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lunes, 29 de marzo de 2021

El mejor amigo, Jesús, nos quiere hacer amigos de Dios

 María Magdalena unge los pies de Jesús con perfume de nardos. | Mary of  bethany, Lds art, Jesus pictures

En Jesús el sentido de la amistad estaba muy arraigado. Él ha entendido su misión como la acción a favor de restablecer la amistad del hombre con Dios. Una amistad que tiene su origen en la filiación del hombre que ha sido creado por Dios y ha sido colocado en el centro como criatura principal para que dominara todo lo creado. En este sentido, podemos entender la amistad como ese compartir bienes desde el amor, en cuyo caso se convierte, vista la relación de Dios con el hombre, en compartir sus bienes mayores, como lo son su capacidad de amar, su libertad, su inteligencia, su voluntad. Dios, de esta manera, sería ya no solo el Creador y Sustentador, sino que se convertiría en el mejor amigo del hombre dado que le ha proporcionado todos los beneficios posibles. Y más allá, la amistad para ser tal requiere de reciprocidad. La otra parte debe estar también siempre dispuesta a compensar con su esfuerzo todos los beneficios que recibe. Por ello, Dios pide al hombre que responda con su entrega, con su humildad, con el acatamiento de su voluntad de bien, con su fidelidad. No cumplir su parte sería una deslealtad y una traición a la amistad. Y eso fue el pecado de la humanidad: no haber acatado las reglas de la vivencia de la amistad e incumplir la parte que le correspondía. Quedaban entonces dos opciones: o ser subyugado por el que tiene el poder, o ponerse de tal manera en contra de esa amistad ofrecida y llegar a hacerse enemigo declarado. Lamentablemente, el hombre, en su historia personal, decidió mayormente el camino de la enemistad, viendo a Dios casi como un adversario en vez de verlo como su mejor compañero de camino. Con la pretensión de una autodeterminación en la que quedaba con las manos vacías pues buscaba darse a sí mismo los bienes que recibía de Dios, que era su único origen, solo logró, y aún sucede así, tener un futuro de desolación y de frustración, pues jamás logrará tener la compensación añorada. La amistad rota es la debacle para el hombre. Aún así, a pesar de tener a la vista la traición a la amistad del hombre, Dios está siempre dispuesto a tender la mano para seguir ofreciendo la dulzura de ser amigo suyo.

La obra de Jesús es la del enviado para recuperar y restaurar la amistad que ha sido rota por el pecado. Cada una de las palabras y las obras de Jesús van en la línea de convencer al hombre de que la mayor ganancia para él es el restablecimiento de la amistad con Dios. Por eso, después de un cierto tiempo con los apóstoles, en el que fue dándose a conocer como el Mesías Redentor, el enviado del Padre para lograr el rescate del hombre perdido por el pecado, es capaz de decirles su nueva condición: "Ahora ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; ahora los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre". Ese es el legado de la amistad que ofrece Jesús a los suyos: conocer todo lo que el Padre le ha enviado a decir y a transmitir, con el añadido de que lo hará en la mayor demostración de amistad que se puede hacer, que es la entrega incluso de la propia vida en favor de aquellos que son considerados sus amigos. Esta es la razón última de la amistad espiritual de Jesús con el hombre, que busca la restauración de la amistad con el Padre Dios. Y que tiene su concreción en aquellos hombres y mujeres con los que se encontró y con los que vivió relaciones intensas, de mayor intimidad que la que vivía con otras personas con las cuales los encuentros eran menos intensos. Es el caso de los hermanos de Betania, Lázaro, Marta y María, con los cuales Jesús vivía una verdadera y sólida amistad. Era tan sólida que en los días previos a su pasión decide visitarlos, viajando desde Jerusalén hasta Betania. Así Jesús honraba esa amistad de años: "Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa". Este encuentro de los amigos se nos ocurre fresco, distendido, informal. Era el encuentro de los amigos que se aman. Pero crea resquemores entre algunos. Judas se queja del perfume que es derramado por María sobre los pies de Jesús y los enemigos de Jesús se molestan porque Lázaro, resucitado por Jesús es un imán para creer en el Salvador, y por eso deciden asesinarlo también a él, además de a Jesús. La amistad tendrá siempre también sus opositores.

