La vida que nos regala Dios tiene connotaciones extraordinarias en cuanto hacen referencia a lo que viene para todos en nuestro futuro. Aun cuando no queda de ninguna manera en suspenso ante la realidad cotidiana, sí tiene como parte esencial lo que aún para todos no es evidente, pero que sí lo será en su momento cuando corresponda llegar a la reconstrucción de todo, al restablecimiento de todas las cosas, a lo que tiene que ver con lo que subyacerá y se mantendrá eternamente. La vida de los hombres no tiene una dirección única, en cuanto que se pueda llegar a afirmar que las diversas connotaciones no tengan una conexión íntima que las implique o las conecte. Aun cuando haya quienes piensen así y cometan la torpeza de pensar, o bien solo en una realidad inmanente que se acaba con esta vida, o bien solo en una realidad eterna que nada tiene que ver con lo que se vive hoy y aquí, la verdad no va por ahí. Ya ha habido en la historia muchas consecuencias negativas al respecto. Ha habido quienes han afirmado que el hombre es un ser para la muerte, y que por lo tanto, quien está aquí solo debe ocuparse de su vida individual, egoístamente, y que ella debe encaminarse solo a la solución de los problemas actuales, persiguiendo solo su propio beneficio, en un engambre de disfrute y de regalos a lo corporal que será lo único que le dará sentido a una vida que se acabará inexorablemente. También ha habido quienes han pretendido desconectar a los hombres de su compromiso actual, por cuanto lo único que quedaría será la eternidad en Dios y por lo tanto el mundo nada tendría que exigir a quien se ocupa solo de alcanzar esa futura plenitud añorada, desentendiéndose totalmente de los compromisos sociales y humanos a los que lo llama una vida que debería ser muy densa y rica. Ambos, materialistas o espiritualistas, no le han hecho un bello servicio ni al Dios creador, sustentador, amoroso, providente, que los ha puesto en el mundo para que éste sea mejor y lo haga mejor para todos, desde la asunción de una responsabilidad que de ninguna manera los sustrae de una tarea que nunca podrá dejar de ser cumplida, y mucho menos al hombre, hermano suyo, al que Dios ha colocado en las manos de cada uno como responsabilidad primigenia. Al fin y al cabo, el mundo es una aventura hermosa por cuanto contiene ambas realidades que lo elevan infinitamente. La que pone Dios desde el principio, en la que ha contado con el hombre desde su creación, pues le dio sus propias cualidades, lo llenó de sus mismas connotaciones, lo marcó con el sello indeleble de su amor y con la potencia que es suya sola para lograr que todo fuera "realmente muy bueno". Y le abrió una perspectiva eterna, la que nunca pasará, que será la llegada al punto alto de toda la existencia, pues habiendo cumplido el hombre con su tarea prescrita en su aquí y su ahora, abre la puerta a lo que aún está cerrado a su entendimiento, aunque sí atisbado, en una plenitud que en nuestros días ni siquiera podemos atinar a imaginar, entender y a comprender aún.
En esta preciosidad que es la vida en sí misma, el Señor se ha cuidado muy bien de ofrecernos, siendo no solo amor infinito, sustentación plena, providencia inabarcable, comprometedor, sino también inmensamente delicado con cada uno, como el Dios que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros, por encima incluso de aquellas ocasiones en las que llegamos a experimentar la dificultad de percibir esa bondad plena, quizás enmarcados en nuestras dificultades, reales y dolorosas, en las que podemos solo descubrir algo de lo duro que el mismo Dios permite que suceda para que podamos llegar a valorar mejor lo muchísimo de bueno que no deja nunca de estar presente, con personajes que nos llenan de esa convicción de que Él no solo se ha ocupado de colocarnos en el mundo como casi instrumentos de labranza, sino como aquellos a los que tiene en el primer lugar de su corazón. Si no lo entendemos del todo claramente con la inmensa cantidad de maravillas que hace y sigue haciendo por nosotros, nos coloca personajes que nos descubren de una manera más que clara, lo que Él es, lo que nos quiere dejar a favor, la delicadeza que se refleja en ellos o en ellas hacia nosotros. La cantidad de personajes que no solo fueron convocados por Dios en toda la historia para ser suyos, para que fueran su voz para todos, para que dejaran trasladar al hombre y al pueblo su preferencia, es impresionante. Basta con ver sin mayor detalle los nombres y las acciones de todos ellos para poder afirmar que jamás se podrá concluir que Dios se haya desentendido de nadie. Incluso, en el extremo de esa delicadeza, en muchos casos los anunció con suficiente anticipación para que lo empezáramos a vivir con gozo, fruición y añoranza. "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te pisará la cabeza, mientras tú le hieres el talón (...) Miren, la Virgen está encinta, y dará a luz un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros". Estos personajes, dentro de esa historia rica e impregnada de amor y de simbolismo, nos ponen en la presencia de quien, sin ser causa de la salvación ni mucho menos la que nos trae la gracia del perdón, sí pone en tremenda claridad esa delicadeza divina que quiere que entendamos que hasta en esos detalles hermosos, quizás sencillos, pero fundamentales, que Dios quiere que nos quede claro que todo lo sigue y lo seguirá haciendo para nuestro bien y el bien de todos los que viviremos ese futuro de gozo definitivo. María es aquella anunciada que abrirá las puertas para que aquella entrada triunfal de quien ha decidido rescatarnos de la muerte segura por nuestro pecado, sea la que permita que esa gracia eterna y definitiva para todos se haga una realidad. Sin ese concurso femenino de la Madre de Dios esta, en esta historia de salvación diseñada por el Padre, no hubiera sido posible. "Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu Palabra".
