El compromiso de los cristianos es inmensamente claro y responsabilizante. Es imposible querer ser discípulo de Jesús, seguidor suyo, dejarse interpelar por su llamada y su invitación, y no entender que la realidad del mundo nos impulsa a asumir una acción en favor del hombre y del mismo mundo en general para hacerlo mejor. En primer lugar, para nosotros mismos, pues hemos sido colocados en el centro de todo para que esa tierra hermosa que nos ha regalado Dios sea el lugar de nuestro desarrollo, de nuestro propio beneficio, de nuestro bien. Dios nos quiere bien, y quiere que todos los bienes sean nuestros. Pero, más allá de eso, es además un compromiso que de ninguna manera nos hace desentendernos de la realidad que está a nuestro alrededor, principalmente de nuestros hermanos, sobre todo, y en particular de aquellos que están más a nuestro cuidado, los pobres, los necesitados, los que sufren injusticias, los que no tienen otra posibilidad de ayuda que solo la que le podamos ofrecer quienes estamos a su alrededor. Durante la historia esto ha sido muy claro para todos los cristianos. Quizá en algunos momentos haya sido un poco menos evidente, dado que la historia ha ofrecido bemoles distintos, acentuando circunstancias que en ocasiones podrían incluso haber llegado a desdecir o a querer acentuar realidades que podríamos afirmar que en algún momento no eran totalmente concordantes con las exigencias de quien quisiera ser un buen cristiano y se ocupara de cosas más transitorias o menos trascendentes que las que ocupaban al verdadero hombre de fe. Pero, siendo también coherentes con esas realidades que respondían más bien a unas circunstancias humanas pasajeras, que gracias a Dios siguen siendo superadas, se debe entender que cada época nos ha llamado a un compromiso real, ha habido siempre verdaderos hombres y mujeres de fe que han querido responder de acuerdo a lo que entendieron de lo que la misma fe exige, y por ello, han surgido en esa historia grandiosa de la Iglesia grandísimos personajes que han brillado con la luz de la fe y la propia, en la asunción de su tarea. No ha habido en toda la historia de la Iglesia un momento de desasosiego de aquellos campeones de la fe, que ha habido en favor del mundo, del hombre, de los necesitados. Ninguna institución del mundo, en ningún momento de la historia, puede ufanarse de poseer una riqueza humana, espiritual, e incluso científica, de tal magnitud.
Es por ello que cada momento de la historia también nos sigue moviendo las bases. Las estructuras son cambiantes, y van colocando exigencias mayores. No porque sean absolutamente distintas, pues la realidad es que la vida humana, con todo lo que se ha enriqueciendo a medida que corre en el tiempo, no sufre cambios dramáticos que representen absolutas novedades. La novedad, más que en el fondo, puede estar presentándose en las formas sutiles en las que se va presentando. Hoy podríamos estar asistiendo a uno de esos momentos importantes en los que los cristianos seremos más exigidos. Se está dando un cambio de época que nos está llamando a buscar dar respuestas nuevas a esas nuevas circunstancias. Los más avezados podrán estar percibiendo un fortalecimiento del misterio del mal que pareciera que se fuera enseñoreando y que pudiera estar tomando cada vez más terreno. Hay más ataques a la humanidad, más imposición de ideologías, más dominio sobre las libertades humanas, más heridas a la vida humana inicial y final, más mafias que dominen a los pobres, más búsqueda de riquezas sin par, más imposición de las ideas propias sobre las de los demás. Y como consecuencia se da la peor de las lacras que dañan más al hombre: un desentendimiento de los débiles. Sufren más quienes menos tienen quien los proteja. Y lo peor es que muchos de los que elevan su voz para supuestamente salir en su defensa, resultan luego en sus principales detractores, pues revisten con una supuesta solidaridad el empeño de un mayor dominio. Por ello se hace aún más urgente que los poseedores de la Verdad no desistan de hacer lo que tienen que hacer. El Señor ha colocado el mundo y a los hermanos en nuestras manos, y espera que nosotros hagamos lo que nos corresponda. Con el impulso de su enseñanza acertada y concreta, impulsada por el Papa Francisco, la Iglesia nos ha llamado a todos a una acción en la calle, en las periferias. A salir de nosotros mismos y a dejar nuestro encerramiento. Sabiamente nos ha dicho que la Iglesia debe estar preferiblemente herida por estar con la gente que enferma por estar encerrada. Esa voz de los cristianos no puede callar, pues es la voz del mismo Jesús que lloró ante Jerusalén cuando no entendía ni aceptaba su mensaje. Por eso, es tan hermoso ese llamado al compromiso, a pesar de que nos cree las dificultades de movernos en nuestra pasividad, y más bien, al contrario, porque nos pone en lo que debemos ser y nos hace cumplir nuestra esencia. No podemos seguir asistiendo pasivos a la debacle de la humanidad, y si alguien tiene la primera responsabilidad en todo somos nosotros. Es a los cristianos a los que nos corresponde. Los otros entes, políticos o sociales, deberán hacer su parte, importantísima e insoslayable por demás, pero los cristianos debemos estar en el primer lugar. Es nuestro mundo, la belleza de lo que nos ha regalado Dios, y está en nuestras manos que logremos que sea cada vez mejor para todos.
Así es nuestro futuro. Nada distinto de ese compromiso: "Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: 'Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme'. Entonces los justos le contestarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?' Y el rey les dirá: 'En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron'. Entonces dirá a los de su izquierda: 'Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron'. Entonces también estos contestarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?' Él les replicará: 'En verdad les digo: lo que no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo'. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna". La realidad humana no apunta a sola la eternidad, con todo que ella será la realidad definitiva. Nuestra realidad es integral, total. Vamos a esa eternidad final en la que la felicidad será nuestra marca. Pero tenemos trabajo por hacer antes, pues Dios, que es Dios de amor y de bondad, nos quiere en su amor y en su bondad a todos. No quiere a nadie por fuera. Por eso, cada hermano es nuestra tarea. No podemos ser como Caín, que se desentendió de Abel. Abel es cada hombre de la historia que ha sido puesto en nuestras manos, para que le demos amor, cercanía, para que seamos solidarios, para que le demos comida, agua, ropa, visita, solidaridad. Ese Dios de amor es Dios para todos y no para unos cuantos favorecidos. Ese Dios no existe.
Dios nos quiere bien y quiere que todos los bienes sean nuestros por eso debemos aceptarlo como Rey, Juez, Pastor reconocer su cuidado amoroso y acogerlo en medio de nosotros trabajando por la nueva humanidad que lucha contra el hambre, la desnudez,la sed de justicia y contra la degradación de toda persona. Amén
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