Asumir la vida como don de Dios, en la cual Él mismo nos ha colocado al hacernos existir, creando todas las condiciones que necesitamos para desarrollar la vida, no solo en el sentido material de la propia existencia sino incluso en la comprensión del avance hacia una realidad superior que nos sobrepasa y que llegará a no tener fin al terminar nuestro periplo terreno, es clave para poder vivir la verdadera alegría humana apuntando a algo que escapa a nuestro dominio y que nos puede llenar de una serenidad sin par cuando lo asumimos con toda la fortaleza. Habiendo sido creados para este mundo, colocados en él para aportar lo que nos corresponde en el logro de un mundo mejor, de mayor bondad, de mejores beneficios para todos, no solo para nosotros, es una tarea hermosa, atractiva, ilusionada. Sabernos convocados por Dios no solo para existir y llenos de las capacidades con las que Él nos ha favorecido, es ciertamente muy compensador. El hecho de que Dios haya contado con nosotros para que se fuera avanzando en la bondad del mundo nos reconcilia en la apreciación del valor de lo que somos nosotros mismos. No hemos sido simplemente creados y colocados en el primer lugar de todo lo que existe, sino que Dios ha confiado en nosotros lo que originalmente debía corresponder solo a Él por ser el Creador y Sustentador de todo. Los hombres amados y creados han sido considerados dignos de hacerse como Dios, no solo en la respuesta de amor que le pueden dar, sino que han sido elevados a la categoría de co-creadores y en cierto modo también sustentadores de aquello que ha surgido del mismo Dios. No ha sido colocado en el mundo simplemente para pasar como algo más, sino para marcar la existencia de todo lo creado. Él ha recibido de Dios un regalo superior al que debe responder. En cierto modo, es necesario asumir que el hombre se debe a Dios y en la misma medida se debe al mundo. Así como todo ha surgido de Dios y ha sido colocado en las manos del hombre, ese mundo que se le da como responsabilidad es su tarea, y debe cumplirla con denuedo y hasta con ilusión, sin permitir que haya nada que lo distraiga o le obstaculice su tarea. Su servicio debe ser cumplido con el mayor compromiso. En este sentido no importaría lo que le facilite o le favorezca en su misión, ni tampoco lo que aparezca como dificultad o incluso como impedimento. Lo que lo mueve y lo motiva es la búsqueda de la meta cumplida de lo que debe hacer.
Así lo vivió con toda claridad San Pablo que asumió su tarea de apóstol enviado por Jesús a los cristianos sin mirar los problemas que se le podían presentar en el camino, sino solo pensando en la meta que debía ser cumplida y que de ninguna manera quedaba supeditada a lo que se encontrara en el camino. Lo importante era llegar a lo que debía llegar: "Aunque ando escaso de recursos, no lo digo por eso; yo he aprendido a bastarme con lo que tengo. Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta". Se trataba no solo de un bienestar monetario, aunque también de alguna manera era necesario para llevar mejor la obligación del anuncio del Evangelio de salvación a todos, sino de la claridad que tenía sobre a quién servía. Para San Pablo estaba claro que el servicio principal era a Jesús, a su salvación, a cada hermano que debía ser beneficiado por el amor redentor. No estaba por encima de la tarea encomendada la conveniencia personal. La claridad que esgrimía el apóstol de ninguna manera se basada en el pensamiento de su comodidad o de su beneficio. Lo que pesaba era la figura de Jesús y aquellos hermanos que debían recibir todo su beneficio de amor. En la tarea del apóstol el primer lugar no lo ocupa él. Él solo es un instrumento en las manos de quien verdaderamente importa. El servidor no se coloca como el primero en importancia. En ese lugar se encuentran Jesús y los hermanos. No importa para nada la búsqueda de las propias prerrogativas personales, pues al fin y al cabo eso es accesorio. En el anuncio del Evangelio que debe hacer el enviado jamás debe ser colocada por encima la conveniencia personal o las ganancias propias. Eso no pesa nada. Cada cristiano debe colocar a Jesús como el único importante y sobre Él no debe haber nada más. Al punto que la vida propia, en toda su circunstancia cotidiana, siendo vivida naturalmente como la vida que ha regalado Dios a cada uno, solo será realmente fructífera si se gasta en ser fieles a Jesús, al envío que encomienda, en la tarea de darlo a conocer a los demás. Poco importan los grandes logros humanos personales si estos no apuntan realmente a avanzar en la vida divina del hermano, dando a conocer a Jesús y a su amor. Podremos avanzar humanamente en los grandes logros materiales de nuestro mundo, en las tareas que el mismo Dios ha colocado en nuestras manos. Eso es bueno. Pero será mucho mejor y adquirirá su pleno sentido únicamente sin está fundado en el ser solo de Jesús, en el darlo a conocer a los demás, en el servicio de amor y salvación que hagamos en favor de los demás. Nuestro día a día no puede estar desligado de ese testimonio que debemos dar en todo.
En esa misma línea nos llama Jesús a colocar la importancia de las cosas. Nuestra vida debe apuntar a colocarlo a Él, a su amor, a su servicio, por encima de todo. No se trata de un desprecio a la existencia, pues Él mismo nos ha colocado en el orden del bien en el mundo. Todo lo debemos hacer en función de lograr un mundo más hermoso, más habitable, más atractivo para cada hombre. Nuestra tarea en ese sentido nunca deberá ser soslayada. Los hombres debemos lograr que en el mundo vivamos mejor, sin injusticias, sin miserias, sin heridas a la humanidad. Es un camino que nos corresponde llevar adelante, sin descanso. Pero no debemos asumir esta tarea como única y definitiva. La meta final es alcanzar esa bondad sobre todo colocando en el centro de todos los beneficios el amor que Jesús derrama, llegando incluso a ser el punto final de todo el periplo, por cuanto es la llegada a aquella vida definitiva de alegría y plenitud en la eternidad. La vida hay que hacerla más bella para todos, atractiva en la experiencia fraterna, viviendo en la finalidad que debemos perseguir todos en el amor, procurando los beneficios que sean para todos, y que disfruten todos, incluso nosotros mismos los enviados. Pero en la perspectiva definitiva de saber que todo terminará y quedará solo la experiencia de la presencia de Jesús que lo llenará todo de la verdadera y plena alegría: "'El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si ustedes no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? Si no fueron fieles en lo ajeno, ¿lo de ustedes, quién se lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero?' Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él. Y les dijo: 'Ustedes se las dan de justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios". Lo verdaderamente importante es ser rico delante de Dios. No es lo material, ni siquiera los gozos simplemente humanos, los que marcarán la pauta final. Es la entrega, lo que hemos colocado en el primer lugar, el servicio y el amor que haya marcado nuestra vida. Es la presencia de Jesús en la propia vida y el servicio de amor que hayamos prestado a todos.
Amado Dios, somos pobres necesitados de ti, permite q sepamos cómo crecer en la humildad para poder crecer en el amor😊
ResponderBorrarJesús nos enseña lo importante que es ser fiel y ser justo y llevar a Dios como lo más importante en nuestra vida.
ResponderBorrarSeñor que nuestro corazón siempre te tenga como su Norte, que siempre se abandone a Ti, aún en los momentos mas tristes, que siempre te tengamos como la razón de nuestra vida, y lo mas importante: que sepamos reflejar a los hermanos, que eres el Amor de nuestra vida, y vamos a ti de la mano de Ntra Sma Madre María. Amen, amen.
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