Nuestra constante de vida cristiana apunta a la renovación total. Quien ha recibido el efecto del amor de Jesús, su salvación, su condición de vida nueva, debe dar también los pasos adelante que esa nueva vida le exige y responder ordinariamente a aquello que esa misma novedad exige. Un hombre renovado por Jesús, por esa obra infinitamente grande y esencial lograda por el efecto de la mayor entrega que el Hijo de Dios realizó de sí mismo, inusitada e inédita en toda la historia, no puede pretender seguir viviendo una vida de desapego a Dios, a su amor, a la unidad añorada por Él y que debe ser signo de todos y cada uno de los receptores de esa salvación. La vida del amor es exigente, máxime cuando esa vida ha sido adquirida por una regalo inesperado y que apunta sobre todo a la misma bondad del hombre. Y es inesperada sobre todo porque en el planteamiento original de quien no la ha vivido desde el principio, se plantea un conflicto inusual, pues su estilo anterior no se planteaba un ámbito distinto al de la vida simplemente individual, egoísta, centrado solo en sí mismo y en el aprovechamiento que podría extraer solo para sus propias conveniencias. La novedad que trae Jesús apunta principalmente a un encuentro con una realidad infinitamente superior a la simplemente vivida en lo cotidiano y en la que tendrán parte importante los demás. Se acaba la soledad lejana a Dios y la falta de unidad y de solidaridad con todos los demás beneficiados, lo que finalmente redundará en una ingente cantidad de beneficios que lo enriquecerán infinitamente y que dará a su vida una marca totalmente nueva y enormemente positiva. No se trata de que la persona favorecida y bendecida por la novedad de vida de Jesús vaya a ser un ser definitivamente distinta a la anterior. Su vida seguirá siendo la misma, él seguirá siendo el mismo de antes, seguirá teniendo las mismas ocupaciones anteriores, seguirá viviendo la misma vida familiar que poseía originalmente, deberá cumplir con las mismas responsabilidades comunes y sociales que siempre tuvo, vivirá con las mismas personas con las que convivía originalmente, deberá seguir ocupándose de procurar los bienes necesarios para su propia vida y para la de los demás. La novedad radical estará principalmente en el sentido nuevo que todo eso adquirirá, por cuanto quedará marcado por el amor, por la bondad, por la solidaridad y por la conciencia clara de que aquello que vive en lo cotidiano no es el final de la vida, sino el preludio de lo que alcanzará en el futuro eterno en el que la bendición de Dios dará la pauta mayor y final a toda la existencia.
Por ello es tan clara la enseñanza de San Pablo, que da las pautas para que todo esto sea muy bien comprendido, no como una separación final de la vida del cristiano de aquello que le ha indicado Dios desde el principio, sino como la verdadera bendición que representa la riqueza de la presencia de Dios en la vida que no puede resultar en otra cosa que en algo mucho mejor, pues surge de Aquél que quiere todo lo bueno, lo mejor para los suyos, sobre todo en la experiencia de un amor que lo llena todo y le da un sentido de eternidad que le da la mejor perspectiva posible. La vida vivida solo en lo cotidiano es muy bella, pues la hace posible Dios, pero es mucho más bella cuando Él se pone de por medio para hacernos llegar a la plenitud de la experiencia del amor y de la felicidad: "Recuérdales que se sometan a los gobernantes y a las autoridades; que obedezcan, estén dispuestos a hacer el bien, no hablen mal de nadie ni busquen riñas; que sean condescendientes y amables con todo el mundo. Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, andábamos por el camino equivocado; éramos esclavos de deseos y placeres de todo tipo, nos pasábamos la vida haciendo el mal y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna." Es la culminación de aquella experiencia futura que tendremos al final de nuestros días, cuando ya estemos finalmente en esa presencia gloriosa y gozosa de nuestro cielo añorado, pero ya hecha una realidad actual en todas las obras nuevas que podremos emprender en favor nuestro y de nuestros hermanos. Vivir en esa conciencia de hombres nuevos es nuestra verdadera plenitud. Mantenernos en el dolor continuo de la lejanía del amor a Dios y a los hermanos, nos hace los hombres más tristes de todos. Por el contrario, vivir en la novedad del amor y de la salvación y dándole a toda nuestra existencia esa marca original, nos llena de una esperanza y de un gozo que no tienen parangón de ningún tipo.