Pero Jesús tiene muy clara su misión. Él ha sido enviado a sanar la herida del hombre por el pecado. Sabe muy bien que su labor va en función de recuperar al hombre para Dios, de ponerse del lado de los oprimidos, como ya estaba incluso profetizado por Isaías y es retomado por Jesús en su primera intervención en la sinagoga: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos". Jesús ofrece restañar la amistad con todos los hombres, pues no excluye a nadie, pero lo hará principalmente con aquellos que han sufrido más, pues han sido perjudicados por las autoridades religiosas, por los poderosos, los enemigos de Dios. Para ellos el concepto de amistad con Dios no existe. Su dios son ellos mismos y los ídolos del poder, del placer y del tener ante los cuales se han rendido. Su amistad la han pactado con lo que ellos consideran son sus mayores beneficios. La verdad es que se convierten así en los más desdichados por cuanto el servicio a esos dioses que desaparecen termina siempre en la oscuridad y en la tragedia de una vida personal para toda la eternidad. La amistad de Jesús con los hermanos de Betania es el ideal de lo que Dios quiere que vivamos con Él. Una cercanía fresca, ágil, natural, con nuestro Padre Dios. Asumiendo su superioridad sobre cada uno de nosotros, poner todo nuestro ser en sus manos, como lo ha hecho Él, para compensar la riqueza de ser sus amigos: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: 'Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la  cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas'". Esa es la obra de Jesús: lograr que cada hombre de la historia viva esa amistad absolutamente compensadora con Dios, viviendo en su amor y en su esperanza.

viernes, 23 de mayo de 2014

Jesús es mi mejor amigo...

La amistad, según Santo Tomás de Aquino, "consiste en un cierto compartir bienes". Se refiere a todo tipo de bien, tanto material como espiritual. No basa su argumentación sólo en lo que el común de la gente consideraría como "bien", que sería algo material, tangible, corporal... Aun cuando Tomás de Aquino basa su consideración en Aristóteles, el gran filósofo "materialista" -en contraposición a Platón, el filósofo "idealista", de quien sería el discípulo cristiano y "bautizador", San Agustín-, es claro que la misma concepción filosófica de "bien" no se reduce a lo material...

San Juan de la Cruz, en la meditación sobre la frase de Cristo: "Ustedes son mis amigos", afirma: "La amistad, a los amigos o los encuentra iguales, o los hace iguales", con lo cual estaría afirmando que la amistad llegaría a ser una suerte de identificación esencial de los hombres, por cuanto los haría ya no sólo compartir bienes en general, sino hasta el propio ser... El amigo imprimiría la huella del propio ser en el otro, y se dejaría imprimir la huella del ser del otro en sí... La amistad no es sólo mirarse a sí mismo y ver la conveniencia de una relación con el otro, sino que vería en el otro la conveniencia de una relación conmigo. Es decir, buscaría la manera mejor de beneficiar al otro, por encima de las propias conveniencias. Es la búsqueda de dar y hacer al amigo el mejor bien posible, aunque sea desde la propia pobreza...

Ambas concepciones de la amistad combinadas, nos hacen comprender la magnitud de la amistad de Jesús con los hombres: "Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer". Dar la vida por sus amigos es la expresión más alta de la amistad, pues es la expresión más alta del amor. El amor es la base fundamental de la amistad, sin la cual no tendría absolutamente ningún sentido. Una amistad sin amor es simplemente una búsqueda de beneficios egoístas, una aprovechamiento del otro, una pretensión de dominio y de esclavización... ¡Cuántas falsas amistades se cultivan sólo por el hecho de dejarse llevar por el egoísmo! ¡Cuántas no se convierten en simples camaraderías o incluso en complicidades! Muchos han tergiversado la amistad y han llegado a convencerse de que ella consiste simplemente en contar con quien apruebe todo lo suyo sin nunca censurar o corregir. Han degradado la amistad hasta el punto de considerar amigo a quien nunca tiene nada malo que decirle, o corregirle, o sugerirle diverso a lo suyo, sino sólo a quien aprueba todas sus cosas, aun siendo malas. Si alguien llegara a corregir o a censurar algo, dejaría inmediatamente de ser amigo.