En el colmo de la delicadeza y de la búsqueda de nuestro bien, la historia nos ofrece este gesto hermoso, no fundado o basado en hechos rigurosamente históricos, pero no por eso irreales o incumplidos, y sí en coherencia plena con lo que podría esperarse de unos padres de María que la amaban y que como todo israelita de bien y de fe guardaban de Dios la más alegra esperanza, en la experiencia personal de hombre y mujer de añoranza de salvación, dado también de que los tiempos se presentaban ya como finales, pues todos los signos se iban dando, dejándose conquistar por esas expectativas de final y gozo inminentes por la llegada del Mesías prometido, querían ellos también integrarse a esa fiesta del amor. Su hijita que, como toda niña israelita junto a sus padres, esperaban la asunción de esos tiempos gloriosos y se aprestaban a alinearse de la mejor manera para vivirla con intensidad. Nos podemos imaginar la belleza de aquella niña que ha sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo. Nos podemos imaginar la experiencia de fe que vivía esa familia entrañable de la Madre de Dios. Nos podemos imaginar la inocencia pura y limpia de esa niña que miraba con tanta esperanza aquel momento que había sido anunciado en el pasado, en el que Dios haría que todas las cosas fueran restituidas para Él y se viviera ya sin obstáculo de ningún tipo el momento de aquella nueva creación que se estaba dando y que sería el inicio de lo más grandioso que viviría la humanidad en toda su historia actual y futura. No le faltarán a Ella, como a nadie, los momentos de desasosiego, de dolor, incluso de rechazo y persecución, pero para Ella estaba claro que esos eran los momentos finales, los añorados. Junto a su decisión personal de hacerse servidora total, estaba la de sus padres que también la añoraban para Dios. Nunca quisieron ellos sustraerla de esa posibilidad de ser solo de Dios, y de servirle en la obra más grandiosa que llevaría a cabo ningún miembro de nuestra raza. "Tú eres el orgullo de nuestra raza". Por eso la llevaron al Templo para dejarla en las manos del Señor. Era su culminación como miembro de la humanidad. Jesús era el Dios que se hizo hombre en el vientre de María, puerta de entrada para la irrupción del ser más grande de nuestra historia. María, en su nivel, es el ser humano más grande por cuanto es el lugar elegido por el mismo Dios para ingresar al corazón de todos nosotros. La presentación de María en el Templo no es solo un gesto más que hace alguien en nuestra historia de salvación. Es el gesto por antonomasia pues nos pone frente al acontecimiento de Aquella que ya no es ni siquiera de sus padres. Es de Dios. Toda de Dios. Sola de Dios. Y es de nosotros, para nosotros, para traernos a su Hijo, el Salvador del mundo, el que nos viene a restituir del todo para recuperar esa historia que desde el principio nos fue negada por el pecado, pero que al empezar Ella a ser solo de Dios, hace posible que sea de nuevo nuestra historia de gloria, la que nos dará la perspectiva final de lo que sucederá grandiosamente para todos nosotros, por encima de cualquier realidad que viviremos y a la que estamos obligados, pero que no es otra cosa que preludio de lo que será nuestro fin, pues es el principio de quien ha sido presentada en el templo por sus padres para Dios para ser el signo de la vida definitiva de cada uno de nosotros delante de ese Dios de amor y salvación.
Dios nuestro, hazno poner toda esperanza y esfuerzo en alcanzar el cielo☺️
ResponderBorrarEl ser humano más grande elegido por Dios ha sido Maria, para traernos a su hijo al mundo para salvarnos, marcando la vida a partir de ese momento e invitándonos a construir la realidad que nos espera en la eternidad.
ResponderBorrarEl ser humano más grande elegido por Dios ha sido Maria, para traernos a su hijo al mundo para salvarnos, marcando la vida a partir de ese momento e invitándonos a construir la realidad que nos espera en la eternidad.
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