El sabor de familia, de cotidianidad, de hogar, que tiene este encuentro de Jesús con las hermanas Marta y María, es realmente hermoso. Se nota que Jesús era muy buen amigo de esta familia de tres hermanos, de la cual formaba parte también Lázaro, al que Jesús resucitó después de cuatro días de muerto, lo que se convirtió luego en uno de los milagros más grandes y entrañables que realizó el Señor. Todo lo que rodea los encuentros de Jesús con estos hermanos tiene un sabor a hogar, a casa, inmenso. Seguramente, en sus recorridos, el paso por Betania era casi obligatorio, si no por ser un pueblo que estuviera en el cruce de caminos, con certeza porque Jesús mismo buscaba tener este oasis en medio del desierto que representaba el agotador itinerario que tenía que cumplir. Quería sentir el sosiego que representaba poder sentarse a platicar con serenidad, la paz del encuentro con aquellos que solo querían tenerlo entre ellos porque lo amaban de verdad, el amor que se desvivían por hacerlo concreto en los gestos cotidianos y hogareños que podía sentir cualquier miembro de la familia. No es arriesgado afirmar que en ellos Jesús encontraba algo similar a la paz que vivía en su casa de Nazaret, junto a sus padres José y María. Lázaro, Marta y María eran lo equivalente a los hermanos de sangre que nunca tuvo Jesús.
Jesús, según todos estos signos, es uno más de la familia. Los hermanos le han abierto las puertas de su hogar. Y Jesús se siente cómodo entre ellos. Estos dos episodios de reclamo de Marta son apenas esos dos, en medio de muchísimos que nos imaginamos que han tenido todos en la serie de encuentros continuos que ha habido entre ellos. Ellos han logrado que Jesús tenga la experiencia de familia, que se sienta bien recibido, querido, amado, cuando está en su casa. Lázaro, Marta y María son el prototipo de la familia que acoge a Jesús como uno más de entre ellos, como el hermano mayor que tiene mucho que darles, como aquel que puede dar pautas de conducta, de justicia, de santidad, de agrado a Dios. Para ellos, Jesús es referencia obligada para conducirse mejor como familia, y por eso lo acogen con tanta satisfacción y cariño. Por eso se desviven por atenderlo bien, por hacerlo sentir bien recibido.
Marta hace lo que sabe hacer. Por lo que vemos en su conducta, era la hermana mayor, la que dirigía todo, la que tenía el control de la marcha de la casa. Era el ama de casa. Y teniendo a Jesús en casa se desvive por hacer de la mejor manera lo que ella sabe hacer. Jesús está y hay que hacer lo mejor para él. "Se multiplicaba para dar abasto con el servicio". No hace nada extraño a lo que está acostumbrada a hacer. Era su responsabilidad que todo estuviera a punto para que Jesús no echara en falta nada. Solo que en ese momento, su preocupación extrema por agradar a Jesús le estaba restando importancia a lo que debía gozar de esa presencia. Lo entendió perfectamente María, que sin duda, en otros momentos hubiera estado también atareada ayudando a su hermana en todos esos quehaceres. Pero que, entendiendo que tener a Jesús y recibirlo en su corazón, era lo verdaderamente importante. Por eso Jesús le aclara a Marta lo que ella también debe vivir: "Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán." Si se recibe a Jesús en la casa propia, es para vivir el sosiego que Él representa, la paz con la que Él nos puede llenar. Es para abrir el corazón y dejarse llenar de la dulzura de su presencia, que viene acompañada por su amor, por su misericordia, por su providencia. No es que querer atender bien a Jesús no fuera importante. Es que cada momento hay que vivirlo con la intensidad que corresponde.
María nos enseña lo que debemos vivir con la mayor intensidad en nuestra vida de relación con Jesús. No es que andemos atareados en medio de tantas cosas. Para eso ya llegará el momento. Es que abramos nuestro corazón, que nos dejemos invadir por su presencia y por su amor, que seamos capaces de afinar nuestro oído y de abrir nuestro corazón para que Jesús derrame en ellos toda su misericordia. Que a la luz de ese amor, nos revisemos y podamos cambiar de conducta para hacernos dignos de ese amor. "Que todos se vistan de sayal e invoquen con fervor a Dios, y que cada uno se arrepienta de su mala vida y deje de cometer injusticias." Que el Señor nos llene de una serenidad tal, que no haya en nosotros otro interés que llenarnos de su miel y vivir para Él, que Él sea la fuente de nuestra vida y del amor que debemos tener para darlo a nuestros hermanos. Que podamos recibir a Jesús en nuestra casa, que nuestro hogar sea su hogar. Que lo hagamos sentir tan bien como lo hacían Lázaro, Marta y María, de manera que Jesús desee estar entre nosotros porque es bien acogido, escuchado, amado. Que podamos decir con María que hemos escogido la mejor parte y que nadie nos quitará la felicidad plena de ser de Jesús, de escucharlo y de amarlo con todo nuestro corazón.
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