En Jesús el camino es el opuesto. La amistad para Jesús es dar el mejor bien al otro. Ya no se trata sólo, como lo comprobó en su vida, de dar la salud, la comida, la capacidad de hablar o de oír o de caminar, que serían bienes, digamos, "materiales". Se trata de procurar para el amigo lo más alto, lo más elevado, lo más espiritual, que es la Vida eterna, el perdón, la salvación. Y para ello, Jesús necesitó entregar su propia Vida. La amistad la entendió Jesús como no guardarse nada de lo que beneficiaría al otro. Lo dio todo, sin guardarse ni esperar nada a cambio. La amistad le exigía donarse totalmente, y lo hizo sin titubeos...

Si la amistad es "un cierto compartir bienes", Jesús la entendió a la perfección, pues compartió con el hombre su mayor bien, que era su propia vida. No sólo entregó su palabra, su poder, su gloria, sino que radicalizó la entrega de sus bienes al extremo de dar su propia vida. Pero, la amistad, estrictamente hablando, no sugiere una relación sólo de ida. Aunque la motivación del verdadero amigo no es la del bien que pueda recibir a cambio, el verdadero amigo siente el impulso de compartir en la misma medida como respuesta al bien que recibe. Eso sugiere la palabra compartir. Un movimiento de ida y vuelta... Por eso, aun cuando Jesús en su amistad no exige la respuesta de la entrega, sus amigos sí deberían sentir las ganas de darse también para hacer de la amistad un provecho para todos, no sólo para una parte. Es lo que sugiere cuando afirma: "Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando"... Ya ha dicho Jesús, en repetidas oportunidades la entrega que debe haber en sus discípulos...

Y si la amistad es aquello que o los encuentra iguales o los hace iguales, es lógico que el gesto de entrega que ha realizado Jesús sea asumido por sus amigos y, haciéndose iguales a Él, realicen el mismo movimiento. Jesús, con su sacrificio, se hace amigo de toda la humanidad, pues es toda ella la que recibe los beneficios de su entrega. No se entrega Jesús para un grupo específico o reducido. Se entrega para todos. Así mismo, los amigos de Jesús deben hacer su entrega en beneficio de todos, si quieren ser verdaderos amigos de Jesús. Deben "hacerse iguales" a Cristo, que se entregó por todos... Nuestra fe cristiana es, fundamentalmente, una cuestión de amistad. Con Dios, con Jesús, con todos los hombres. Y nos llama a compartir el mayor bien nuestro, nuestra vida, con los hermanos. Y nos invita a hacernos iguales a nuestro mejor amigo, Jesús, entregándonos a los hermanos para llevarlos a la salvación...

jueves, 14 de noviembre de 2013

No hagan caso a charlatanes

A los hombres no encanta el misterio. Todo lo que sea oculto, esotérico, misterioso, nos llama la atención. No es extraño que así sea, pues habiendo sido creados por el Dios invisible, siendo sostenidos por Él misteriosamente en su amor, y teniendo como meta vivir en ese misterio totalmente develado a nuestros ojos, todo lo que se refiera a lo oculto ejerce un atractivo sin igual sobre nuestra mente y nuestro corazón... Al haber sido creados por Dios con ansias de eternidad, tendemos naturalmente a lo religioso. En toda la historia de la humanidad conocemos testimonios de la búsqueda insaciable del hombre de aquello que es superior a él, de saber más de eso, de llegar a los límites en los cuales se puede revelar completamente su ocultamiento... Incluso de la búsqueda pretenciosa de "dominar" aquello misterioso y oculto, en una demostración de un "poder" que no se tiene pero que se quiere adquirir a toda costa...

