El Reino de Dios es una realidad que define toda nuestra vida. Es la definitiva presencia de Dios en el mundo, la que marca la pauta de toda la vida. No tiene que ver con estruendos o maravillas, sino sobre todo con ese amor que se hace concreto y real en cada instante de la vida del hombre, y que no se inscribe solo en un momento o en un aspecto específico, pues tiene que ver con todo. Todos somos muy dados a perseguir lo extraordinario, como añorantes de que aquello que viene de lo desconocido se nos presente con absoluta claridad como para terminar de convencernos de que ese algo es real. En lo que es de Dios las cosas no se mueven así. Aun cuando Él es el Padre de la Maravilla de todo lo que existe, pues ha surgido todo de ese amor suyo que es en sí mismo maravilloso, ha querido demostrarnos que nuestra vida humana no se debe mover en eso que solo el estrambótico, pues Él mismo no es así. A pesar de lo que aparenta, Dios es el infinitamente sencillo. Nos hemos mal acostumbrado a pretender descubrir a Dios solo en lo portentoso, aun cuando en Él ciertamente eso se puede hacer también presente, pues no está atado a nada de las circunstancias humanas conocidas, ya que al fin y al cabo todas han surgido de Él. Y es que el Señor, desde que nos ha creado, ha mostrado una inmensa delicadeza hacia nosotros, haciéndonos vivir su amor infinito en lo sencillo, solo mostrando su portento cuando ha sido absolutamente necesario, para convencer radicalmente o defender a los suyos, o encaminarlos claramente cuando equivocaban gravemente el camino. Del resto, su acción es la del Padre que quiere convencer más que subyugar, cortejar más que imponer, demostrar más que apabullar. Dios se mueve en todo por su amor, que nunca busca ni esclavizar ni humillar, sino al contrario, elevar de modo que la convicción se haga propia en el corazón del hombre y que el convencimiento surja de una estabilidad amorosa también en la vida humana. Paradójicamente la presencia más hermosa de Dios en la vida de los hombres no se da en que llame excesivamente su atención, sino en lo extraordinariamente maravillosa que es la presencia de su amor que se nos hace evidente en cada segundo de nuestra existencia, que nos llena de sosiego, de alegría, de gozo y de paz.
Esa experiencia de la suavidad divina que se hace evidente desde el origen, pugna por hacerse nuestra en cada instante de nuestro día a día. Nuestra lucha debe estar marcada por disponer nuestra mente y nuestro corazón por quedarnos no solo en lo evidentemente claro de lo que puede demostrarnos Dios en la maravilla, sino en la capacidad suave y bien dispuesta para poder poseer esa buena disposición de entender a Dios en lo más sencillo y cercano. Es un amor que ha creado, que sostiene, que anima, que acerca, que enamora, que ilusiona, que hace solidarios, que hace fraternos. No está fuera de nada de eso. Y para ello lo único necesario es que Él esté y que nosotros seamos capaces de descubrirlo en ese día a día hermoso que nos ofrece nuestra propia vida y que pone el mismo Dios en nuestras manos. De ser necesario, debemos llegar a ser capaces de dar cabida en nosotros a aquello que marca con los hilos de amor lo que debemos vivir, incluso sobreponiéndonos a lo que entenderíamos como lo ordinario. Así lo entendió San Pablo en esa hermosísima carta a Filemón, dueño del esclavo Onésimo, sobre quien tenía derechos de posesión, pero que se había escapado y se había ido con Pablo. Ambos, seguramente convertidos al cristianismo por la predicación del Apóstol, son invitados por Pablo a aceptar esa presencia superior de Dios en sus vidas, por encima de las convenciones humanas, dejándose llevar más por las del amor: "Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora en cambio es tan útil para ti y para mí. Te lo envío como a hijo. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta: yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo". El Reino de Dios, en este caso concreto, estás expresado no en nada extraordinario, sino en lo más ordinario, suave y ejemplar que es la vivencia profunda del amor mutuo, por encima de cualquier otra cosa. Es el amor que Dios pone en el corazón de cada hombre y que quiere que viva cada uno de nosotros.
Por eso Jesús quiere también insistir a todos, especialmente a aquellos que estaban más dispuestos a recibir manifestaciones gloriosas casi como la única manera de aceptar a Dios, a que cambien esa disposición y se hagan a esa sencillez agradable e ilusionante del Dios que debe marcarlo todo y no hacerlo presente solo en lo que llame ostentosamente la atención. Si Dios no se hace presente en eso ordinariamente, difícilmente se podrá hacer presente y convincente en todo lo demás, a menos que lo que persiga sea solo subyugar sin convencer ni confirmar su amor. Esperar de Dios solo lo llamativo, lo lleva a una consideración inabarcable para muchos que nunca a lo mejor podrán tener la posibilidad de hacer descubrimientos de otro tipo. No está mal encaminado el deseo de conocer profundamente a Dios en esos sentidos maravillosos. Al fin y al cabo Él es Dios y siempre será atractivo. Pero Él mismo tiene en mejor consideración presentarse en la suavidad, en la sencillez, en la delicadeza, en la pureza limpia y pura del amor que ilusiona. Por ello, ante la insistencia de quienes se empeñaban en conocerlo solo en lo grandioso, les sale al paso: "En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús: '¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?' Él les contestó: 'El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', porque, miren, el reino de Dios está en medio de ustedes'. Dijo a sus discípulos: 'Vendrán días en que desearán ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo verán. Entonces se les dirá: 'Está aquí o 'Está allí'; no vayan ni corran detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación'". Es así como quiere que lo recibamos. Él, por amor a nosotros y en consideración a su poder infinito, tiene absoluta libertad de acción. Pero en ese mismo amor que nos ha regalado desde nuestro origen, por el que hemos sido creados y por el que somos sostenidos, ha entendido que ese amor no debe apabullar, sino que debe cortejar. Él es Padre creador, todopoderoso, omnipotente y providente. Pero es también como aquel novio que quiere tener sobre todo, nuestro amor, por el que nos creó y nos reconquistó, liberándonos de la muerte y del pecado, con la finalidad de que vivamos en ese mismo amor que ilusiona y llena de alegría. Por eso, más que conquistar quiere enamorar. Más que obligar a un seguimiento brutal, quiere una donación personal. Quiere que el amor nos llene, nos dé la pauta, nos dé la suavidad que da la mano serena de quien nos quiere para sí y consigo por encima simplemente de una tarea o de una obligación que puede no terminar de cortejarnos sino de sostenernos incluso a veces a regañadientes del amor. El Reino de Dios es para el amor. Así lo quiere Dios. Es ello lo que debe llenar nuestra ilusión y lo que debe motivarnos al máximo. Por encima incluso de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestras preocupaciones. Porque al fin y al cabo, vivirlo desde ahora, y asegurarlo para toda la eternidad, es la mejor manera de empezar a experimentar esa plenitud absoluta que llena y satisface al mismo Dios, cuando nos lo quiere regalar con todo su amor.
Amado Señor, danos la gracia de orar y hablar contigo de corazón a corazón para q nos libres de esta ceguera😔
ResponderBorrarDios es amor!!!
ResponderBorrarJesús nos invita a tener confianza en el Padre,basta con descubrirlo y dejarlo actuar en nuestro interior; así nuestro mundo será más humano.
ResponderBorrarJesús nos invita a tener confianza en el Padre,basta con descubrirlo y dejarlo actuar en nuestro interior; así nuestro mundo será más humano.
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