Es terrible la guerra. En ella no hay vencedores ni vencidos. Todos los que en ella actúan tienen pérdidas. Ni siquiera la sensación de la victoria puede calmar el desasosiego de quien ha vencido, pues a su paso lo que ha quedado es destrucción, herida, muerte, humillación. Quien vence por la fuerza ha vencido pero no ha convencido. Ha avasallado. Y sabe bien que en la primera oportunidad que tenga el derrotado, buscará la retaliación, la venganza. Cuando alguien vence por sometimiento a la fuerza, ha demostrado tener el poder bélico superior, pero es lo único que ha demostrado. Las demás razones brillan por su ausencia. Es muy sabio el refrán popular: "La violencia es el arma de los que no tienen razón". La fuerza es la única razón de los seres irracionales. Así vemos como entre las bestias salvajes domina el que es más poderoso. Es el que se hace de las hembras para poder procrear y dejar sus genes en toda su generación, mientras sea él el que domine. Pero esto le durará hasta que aparezca un rival más poderoso que lo venza y extermine a toda su progenie, hasta no dejar rastros de esos genes anteriores e imponer los suyos. Todo es cuestión de fuerza y de poder.
Muchos hombres nos dejamos llevar por esta ley de la naturaleza, llegando con ello a rebajarnos al nivel de las bestias. Perdemos así, nuestra condición de seres superiores, que están llamados también a vivir, sí, bajo la ley natural, pero sabiendo que no es la irracionalidad de la fuerza la que debe imperar, sino las razones de nuestra inteligencia y nuestra voluntad las que deben siempre brillar. La ley natural es, ciertamente, ley necesaria y vinculante para todos, pero para los seres racionales, los que hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios eterno, omnisciente, infinitamente libre, es la base para una conducta superior, que apunte al perfeccionamiento, a la convivencia armoniosa y pacífica, al progreso y al desarrollo consensuado y solidario. No es, por lo tanto, el dominio sin más, a la fuerza, lo que hará que seamos más humanos, sino la convicción, la persuasión, la conquista de la razón, la que nos hará una sociedad más humana y fraterna. El "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" debe ser para nosotros un plan de vida. Dios es en su intimidad Uno y Trino, inmensamente poderoso en sí mismo, pero ese poder no lo utiliza para el dominio o la opresión de una de las personas sobre las otras, sino que se deja llevar por su amor, por su inteligencia, por su voluntad, para vivir en la mayor armonía imaginable, no superada por ninguna en la existencia de todas las cosas.
En la voluntad todopoderosa e infinitamente sabia de Dios, nunca estuvo el dar al hombre una compañía que desembocara en el enfrentamiento y el conflicto interhumano. "No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada". Este designio de Dios apuntaba al apoyo solidario, a la ayuda mutua, al progreso consensuado. Más aún, elevándolo a la categoría divina, su deseo era la unión fraterna, basada en el amor mutuo, en la caridad que buscara el bien del otro, por ser amado desde un corazón que fuera semejante al de Dios. Así lo comprendió el mismo hombre salido de las manos de Dios, cuando vio a la mujer a su lado: "Ésta sí es carne de mi carne y sangre de mi sangre". Es decir, "Soy yo mismo, prolongado en ella. Nuestra unidad es tan íntima que somos uno solo, somos el mismo ser en dos". La noche oscura de la humanidad, que cayó sobre el hombre por el pecado, tiene como consecuencia la rotura total de esta unidad hasta ese momento inquebrantable. "Esa que me diste por compañera", es la expresión de quien ya no se siente carne de la misma carne ni sangre de la misma sangre, sino un extraño, distanciado de aquella que había sido él mismo. El demonio había logrado lo que buscaba. Su lema preferido, "divide y vencerás", se había hecho trágicamente real. La humanidad vivía su peor desgracia, pues comenzaba así un camino de rotura, de enfrentamiento, de odio criminal. Caín mata a Abel, su hermano. La desolación se ciñe sobre los hombres y el odio empieza a dar sus funestos frutos: "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?", es la expresión de quien se siente totalmente distanciado de los suyos.
La guerra nos destruye a todos. Nos deshumaniza y nos saca del corazón de Dios. La búsqueda de la unión, de la solidaridad, de la justicia y de la paz, nos humaniza. Nuestra vida humana es caracterizada por lo comunitario, basado en el amor mutuo. Nunca estar aislados o enfrentados nos hará más humanos. Al contrario, nos hará mas bestias. Cristo quiere que todos miremos a la misma meta, la de la unidad perfecta, la de la solidaridad, la del progreso y el desarrollo comunitario. Quiere que vivamos como hermanos, con un solo corazón. "Que todos sean uno", es la oración sentida que hace ante el Padre. Y es la invitación que hace San Pablo a los primeros cristianos: "Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu. Un solo cuerpo y un mismo espíritu, pues ustedes han sido llamados a una misma vocación y una misma esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, que actúa por todos y está en todos." Nuestra condición de cristianos nos llama a la unidad en el amor. La guerra es la contradicción total a este llamado de Jesús. Que nunca en nuestros corazones demos lugar al demonio que nos quiere destruir, implantando el odio en nuestros corazones, haciéndonos bestias. Que reine el amor mutuo, para ser verdaderamente hombres, hijos del Dios de la Paz.
Gracias padre ,por reforzar el amor a Cristo y no al maligno ,Dios es amor y amor debemos brotar .
ResponderBorrarDios nos bendiga con su inmenso amor que día a día nos demuestra!!
Amen. El señor este entre todos nosotros y nos preserve en Paz, Desarrollo y Progreso
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