Dios ha hecho cosas maravillosas en la historia de cada hombre. Nada hay que tengamos que no sea fruto de su amor, pues nuestra misma existencia es un arrebato incontenible desde el cual ha empezado a surgir luego todo lo que de bello, de atractivo, de bondadoso y de fraterno que tenemos como propiedad amorosa, no dada por nosotros mismos, sino extraída naturalmente de su movimiento exclusivo de donación, que no dejó nada por fuera de todas las bondades posibles que surgen de su corazón de amor hacia nosotros. Ese regalo eterno y continuo es un regalo que no se detiene, que avanza continuamente, incluso en ocasiones dependiente exclusivamente de su arbitrio en cuanto a la comprensión completa y clara que podamos tener. Es decir, en ocasiones esas inmensas bondades que Dios tiene establecidas para cada hombre pueden llegar a ser en algún momento incomprensibles, pues no terminamos de coger el sentido pleno de ellas, a menos que entremos de lleno en la mente divina, en la que por supuesto, toda bondad está meridianamente clara. Hay bondades que no están manifestadas instantáneamente, sino que necesitan ir siendo asumidas, vividas, discernidas, iluminadas desde la mente divina, en medio incluso de circunstancias que pueden ser duras y dolorosas momentáneamente, pero que finalmente resultarán en estruendosas manifestaciones del amor, pues el Señor jamás se dejará ganar en generosidad. Por ello, aun siendo en ocasiones experiencias dolorosas ante las que hasta incluso llegamos a revelarnos delante del Dios de puro amor y bondad, nunca podremos dejar a un lado aquella natural bondad divina, aquel amor infinito que sabemos que nos tiene, que nos asegura que nos ama con amor eterno, infinito e inagotable. La convicción profunda que tengamos de ese amor que Dios nos ha donado y que ya es ineluctablemente nuestro, nos dará la perspectiva correcta para vivir en medio de las dificultades y tristezas que vengan, pues sabemos que Dios, en su infinita bondad, ya ha establecido perfectamente la consecuencia favorable que en su plan de amor tendrá para cada uno todo lo que permita que suceda. El amor es hermoso siempre. La vida es hermosa siempre. Pero la hermosura no la da solo el recibir lo evidentemente favorable, sino la disposición para poder descubrir esa bondad cuando aún no está claramente asumida y manifestada totalmente. Llegará esa luz, y será Dios el que hará que brille en todo su esplendor llenándonos una vez más de la convicción de un amor infinito que nunca falta.
Esa belleza de la vida que ha creado Dios y que ha puesto en nuestras manos, tiene un añadido extra que la hace aún más bella para cada uno de nosotros, pues ha hecho que seamos sus aliados ideales. Dios es infinitamente bueno, pero hace nuestra vida más hermosa cuando nos hace entender que cada uno de nosotros es también artífice de esa hermosura de la vida, dándonos responsabilidades concretas en acciones que corresponderían solo a Él como autor de todo. Nos hace socios suyos, artesanos con Él, para que también lo hermoso de la vida surja de nuestras manos servidoras a su amor. Y en esa tarea somos todos convocados. Dios cuenta con nosotros como el Padre amoroso que añora de sus hijos que asuman sus compromisos en atención al amor que ha derramado en cada uno de ellos. No hay acción de Dios que Él espere más de nosotros que la de asumir nuestra parte en la procura de un mundo bello para todos, con la bondad como beneficio general, como solidaridad que sea marca de vida fraterna. No todos tendrán la misma tarea, la misma responsabilidad, los mismos momentos. La vida es una amalgama de bondad que se va haciendo concreta y va adquiriendo los matices que le permiten el mismo desarrollo de cada hombre, incluso en los diversos momentos que le corresponde avanzar. Por eso San Pablo, experto muy delicado de la humanidad, lo enseña así claramente a los fieles: "Querido hermano: Habla de lo que es conforme a la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, respetables, sensatos, sanos en la fe, en el amor y en la paciencia. Las ancianas, igualmente, sean, en su comportamiento, como conviene a personas religiosas; no sean calumniadoras, ni se envicien con el vino; sean maestras del bien, que inspiren buenos principios a las jóvenes, enseñándoles a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser sensatas, puras, a cuidar de la casa, a ser bondadosas y sumisas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea maldecida. A los jóvenes exhórtalos también a que sean sensatos. Muéstrate en todo como un modelo de buena conducta; en la enseñanza sé íntegro y grave, irreprochable en la sana doctrina, a fin de que los adversarios sientan vergüenza al no poder decir nada malo de nosotros". Es impresionante la cantidad de tareas hermosas que corresponden a quien tienen que dar su testimonio como socios de Dios en su mundo. Es una responsabilidad que atañe no solo a la espera de una eternidad futura en la que la belleza tendrá su momento culminante e inexorable, sino en todos los momentos que corresponden a esa vida hermosa que nos toca vivir hoy y ahora.
