En el orden de la Gracia nada se pierde. Dado que "los dones de Dios son irrevocables", cada una de las donaciones de Dios hacia fuera jamás cambiarán y estarán siempre a nuestra disposición. Por eso se explica que nuestra existencia, habiendo surgido del amor eterno e inmutable del Señor, jamás podrá desaparecer. Toda la existencia es un canto de amor de Dios que ha surgido en un momento de la eternidad, y que por haber sido decisión libérrima suya, sin nada que hubiera podido hacerlo sentir constreñido a llevarla a cabo, la asumió en esa absoluta libertad que, por añadidura, es asumida como su propio compromiso de amor que jamás sufrirá mengua ni desaparecerá. La creación existe por un gesto libre de Dios, y en ella nos encontramos cada uno de los hombres, como el punto alto que quiso Dios que existiera en ella. Es el amor el que lo explica todo y es ese mismo amor el que sirve de fundamento para que el hombre, en ese centro privilegiado que Dios lo ha colocado, se mantenga como el primero y el único. Así lo decidió el amor en su origen y así se mantendrá hasta la eternidad, pues Dios no transforma nunca su decisión. Sus dones son irrevocables. Esto nos coloca en la comprensión de dos realidades fundamentales para nuestra vida como hombres de fe. Por un lado, el amor nos sostiene desde nuestra creación, pues esa libertad absoluta de Dios lo hizo salir de sí mismo para empezar a amar la realidad que es distinta de Él, que surgió de Él y que se mantiene por Él. Ya nada, por aquella decisión eterna de Dios, dejará de existir, y se encamina a la plenitud de la eternidad futura en la que la creación llegará a ser totalmente de Dios, pues Él "será todo en todos". Y por el otro lado, cada hombre es eternamente amado por Dios, habiendo sido colocado en ese centro glorioso por la voluntad amorosa y eterna del Creador, cuya elección lo hace colocarse en lo más alto del amor, lo compromete a vivir de acuerdo a ese privilegio que ha recibido, lo hace asumir ese lugar primordial en el que ha sido colocado como un compromiso de amor, del cual solo podrá salir con su expresa voluntad personal de extrañarse a sí mismo del regalo infinito que ha recibido en su existencia. Dios asumió su parte con la gallardía del amor y espera que los beneficiados no solo disfruten de su regalo, sino que se comprometan en él.
Ese don de Dios no tuvo que ver solo con la existencia del hombre, beneficiado con todo lo demás que puso Dios en sus manos para facilitare la existencia, sino que fue más allá, pues habiendo sido el hombre beneficiado por todo lo que Dios puso en sus manos, llegó el momento terrible del desprecio de la absoluta donación del Señor, dándole la espalda a su amor. El absurdo se hizo mayúsculo por cuanto el hombre llegó a despreciar todo lo que por amor había recibido, creyendo que lograba alguna ventaja, cuando en realidad estaba logrando su total perdición. Dios no le negaba nada, pues Él no puede cambiar su actuación y todos los beneficios seguían estando a su disposición, pero el mismo hombre sí había tomado su decisión despreciando al amor y caminando por rutas distintas a él. Pero precisamente como los dones de Dios son irrevocables, Él no podía transformar su amor. Ese amor no podía desaparecer, aun cuando fuera el mismo hombre el que lo rechazaba. La obra de Dios se enriqueció con la obra de rescate. El Dios que lo había dado todo por amor, y que mantenía su donación eternamente, añadía a su amor de creación, el amor de rescate, realizada con la donación más alta jamás imaginaba antes, que era la entrega del mismo Hijo de Dios: "Tengan entre ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre". El amor de Dios no mide, y siempre hará lo que sea necesario, pues desde el inicio de su donación ya Dios había decidido darlo todo. Y esa decisión no la iba cambiar. Si por su amor decidió crear, por ese mismo amor decide ahora rescatar y reconquistar, al extremo de hacer lo impensable, entregando al único que podía lograr la elevación recuperada del hombre, que es el Hijo de Dios que asumía la misma humanidad como tarea.
La experiencia de ese amor total se traduce en el deseo de que todo siga estando en nuestras manos. Dios ha puesto todo para nuestro beneficio. Y podríamos entender su empeño de tenernos como ese deseo de quien ama, de tener a su amado siempre a su lado, y por eso hace siempre lo que sea necesario para atraerlo. Se parece a los novios que están siempre pensando en lo que hacer para pasar más tiempo juntos, disfrutando de su compañía, de su amor, de su dulzura. El amor quiere siempre estar unido, compartir el bien mayor, convivir los buenos momentos, apoyar en los momentos necesarios, condolerse en el dolor y el sufrimiento. El amor no desdeña ocasión de manifestarse. Y hará siempre la fiesta de sí. El amor quiere siempre fiesta, aunque la ocasión no sea siempre feliz, pues en ocasiones la felicidad no se basa en el disfrute, sino en el simple compartir los momentos, con tal de estar allí siempre dándose, y dando a entender que estar es la mejor manera de amar. Por eso Jesús hace el paralelismo del amor en la invitación a la boda: "Uno de los comensales dijo a Jesús: '¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!' Jesús le contestó: 'Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: 'Venid, que ya está preparado'". Todos estamos invitados a la fiesta del amor. Las puertas de ese amor siguen abiertas para nosotros desde que hemos sido creados. Es la decisión de Dios que nos quiere tener a su lado para seguirnos regalando su amor. Pero somos descorteses con ese amor, y llegamos a preferir otros amores menores e incluso destructivos: "Todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor'. Otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor'. Otro dijo: 'Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir'. El criado volvió a contárselo a su señor". Aquel don irreversible de Dios queda infructuoso al desdeñar la invitación. Pero ese amor sigue siendo nuestro y sigue estando a nuestra disposición: "Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: 'Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos'. El criado dijo: 'Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio'. Entonces el señor dijo al criado: 'Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y les digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete'". El regalo sigue siendo nuestro. No hay cambio en Dios. Las puertas del banquete siguen estando abiertas para nosotros. Porque el amor sigue siendo el regalo de Dios para todos nosotros. Ojalá nunca lleguemos a estar tarde para vivir el gozo del encuentro con el Dios que nos ama, y disfrutemos de ese amor que es nuestro y que Él quiere que vivamos con la máxima intensidad y con la mayor alegría.
La gratitud nace de la Fe en Cristo☺️
ResponderBorrarOjalá y nunca lleguemos tarde al banquete de amor que nos ofrece nuestro Dios, porque feliz el que sea invitado a participar en el reino del cielo.
ResponderBorrarOjalá y nunca lleguemos tarde al banquete de amor que nos ofrece nuestro Dios, porque feliz el que sea invitado a participar en el reino del cielo.
ResponderBorrarBuenos días.lo he leído con emoción sagrada a mi señor por la promesa eterna en la que siempre encuentro en las lecturas. ( Isaías,54,10.Gracias gracias , gracias eternamente a mi Dios
ResponderBorrarBuenas tardes Monseñor:
BorrarDios es Amor. Nos ofrece a su hijo libre de todo pecado, para que muera por nuestros pecados y nos muestra en Dimas, el ladrón arrepentido, que hasta en el último momento de nuestra vida, pudiéramos disfrutar del banquete, si nos arrepintiéramos de corazón. Amén 🙏.
A Dios le toca juzgarnos!!!