miércoles, 16 de octubre de 2019

Tú eres mi mejor defensor, Jesús

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Una de las cosas que más valora Dios en la conducta de los hombres es la coherencia. En sus intervenciones más puntillosas, Jesús critica a los escribas, a los fariseos y a los juristas, por su doble rasante. Una, para los súbditos, a los cuales pretenden subyugar bajo amenazas con sus exigencias tremendas y casi incumplibles, y otra, la que usan para ellos mismos, permitiéndose licenciosamente todo, considerándose incluso por encima de la ley que vociferaban. Y es tal el desprecio que demuestra Jesús por quienes así se comportan, que les asegura un juicio doblemente rígido del que con el cual ellos amenazan a los demás. "¡Ay de ustedes también, maestros de la Ley, que abruman a la gente con cargas insoportables, mientras ustedes no las tocan ni con un dedo!" Jesús se yergue en defensor de aquellos que son sometidos por las autoridades del pueblo, pues éstos se han colocado por encima de ellos, se sirven de todos y han perdido totalmente la óptica del servicio que les marcaba la razón por la cual habían empezado a existir. El origen de la secta de los fariseos era absolutamente bueno y auspiciable. La finalidad de su existencia en su raíz era la búsqueda de la pureza de la fe y el retorno a la fidelidad en la práctica y la confesión del judaísmo. Lamentablemente, haber saboreado las mieles del poder y de las riquezas que obtenían por el favor del pueblo al que debían servir, los envenenó, y comenzaron sus prácticas deleznables de manipulación, de opresión espiritual, de aprovechamiento material. Era muy sabroso eso que vivían y había que tratar de mantenerlo a cualquier precio, incluso el de la venta de la propia honestidad.

La reacción de Jesús es totalmente acorde con la comprensión que Él tiene de la obra que viene a realizar. Él ha venido, como lo anuncia Isaías desde tiempo atrás, con una misión de liberación: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar un año de gracia del Señor". La obra del Mesías redentor no es una obra militarista o de poder político. Es una obra de liberación espiritual, que apunta a la rotura de las cadenas opresoras del espíritu de la humanidad. Y en esto se inscribe el enfrentar con toda determinación a quienes, como los grandes poderosos espirituales de Israel, pisoteaban el espíritu y la dignidad de los humildes. No hay reclamo mayor para el corazón amoroso de Jesús, que viene a ponerse a favor de los humillados y despreciados del mundo, que la situación de opresión que pugnaban por mantener esos líderes "espirituales" contra ese pueblo sencillo. Es lo que lo hace decidirse más a salir en su defensa: la constatación de que aquellos que debían salir en su defensa, eran los primeros que los oprimían y subyugaban.

No existe corrupción mayor en el corazón del hombre que la traición a la búsqueda y la procura ilusionada de los objetivos nobles para los cuales ha sido creado. El sentido principal de honestidad, de fraternidad, de justicia, de solidaridad, es el que debe motivar todos los movimientos de cada hombre creado por el corazón amoroso del Dios todopoderoso. Dejarse invadir por el ansia de poder y de riquezas, de prestigio y de placer, y con ello obnubilar totalmente el panorama, oscureciéndolo con la búsqueda de prerrogativas únicamente personales y egoístas, es la contaminación peor en la que se puede sucumbir. Es la negación de la propia esencia que está en el sustrato de todos los hombres creados por amor y para el amor. Es la pérdida total del norte que debe servir de guía. Y es dejarse conducir solo por la penumbra de los propios instintos, bajos y ruines. Se pierde así la esencia comunitaria que nos debe caracterizar siempre, haciéndola caer en el peor de los egoísmos, el que busca destruir al hermano solo para servirse de él y pisotear su dignidad.

La mejor noticia que se puede recibir es que el débil, el humillado, el oprimido por los poderosos, no está solo. Dios mismo sale en su defensa y Jesús es el adalid que conduce la batalla contra los opresores. No existe sobre el mundo poder mayor que el del Dios que se hace hombre, por lo cual la victoria sobre el mal, sobre el poder de los poderosos, es segura. El oprimido y el débil, tienen a su favor la mayor fortaleza imaginable, la del Dios del amor que sale en su defensa. "Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal, a los que obran de esa manera ... Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras ... A los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable. Pena y angustia tocarán a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego". La victoria final será de quien es humillado, de quien actúa en favor del bien y la justicia, abandonándose en el poder misericordioso del Dios de los oprimidos. "A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna ... Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien, primero al judío, pero también al griego; porque Dios no tiene favoritismos".

Es bueno revisarnos a la luz de las diatribas de Jesús contra los fariseos, los escribas y los juristas. Y apuntar a nuestra conversión para nunca asumir actitudes hipócritas, poco transparentes, oscuras y opresoras contra nuestros hermanos. Pero a la vez, es muy bueno, incluso mejor, vivir con el gozo de saber que tenemos a un Dios que sale en defensa de los más débiles, de aquellos a los que los poderosos tienen sometidos, y que quieren subyugar bajo amenazas terribles, que atemorizan bajo la peor manipulación posible, que es la del espíritu, abusando de su posición de poder espiritual, tratando de envenenar conciencias y espíritus, y con ello aprovechándose de lo más noble que hay en el hombre, que es su confianza en Dios que se traduce en inocencia y transparencia delante del Dios de amor. Jesús ha venido a sanar los corazones heridos, a proclamar nuestra liberación incluso de estos poderes espirituales que pretenden dominarnos. Dejemos que sea su obra de amor y de poder infinito la que actúe en nosotros. Dejémonos liberar y conducir a los pastos de la mayor libertad, que es la que nos da su amor que nos guía a la libertad plena, la que podemos saborear ahora y que tendremos definitivamente en el cielo junto a Él.

2 comentarios:

  1. Dios es amor , eso debemos entender y reconocer que él siempre está presente en nosotros para seguir su camino hacia la libertad!!

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