miércoles, 25 de noviembre de 2020

Nuestra vida hoy nos prepara para la apoteosis de Dios y la nuestra con Él

 Perseverancia

La expectativa del final de los tiempos para muchos es abrumadora. El hecho de que no podamos dominar totalmente ese tiempo de manera material, ni de modo intelectual y mucho menos ni siquiera de modo espiritual, nos crea un desasosiego totalmente desequilibrante. Estamos demasiado acostumbrados a tener el control de todo, a llevarlo todo al milímetro, a planificar de tal modo que no podemos dejar nada al acaso. Somos los hijos de Dios, el que nos ha hecho capaces de todo, dándonos sus mismas cualidades, capacitándonos con sus mismas características esenciales. Siendo regalos de su amor, al fin y al cabo las poseemos, y creemos que por ello, con esas capacidades nos ha dejado también la posibilidad de ser idénticos a Él, por lo cual deberíamos entonces poder disfrutar naturalmente del apercibimiento automático de todo lo que está a nuestro alcance y que nos ha venido solo por un movimiento de su amor. Nos falta, en este caso específico, enriquecer nuestra percepción, evitando totalmente que se empobrezca, dejando que esa realidad en la que nuestra mente y nuestro corazón se abran a una percepción superior que no por ser diversa de la que asumimos con total naturalidad de nuestra esencia, llega a ser mala o destructiva. Al contrario, en ese esfuerzo de entendimiento y de asunción serena lograremos enfrentar con algo de éxito esa sensación de ser abrumados por lo que no conocemos y por lo que viene. La comprensión de la vivencia de esta experiencia personal que podemos vivir es absolutamente normal. Nadie debe sentirse extraño a eso. Pero lo que sí debe ser siempre evitado es que esa percepción se quede como la única, dañe una perspectiva nueva que puede ser muy enriquecedora y nos encierre en un pesimismo dañino en el que el único final que se pueda esperar sea el dolor, la desesperanza, la tristeza. No es eso lo que Dios quiere para ninguno de nosotros. La lucha en el tiempo en la que estamos sumidos, es nuestra absoluta certeza, es la lucha de Dios contra el mal que subyace y estará siempre presente, pues el mal habiendo sido vencido, no se ha quedado solo con el sabor amargo de su derrota, sino que intentará por todos los medios, conquistando a los menos preparados, a obtener victorias que ya no le corresponderán.

El misterio de la fe, habiendo sido revelado en los elementos básicos y más importantes para nosotros, dejándonos percibir una realidad que nos supera infinitamente, asumiendo todo lo que en nuestra esencia humana correspondía que asumiéramos como verdades absolutas, no solo en el sentido de la unión con Dios, básico y fundamental para nuestra comprensión de la vida cotidiana, sino también en todo lo que nos correspondía en la construcción de nuestra propia vida, la de los hermanos y el bienestar del mundo en general para todos, siempre ha tenido un componente de "ocultamiento" que en cierto modo es necesario respetar, pues es el ámbito natural de Dios. Él se dio a conocer, nos reveló su amor, nos dejó clara su intención de hacernos felices siempre y por encima de todo. Pero también en sí mismo sigue siendo Dios, el oculto, el misterioso, el que que guarda su esencia con celo de sí mismo. Llegaremos a conocerlo totalmente. Nos lo afirma con confianza San Pablo: "Ahora vemos como en un espejo. Pero entonces veremos cara a cara". Nuestra actitud deberá ser la de la espera respetuosa, confiada, sabiendo que no nos puede engañar quien nos ha demostrado tanto amor. Por eso, ante esas perspectivas agoreras de destrucción y de dolor no podemos dejar lugar solo al desasosiego, sino, dando pie a nuestra fe y a nuestra esperanza, debemos dejar a Dios que siga haciendo su parte, pues hasta ahora la ha hecho muy bien, y así la seguirá haciendo. En este mundo tan atractivo que nos ha regalado Dios, en medio sin duda, de todas las dificultades que seguramente nos ha tocado asumir, sabiendo que por estar en nuestras manos la responsabilidad, tenemos la tarea de erigirnos en buenos actores que construyan con la fuerza divina ese mundo mejor que tendrá su culminación y su momento glorioso al final de los tiempos, nuestra convicción más firme debe ser que Dios sigue siendo el Señor de la historia y de que el final, por estar en sus manos, se yerguirá en la apoteosis de su triunfo de amor: "Yo, Juan, vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios. Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: 'Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas". Es ese triunfo que nos asegura Dios que se dará al final, habiendo ya sucedido la victoria total sobre el mal, en el que el demonio ya quedará completamente aplastado, y en el que cada hombre y mujer de la historia que se hayan alineado a favor del bien y el de sus hermanos, entendiendo que ese mundo había sido puesto en sus manos, hacen que la entrada triunfal de Dios sea ya el final, que es lo que está llamado a suceder sin falta de nada.

