jueves, 26 de noviembre de 2020

La guerra no podrá más que la paz

 EVANGELIO DEL DÍA: Lc 21,20-28: Levantaos, alzad la cabeza; se acerca  vuestra liberación. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena -  Murcia

Una de las lacras más terribles que hemos vivido los hombres en nuestra larga historia es la de la guerra. El enfrentamiento entre hermanos, creados originalmente en unidad, en solidaridad, en fraternidad esencial y natural, hace que se trastoque todo un orden añorado por Dios, establecido en el mejor sentido positivo desde su amor, pues es el beneficio que quiere que cada uno de nosotros tenga y disfrute. El objetivo de Dios al colocar al hombre en el centro de todo lo creado fue que todo estuviera en las manos de su criatura, sondeado todo por su manifestación de amor eterno e infinito, y que fuera ese estilo natural de vida que se tuviera para siempre. En ese diseño de amor eterno e inmutable Dios quiso congraciarse aún más con el hombre, concediéndole prerrogativas superiores a las de una simple criatura inferior. No solo le dio vida, lo llenó de su amor, puso en sus manos todos los beneficios posibles, sino que lo hizo similar a Él. Aquella decisión inicial del Padre: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", añadió una perspectiva de simplemente creación a una de elevación total que no tenía naturalmente que darse en el origen. Pero así actuó el amor. Y a aquel amor de origen, Dios añadió el amor de capacitación y en cierto modo de asimilación a sí. De esta manera, al hombre, colocado en el centro de todo, no solo lo favoreció en absolutamente todo, sino que lo hizo alguien como Él. Evidentemente, en esta acción divina, el Señor tenía total claridad del "riesgo" que corría, pues dándole al hombre sus propias capacidades, haciéndolo similar a Él, lo hacía también introducirse en un campo en el que el hombre era absolutamente neófito. Si no mantenía en sí mismo esa unidad esencial con Dios, respetando su absoluta superioridad, dejándose amar plenamente, echando mano de todos los beneficios que ya tenía por donación, y decidía emprender caminos diversos a los que estaban pautados para su felicidad plena, ponía en riesgo todo lo que Dios le había regalado. La capacidad de discernimiento y de acción que  recibió el hombre de Dios se marcó con la rebeldía ante el Creador, haciendo que todo el entorno de paz y armonía que surgió inicialmente, fuera asumiendo rasgos indeseables, incluso para el mismo hombre que empezó a llenarse de desasosiego, de tristeza, de ansiedades, de añoranzas que no existían. Ciertamente todo esto entraba entre sus posibilidades, pues el hombre era un hombre libre. Lamentablemente esa libertad devino en esclavitud, al perder aquella raíz de bondad que era absoluta. El hombre, de absolutamente libre, pasó a ser absolutamente esclavo de sí mismo y de sus pasiones.

