Existe una frecuente inquietud entre los hombres de fe cuando se presenta la contraposición entre libertad y predestinación. Nuestra fe nos confirma que los hombres hemos sido creados absolutamente libres, enriquecidos con una libertad que es parte de las cualidades con las cuales Dios nos creó "a su imagen y semejanza". Esta libertad es tal que ni el mismo Dios es capaz de anularla. La respeta reverentemente. Cuando Él decide, "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", asume todas las consecuencias de su decisión, y lo sistematiza todo de manera que ese tesoro sea, ciertamente, un don de su Gracia amorosa, pero también una responsabilidad colocada como compromiso confiado en las manos de su criatura. Para ello le ha dotado también de la inteligencia y la voluntad, que son los componentes esenciales para el correcto ejercicio de esa libertad. Colocar en las manos del hombre su propia libertad es signo del respeto que Dios mismo tiene a la dignidad con la que Él mismo ha creado a su criatura. Pero esta certeza concreta, real y definitiva sobre nuestra libertad, choca frontalmente con la doctrina sobre la predestinación. Durante la historia esta se ha ido balanceando entre una concepción totalmente opuesta a la libertad como don de Dios, en la cual esa libertad quedaría completamente anulada, pues nuestras vidas estarían "escritas" en el libro de Dios y todos sus pasos estarían ya establecidos y predeterminados por la voluntad eterna e infinitamente poderosa de Dios; y otra concepción radicalmente opuesta, en la que la sola mención de una predestinación sería considerada un absurdo mayúsculo.
La omnisciencia de Dios, es decir, su sabiduría infinita, y su eternidad, en la cual todos los tiempos están en Él como en un eterno presente, nos hacen comprender la posible confusión que se nos viene ante esa supuesta predestinación. La comprensión de estos atributos divinos, ausentes completamente en nosotros y por ello en ocasiones muy confusos, nos ayudan a la comprensión de esa realidad. Somos libres en todos los pasos que decidimos en nuestra vida, pero en Dios el desarrollo y el resultado de nuestra decisión ya están presentes en su eterno presente. Nosotros decidimos sobre nuestra vida, pero en ese eterno presente que vive Dios, Él sabe perfectamente cuál es, cuál ha sido y cuál será nuestra decisión y sus consecuencias. Dios sabe bien cuál decisión tomaremos, pero la decisión la tomamos nosotros en ejercicio de nuestra libertad soberana, que ha sido su regalo de amor. La sabe porque el futuro es ya presente en Él, pero la respeta reverentemente pues no puede interponerse a lo que Él mismo nos ha regalado al hacernos libres. Su deseo de salvación, esa predestinación con la que todos estamos marcados, no hace perder a Dios su objetividad. Dios no deja de poner en nuestras manos la realización de nuestra salvación. Ciertamente es un don suyo, pero nosotros debemos ponernos en la ruta que nos lleve a disfrutarla.
Así se comprende la llamada de atención que hace Jesús a todos: "Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Les digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán fuera y llamarán a la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'; y él les replicará: 'No sé quiénes son ustedes'". Esa puerta estrecha es la puerta de la salvación. Es puerta para todos nosotros, los predestinados a la salvación. Aun siendo estrecha, es puerta franca para todos los hombres. Pero la entrada en ella no se logrará sin el esfuerzo por hacernos merecedores del triunfo final. La predestinación a la salvación no nos libra del esfuerzo que debemos hacer. Ello implica amar a Dios y cumplir su voluntad, y amar a los hermanos en la fraternidad y la solidaridad más pura. El compromiso de la salvación es nuestro, por lo cual debemos deslastrarnos de la pasividad, en la que podríamos caer si creemos que la predestinación a la salvación nos exime de nuestra propia responsabilidad de hacer todo lo necesario por salvarnos. En la infinita sabiduría de Dios, Él sabe perfectamente cómo somos. Valoramos más lo que nos exige un esfuerzo mayor. Si no nos cuesta nuestra salvación, no la valoraríamos lo suficiente. El goce final de esa salvación a la que estamos predestinados, será pleno, luego de haber hecho nuestro mejor esfuerzo por ganarla. Abrazarse a Dios en la experiencia de amor eterno, será la vivencia más entrañable que jamás tendremos, pues nos ha costado nuestro esfuerzo en el ejercicio correcto de nuestra libertad que nos llama siempre a más.
Una de las cuestiones más controvertidas es la doctrina teológica de la predestinacion. A lo largo de la historia de la Iglesia ha sido causa de división. Habrá que dejala a un lado muchas veces y ponernos a trabajar, poniendo nuestra voluntad de poner los medios como si todo dependiese de nosotros y esperar como si todo dependiese de Dios. Sera la manera de vivir más tranquilos. Confiaremos más en la misericordia de Dios y haremos lo que sea de nuestra parte. Sabemos que Dios quiere que todos nos salvemos y al que pone de su parte todo...Dios no le niega la gracia. Y a jornal de gloria no hay trabajo grande. Que Dios nos bendiga y nos guarde. Franja.
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