Esa insistencia de San Pablo tiene la doble vertiente de la belleza comprendida en nuestra vida actual, con todas las acciones de bondad que derrama Dios en nosotros y que nos hace vivir en nuestros días, y que tienen algunas veces connotaciones incomprensibles humanamente por ahora, pues se marcan con las tintas negras del dolor o el sufrimiento, pero que al final serán transformadas con toda seguridad en ese amor y bondad que es marca divina de todo: "Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatamos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras". Es de tal manera hermosa la vida, que en cada tarea que nos corresponda llevar adelante hemos sido asumidos por el mismísimo amor de Dios que nos ha convocado y nos ha enviado. Ningún otro ser de la creación tiene en sus manos una responsabilidad tan grandiosa como la de hacer del sitio de Dios, su propio sitio, haciéndolo vivir en él como en su tesoro, principalmente el mismo corazón del hombre que Él se ha construido como lugar propio, como su ámbito preferido, a lo cual podemos todos colaborar para que sea nuestro propio corazón y el de todos los hermanos ese habitáculo en el que Él se asiente como Dios y Señor y como causa de amor, de alegría y de vida para todos, sin dejar a nadie por fuera. Es su amor el que lo desea y es su amor el que lo hace posible: "En aquel tiempo, dijo el Señor: '¿Quién de ustedes, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: 'Enseguida ven y ponte a la mesa'? ¿No le dirán más bien: 'Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú'? ¿Acaso tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: 'Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer'". Es a lo que hemos sido convocados. Criados desde el amor, para el amor. Criados para vivir en Dios y llevar a los hermanos y a todos en el mismo mundo hacia ese Dios que es solo amor. En todo, dando gloria a Dios que nos bendice y que ni siquiera en la tribulación nos deja de mostrar ese amor infinito que quedará completamente claro en su momento. Y somos sus socios en esa tarea grandiosa de presentar su amor a todos mediante nuestras acciones de fidelidad y de alegría. Para ellos somos sus socios. Para ello somos sus siervos. Quizá inútiles, porque no aportamos nada nuevo, sino solo la bondad del amor que Dios pone en nuestro corazón y quiere que lo hagamos propiedad de todos, hoy y aquí, y en ese futuro de eternidad feliz que nos espera.
Amado Padre, te suplicamos tu Gracia para ser dignos de presentarnos ante ti en esta oración 🙏
ResponderBorrarEl amor de Dios con y en nosotros es continuado, eterno y sin interrupciones.
ResponderBorrarEl nuestro con él es continuo, es decir que las circunstancias lo pueden interrumpir y pasa como en las series de televisión que nos publican en pantalla que "Continuará....." y de acuerdo a las interferencias que se nos presenten en nuestra vida, el regreso de nuestra serie en el amor con Dios, no se precisa, sino cuando nos percatamos que lo hemos abandonado y se produce la decisión de continuar o no con ese amor en conciencia.
" Dios es amor " eterno y debemos corresponderle de la misma manera.
Señor no permitas que nos separemos del amor que Dios nos regala indefinidamente. En el nombre de Jesús. Amén 🙏.