Hoy hacen falta muchos Esdras y muchos levitas, que le lleven al pueblo la Palabra de Dios. En aquel tiempo, cuando se vivió la deportación, Israel había prácticamente perdido el contacto con la Palabra. Estaban perdidos, sin la orientación que representaba tenerla siempre presente, como en los tiempos de la paz, cuando se reunían en el Templo para adorar a Dios y escuchar lo que Él quería decirles a través de su Palabra. El haber salido de la tierra prometida había representado una especie de "paganización", pues habían hecho ausente a Dios de sus vidas, quizás más preocupados por la búsqueda de los recursos para subsistir en medio de un pueblo poderoso que los había hecho esclavos de nuevo. Vivían la misma tragedia de la que habían sido liberados en Egipto, con el agravante de que habían ya gustado las mieles de la conquista de aquella tierra que había sido anunciada por Yahvé y la libertad de la que disfrutaron durante el tiempo que habían habitado en ella. De un día para otro, bajo el yugo de los reinos invasores, perdieron todas esas bendiciones. Para ellos, Dios había pasado a un segundo plano. Había otras prioridades de las que había que preocuparse con urgencia. Cuando se recupera el tiempo de paz, cuando Dios toca el corazón del invasor y hace que permita el regreso de Israel a sus tierras, cuando se reconstruye el Templo e Israel retoma entonces el ser pueblo de la Alianza, Nehemías, Gobernador, junto con Esdras y los levitas, emprenden el camino de una reconquista no sólo geográfica, sino también espiritual.
Estos personajes que presentan al Dios verdadero, el que es todo amor y misericordia, son esenciales en todo momento. Quizá hoy adolecemos de ellos, y precisamente porque son escasos estamos ante un mundo que vive poco la esperanza y el gozo de estar con Dios, y que busca para llenar ese vacío dioses extraños que aparentemente puedan cubrir esa necesidad. La gente de hoy puede estar viviendo una experiencia similar a la que vivió Israel en la deportación. Habiendo saboreado las mieles de la libertad y habitado en una tierra de promisión por el contacto filial con Dios, han sido conquistados por imperios invasores, que han borrado de la memoria esa relación amorosa, la han hecho ver ridícula o alienante, y han propuesto los ídolos a los que sirven hoy, llenándose de frustraciones continuas al comprobar que ese no es el camino que los estaría llevando a una plenitud deseada, sino que por el contrario los deja cada vez más desilusionados y ansiosos de algo mejor. Obstinadamente persisten en su empeño, a pesar de que la sensación es que están al borde de un desfiladero que los llevará a la frustración total.
Jesús ha percibido esta realidad y la ha valorado en su justa dimensión. Cuando envía a sus discípulos de dos en dos al mundo, lo hace para que presenten el camino de la verdadera plenitud. Después de dar las indicaciones de lo que deben hacer, les conmina: "Digan: 'Está cerca de ustedes el Reino de Dios'." No está tan lejos. Basta que se dejen iluminar por la luz correcta, que se dejen llenar de la miel verdaderamente dulce, que se dejen encaminar por las rutas correctas que los llevarán a gozar de nuevo de la tierra prometida. Es la misión que les encomienda a esos enviados predilectos. Jesús los necesita para que cumplan esa tarea tan delicada de dar a los hombres una razón para vivir, una ilusión que seguir, una plenitud que perseguir. Por eso, de alguna manera, traslada al mismo pueblo sediento de su Palabra iluminadora la responsabilidad de lograr que existan esos a los que Jesús quiere enviar y comprometer en su misión de salvación: "La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Pónganse en camino! Miren que los mando como corderos en medio de lobos." Son los Esdras y los levitas del Nuevo Testamento, que presentan a los hombres de su tiempo, por encima de cualquier dificultad y a pesar de las oposiciones posibles, la Palabra de Dios, Jesús mismo. Él es el Reino de Dios que ya está cerca, tan cerca que ya está en medio de todos.
Hoy esta invitación de Jesús es más pertinente que nunca. Rogar al dueño de la mies, a Dios, que envíe obreros a su mies que nos señalen el camino, que nos iluminen con su Palabra, que nos indiquen las rutas que debemos seguir, es nuestra responsabilidad. Añorar que haya esos enviados de Jesús que nos vayan gritando con sus vidas y sus palabras que el Reino de Dios ya está cerca, debe ser una añoranza acuciante que nos impulse a implorar a Dios que nos siga viendo con amor y no nos deje desamparados, sin guías, sin luces que nos iluminen. Y a poner todo nuestro empeño no solo en la oración, sino en la facilitación de todos los medios a nuestro alcance para que surjan más vocaciones de hombres y mujeres que sean enviados por Jesús a cumplir su misión delicada de llevar la Palabra de Dios al mundo. Orar por ellos, animarlos, apoyarlos, defenderlos, protegerlos, es nuestra responsabilidad. Hacerlo, es procurar nuestro propio beneficio, pues tendremos a los Esdras, a los levitas, a los discípulos, que nos conducirán a la plenitud de nuestro gozo, pues nuestro tiempo será, así, "un día consagrado a nuestro Dios", el de la llegada de su Reino a todos nosotros.
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