ser cada una de ellas la madre de aquél que vendría a liberar a su pueblo... ¡Qué honor que alguno de esos vientres fuera el elegido para alojar al Señor que viene! Los justos de Israel soñaban con el momento en que se hiciera presente el Hijo del Hombre, el Mesías Salvador, el que venía a anunciar la llegada del Reino de Dios al mundo... Sobre el que estaría el Espíritu de Dios, el que sería enviado para liberar a los oprimidos, para devolver la vista a los ciegos, para hacer caminar a los paralíticos, para anunciar el Año de Gracia del Señor... Todos ellos estaban añorando la llegada de ese momento glorioso. Si Dios había siempre cumplido sus promesas, esta, que era aún la más alta de todas, estaba por cumplirse y no quedaría pendiente. También Dios cumpliría. Y ya estaba por cumplirse totalmente... Era una expectación ya casi hecha presente. El pueblo sentía en el ambiente que Dios estaba por cumplir su palabra más importante: La llegada de su Enviado que haría la gesta más heroica jamás vivida por Israel.
Cuando llega Jesús y comienza su trabajo de anuncio del Reino, cuando empieza a hacer presente el amor de Dios concreto, eficaz, en medio del pueblo, con sus palabras y sus gestos, el pueblo empieza a sentir que la cosa ya está sucediendo. Aquél que había sido anunciado por los Profetas ya se había hecho presente. La alegría de los sencillos de corazón era inmensa, pues Dios estaba cumpliendo, de nuevo, su palabra. No había fallado, como jamas lo había hecho. Los cojos empezaban a andar, los ciegos empezaban a ver, los pobres empezaban a sentir la preferencia de Jesús, los sencillos sentían que su humildad era el pasaporte para la salvación que Jesús les traía... Los que habían esperado veían llegar el cumplimiento de su esperanza. ¡Cuántos suspiros habían sido lanzados, cuántos sueños habían sido hechos con ojos abiertos, cuántas expectativas se habían creado y estaban siendo cubiertas! Los justos de Israel, y más allá de las fronteras del pueblo, todos los hombres, empezaban a vivir la historia más sublime de todas: La de la salvación, la del perdón de los pecados, la del anuncio de la llegada de aquel reino de armonía, de justicia, de paz, de vida, de amor pleno, pues era el mismo Dios que se establecía entre los hombres...
Tiene sentido lo que dice Jesús: "Muchos profetas y reyes desearon ver lo que ven ustedes y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron". Los justos de Israel pasaron sin poder ver el momento grandioso de Jesús. Pero sus contemporáneos estaban viviendo esa gloria en toda su magnitud. El ocultamiento de Jesús en medio de su labor humilde, les descubría la sencillez del Dios que venía a salvarnos. Y nos dejó a todos su impronta... Los anteriores a Jesús no vieron nada. Los contemporáneos fueron testigos presenciales... Y todos nosotros, los que hemos venido después, somos testigos privilegiados, pues disfrutamos de todos los efectos de la obra de Cristo. Disfrutamos de su perdón, de su misericordia. Y somos también testigos de todos los efectos de su salvación, de su entrega definitiva, de su muerte y resurrección...
Seguimos viendo a Jesús en cada Eucaristía en la que se hace presente, seguimos recibiendo su amor y su perdón al comulgar y al recibir su perdón en la confesión, seguimos descubriendo a Jesús en cada gesto de amor y de servicio a los hermanos, en particular, a los más humildes y sencillos, los más necesitados, seguimos sintiendo su preferencia por los más pobres al ver los gestos de cada uno que les tiende la mano, seguimos viendo cómo conquista a los hombres y las mujeres y los hace fieles suyos en aquellos que se esmeran por vivir la santidad, que oran con confianza e intimidad, que quieren conocer mejor su fe para seguirlo con mayor fidelidad... Todos ellos nos hacen ver de nuevo lo que tantos añoraban. Todos eso profetas y reyes que añoraron la hora de Jesús... Somos privilegiados, pues nosotros sí lo vemos, y lo seguimos viendo, seguimos viviendo el gozo indescriptible de haber visto la obra de Cristo que cumplía plenamente la promesa de Dios. Seguimos viviendo de esperanza, pues añoramos llegar a la plenitud de la felicidad que Dios nos promete. Pero sabemos que llegaremos, pues ninguna de las promesas de Dios ha quedado sin cumplirse... Llegaremos al cielo con Jesús... ¡Qué bueno que te hemos visto, Jesús, en cada uno de los que quieren serte fieles, en cada uno que hace gestos de amor por los demás, en cada uno de los sacramentos en los que te nos das, en cada oración que hacemos confiados y cercanos a ti! Esperamos estar contigo en esa felicidad eterna, junto al Padre, viviendo del amor eternamente... Y será otra promesa cumplida...
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