La historia ha quedado marcada por esto. El hombre pasó de ser hermano, a ser adversario. Se vivió desde el principio el enfrentamiento que surgió espontáneo al dejar a Dios a un lado. Incluso, en nuestros padres Adán y Eva, se dio una transformación inusitada. De "Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos", pasó a ser "Esa que me diste por compañera", en una especie de desprecio del regalo de amor que Yhavé había hecho a los hombres. Caín asesina a su hermano Abel por simples desavenencias y celos y llega al extremo de desentenderse de él incluso delante de Dios: "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?". Evidentemente el veneno de la muerte inoculó gravemente a la humanidad. Y ha mantenido su efecto pernicioso durante toda la historia. Los grandes enfrentamientos, nada nuevos en toda la historia, casi desde el inicio de la existencia del hombre han estado presentes haciendo el daño natural que se espera cuando el hombre permite que sean sus egoísmos, sus conveniencias, sus solos intereses personales o grupales los que imperen. El caldo de cultivo ideal para el enfrentamiento entre hermanos es un empeño en erigirse como únicos, como los que dominen, como los que lo controlen todo, como los que se sienten con derecho a dañar y pisotear al hermano, en una clara negación de una esencia natural original de fraternidad y solidaridad común, basada principalmente en el deseo de unidad de Dios y en el amor que Él mismo ha impreso en el ser del hombre. El desprecio de esa realidad fundamental es la raíz del mal. Por ello la guerra es un acontecimiento letal, pero que tiene que ver con el uso radicalmente equivocado de aquella condición humana de libertad que ha debido desembocar en algo muy bueno, y no lo hizo por causa del egoísmo que lo trastocó todo. Muchos hombres se han puesto en el camino de la búsqueda de la paz necesaria. Y la han logrado en medio de muchísimas luchas y dolores. Sobre todo los últimos Papas de la Iglesia han emprendido campañas muy significativas tratando de convencer a los hombres de esa necesidad de alcanzar la concordia, basados en argumentos de justicia, de fraternidad, de solidaridad, de orden social. Esa conciencia ha servido para que muchos que habían sucumbido a la sed de la guerra se centraran mejor en sí mismos y en los valores de la paz y llegaran a pensar que un camino distinto sí era posible. No es que no haya habido oposición a la guerra. Lo que ha habido es haberse sentido apabullados por su fuerza contundente. Pero es necesaria la reacción, y se está dando: "Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con su resplandor. Y gritó con fuerte voz: 'Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable. Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo: 'Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella. No se escuchará más en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones'. Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía: 'Aleluya. La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos'. Y por segunda vez dijeron: '¡Aleluya!' Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos. Y me dijo: 'Escribe: 'Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero'". El triunfo final no será el de la muerte ni el de la guerra. Todos los que se hayan alineado equivocadamente en esa línea quedarán confundidos y excluidos. El triunfo es el del Cordero, el Salvador, el Señor. Y con Él triunfarán todos los pacíficos.

Por supuesto que este triunfo final del Señor será total. No puede ser vencido jamás quien tiene todo el poder y es la razón de la existencia de todo. Pero en el ofuscamiento total de los malos, guardarán una esperanza absurda de poder dominar a quien tiene todo el poder. Y en esa intención harán mucho daño, pues aquellos que les sirvan se erigirán en soldados poderosos y llenarán la tierra de su maldad y de su destrucción por largo tiempo. Los hombres en la historia hemos vivido las grandes deflagraciones que nos han asolado, con las gravísimas consecuencias de millones de hombres y mujeres que han sido víctimas del odio inhumano de la guerra. Las destrucciones masivas de poblaciones han sido inmensamente dolorosas. Ha sido impresionante la capacidad de mal que producimos cuando nos dejamos dominar por nuestro egoísmo. Pero así mismo también hemos asistido a las demostraciones grandiosas de la capacidad de bien que ha sido manifestada. El hombre, no lo puede negar, ha sido hecho para el bien. Y aunque se deje robar por el mal, su raíz nunca dejará de ser buena. Solo se contaminará con el empeño del pecado que es obstinado. A esa lucha final se refiere Jesús. Y nos alerta, pues el tiempo final, teniendo la connotación de la bondad y la plenitud que tendrá sin duda alguna, será tiempo de exigencia en el que a los alineados con el bien se les pedirá el mayor de los esfuerzos que jamás podrán haber asumido antes. Será tiempo duro, pero que debe estar marcado por la esperanza. En medio del fragor deberá brillar el amor. En medio del dolor deberá brillar la entrega a Jesús. En medio de la angustia deberá brillar la luz de la serenidad. En medio de la oscuridad deberá brillar la luminosidad del futuro feliz y de plenitud: "Cuando ustedes vean a Jerusalén sitiada por ejércitos, sepan que entonces está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son 'días de venganza' para que se cumpla todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo. 'Caerán a filo de espada', los llevarán cautivos 'a todas las naciones', y 'Jerusalén será pisoteada por gentiles', hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su liberación". Es ya el momento final. El de nuestro triunfo. Y será el de la derrota total de los malos, que quedarán totalmente excluidos de aquella paz que se ganará. Tuvieron su oportunidad y no la aprovecharon. Y con ellos habrán arrastrado a muchos. Pero no podrán impedir que la plenitud del gozo para la humanidad se haga una total realidad, pues es el fin que Dios ha diseñado para el hombre. Y que será para siempre, porque nos ama infinitamente.

1 comentario:

  1. El Señor Jesús es claro, los creyentes mantenganse firmes por que Dios es fiel sus promesas.

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