Es claro que esa historia sigue adelante. Ese tiempo de Dios es el que se dará, aunque ya ha empezado y empieza a surgir desde el mismo principio de la existencia de la humanidad. La creación es un camino que se ha ido construyendo de la mano de Dios. Ha tenido un inicio glorioso, amoroso, contundente. Ha tenido un desarrollo a veces tortuoso y accidentado, pero también lleno de buena expectativa pues es la historia de Dios. En medio de ese mundo ha habido hombres y mujeres que han hecho muy bien su parte. Y los ha habido también que no se han preocupado por ser mejores, solo pensando en sí mismos, incluso dolorosamente para daño de sus hermanos. Pero ha sido una historia en la que ha brillado continuamente esa presencia vivificadora de Dios, que nos ha animado siempre a lo mejor, pues Dios nunca ha dejado ni dejará de contar con cada uno de nosotros, sus criaturas predilectas. Aquel sufrimiento que se augura para ese tiempo final, más que el final de los tiempos, es el fin del tiempo. Aquello será la apoteosis de Dios. Pero ya para cada uno de nosotros será también nuestra propia apoteosis delante de Dios. Ciertamente las cosas anunciadas serán dolorosas y terribles, pero deberán suceder, pues será ya la confirmación de que todo deberá estar en el lugar que le corresponde, que es el que Dios mismo quiere. Ese misterio inmarcesible de Dios ya será absolutamente luminoso. Ese fin es glorioso, se presente como se presente. Las persecuciones, los sufrimientos, las muertes, serán ya los estertores finales del mal. Y a pesar de que nos causarán sin duda mucha afectación, nuestra mente y nuestro corazón deberán estar prontos para elevarse por encima de la crueldad, no dejando espacio solo a lo destructivo que nos pueda resultar momentáneamente, para dejar ese espacio necesario y que debe darse sin dudar, de la confianza en un final glorioso y feliz, pues para eso hemos sido creados. Dios, en medio de todo ese sufrimiento, no ha dejado la historia con la marca de la negatividad. Su marca jamás es negra ni dolorosa. La marca final será la de la luz, la del gozo, la de la esperanza, la de su triunfo, la de la victoria de todos. Ese es el fin de la historia. Y no existe otra. Esa es nuestra certeza total: "Les echarán mano, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndolos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto les servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, métanse bien en la cabeza que no tienen que preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario de ustedes. Y hasta sus padres, y parientes, y hermanos, y amigos los entregarán, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de su cabeza perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas". No nos oculta Jesús ese fin. Es muy honesto y leal con nosotros. Pero tampoco nos oculta el gozo final. Y eso es aún más honesto, pues es lo que quedará como nuestro triunfo final, para el que nos ha creado y ha querido que vivamos en preparación continua sin desfallecer jamás.

2 comentarios:

  1. Jesús nos pide a sus discípulos compromiso y perseverancia, pidiendo que si es a causa de él, nos mantengamos firmes y alcanzaremos la sabiduría y fortaleza necesaria, para hacerle frente a todas las adversidades.

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  2. Jesús nos pide a sus discípulos compromiso y perseverancia, pidiendo que si es a causa de él, nos mantengamos firmes y alcanzaremos la sabiduría y fortaleza necesaria, para hacerle frente a todas las adversidades.

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