Esa experiencia del amor es la que quiere Jesús que todos vivamos, y no nos la negará a ninguno. Como afirma San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Nadie está excluido. Ese amor y esa salvación ya nos las ha ganado Él. Basta que nos dispongamos llenos de ese conocimiento, de esa disposición de amor de Dios por nosotros, con un corazón que está conquistado por la ilusión y la esperanza con las que Él nos favorece, a dejarse llenar y a dejarse encaminar hacia Él. Está claro que esa añoranza divina se mantendrá para siempre, aun enfrentando a quienes no lo tomarán con la seriedad debida. Y que incluso habrá quienes se querrán seguir aprovechando solo de la bondad sin comprometerse a la novedad de vida necesaria. Le sucedió a Jesús en el encuentro con aquellos diez leprosos. Todos quisieron obtener el beneficio mayor, que para ellos era su curación, y que Jesús no les negó. Pero al final solo uno fue capaz de entender que ese beneficio era para una novedad realmente nueva. Solo ese reconoció el amor y la bondad de Dios para con él. Nótese que todos recibieron el beneficio que Jesús quería comunicarles. A ninguno se lo negó. Pero aquellos, habiendo recibido ese beneficio se quedaron solo con lo pasajero. Obtuvieron su salud, pero no se apuntaron a lo superior. Era muy bueno tener la salud de nuevo, pero se quedaron solo con eso, despreciando el beneficio del derramamiento del amor y la potencia de la espera de la eternidad que ya se había abierto previamente, pero que ellos dejaron a un lado. Fue muy bueno que obtuvieran la salud querida por Dios para ellos, pero se quedaron con la parte pequeña del premio y dejaron a un lado lo más importante, la salud que no solo abarcaba lo físico, sino la vida entera, sobre todo lo que apuntaba a la eternidad en la que ya nada, ni lepra ni ningún otro dolor, podrá impedir: "Vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: 'Jesús, maestro, ten compasión de nosotros'. Al verlos, les dijo: 'Vayan a presentarse a los sacerdotes'. Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: '¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?' Y le dijo: 'Levántate, vete; tu fe te ha salvado'". La fe lo salvó no solo de la lepra, sino que le abrió la perspectiva de la eternidad, hecha concreta en su día a día, en la que ya nada lo podrá separar de la conciencia de salvación y de amor que Aquél Jesús le había regalado. Su vida ha quedado marcada. Ya no se quedó solo con la curación corporal, sino con la total. Quedó sanado en su cuerpo y en su espíritu. Toda su vida empezó a ser de Dios, la llevó a los suyos, le dio un sentido de novedad total, y la hizo avanzar por las rutas de la plenitud que da solo la experiencia de la vida recibida en la entrega de Jesús por amor a él. Que esa sea nuestra propia experiencia personal. Apuntemos a vivir nuestra vida total en Jesús y miremos hacia lo mejor, que es esa eternidad en la que la curación total será nuestra única perspectiva, viviendo en el amor y en la bendición que nunca se acabará.
Amado Señor, danos la gracia de saber agradecerte todos los dones q nos das, permite que esta oración nos ayude a vivir este día con humildad y esperanza😌
ResponderBorrarComo no agradecerte Señor, que también me hiciste renacer de nuevo .¿¿ que tuviste compasión de mi y curarte mis llagas. Y lo único que deseo es seguirte y anunciar que Tu eres un Dios vivo que llena s mi Alma de Gozo y alegría y nuestras mi camino de luz y esperanza a la vida eterna.. Aleluya .aleluya
ResponderBorrarDebemos saber que nuestra salvación está en el contacto personal con Jesús, debemos entrar en él y dejar a él, entrar en nosotros.
ResponderBorrarDebemos saber que nuestra salvación está en el contacto personal con Jesús, debemos entrar en él y dejar a él, entrar en nosotros.
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