No es ilícito querer conocer de Dios, de su misterio oculto, de su infinitud, de su poder inimaginable. Dios mismo, lo hemos dicho, puso en el hombre esa añoranza. Y nos dio la capacidad de avanzar en su conocimiento, de adentrarnos en su misterio progresivamente, al darnos nuestra inteligencia, nuestra razón. Y más aún, en su designio amoroso a nuestro favor, al crearnos "a su imagen y semejanza", nos regaló la condición espiritual que es esencial para entrar en una "simpatía" -"con el mismo ánimo"-, que nos pone "en la misma onda", nos hace de alguna manera iguales a Él, y con ello nos facilita la comprensión de lo que Él es, aunque sólo sea por aproximación y comparación con nosotros mismos... Esto, evidentemente, siempre quedará en lo insuficiente. Nuestra inteligencia es totalmente limitada, y aun cuando puede avanzar cada vez más y alcanzar a sobrepasar límites insospechados, jamás será capaz de abarcar a lo infinito que es Dios. Y tampoco nuestro espíritu, por sí mismo, podrá hacerlo, pues necesita de la "invasión" de la gracia divina para poder hacerlo... Es necesario que nuestro espíritu sea colocado en la "frecuencia de transmisión" del Espíritu de Dios, de su Sabiduría, para poder hacerlo con éxito...

Por eso el mismo Dios nos aclara que su Sabiduría, "entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas". La condición indispensable es de tener "alma buena". Eso significa un alma que sabe cuál es su lugar, que se basa en la humildad de la conciencia de ser infinitamente inferior a Dios, de que su conocimiento no es un logro de la autosuficiencia humana -a pesar de que conocerlo es posible, hasta cierto límite humano- sino de una concesión amorosa de Él mismo, de que es un absurdo la pretensión de "dominar" la esfera de la divinidad con las solas fuerzas humanas que se creen superiores... El alma buena sabe cuál es su lugar y jamás pretenderá someter a la divinidad a su arbitrio...

Esa Sabiduría no es simple riqueza intelectual. Es el espíritu divino que dona la santificación del hombre al entrar en él, haciéndolo más como Dios. Es el regalo que Dios da a cada uno para que se acerque a Él, haciéndolo cada vez más similar, amigo y profeta. Quien es amigo de Dios llega a poseer su mismo espíritu. San Juan de La Cruz decía que a los amigos, "la amistad, o los encuentra iguales, o los hace iguales". Y, en general, la amistad es definida como: "Un cierto compartir bienes". Dios, al hacer amigo suyo al hombre, lo hace igual a Él y le hace compartir su mayor bien, que es su misma vida divina, la gracia... Y además, lo hace profeta, es decir, anunciador de su Reino, de su justicia, de su amor, de su vida, a los demás...No se puede ser amigo de Dios "impunemente". El amigo de Dios se debe hacer su mejor propagandista, en primer lugar con su vida de "alma buena", pues "Dios ama sólo a quien convive con la Sabiduría". Esa vida será la mejor promoción de la misma amistad de Dios, de su absoluta compensación, de la alegría de vivir en Él. Los demás percibirán lo bueno de Dios, viendo lo bueno de Dios en el "alma buena".

Y más que querer dominar el ámbito divino, el verdadero amigo de Dios tiene como su máximo honor y dignidad el ser él el dominado por el mismo Dios... Es absurdo pretender llegar a la altura divina por las propias fuerzas, como queriendo dar una demostración soberbia del propio poder sobre Dios. Son muchos los que lo intentan, demostrando su egocentrismo exacerbado... Y son muchos los que obnubilados por algunos aciertos, absolutamente lógicos, por lo demás, de estos charlatanes del espíritu, se rinden a sus pies maravillados y haciéndose seguidores incondicionales... El mismo Jesús habla contra ellos, cuando hace referencia a quienes anuncian la llegada de su Reino: "Si les dicen que está aquí o está allí, no se vayan detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día"...

Insiste Jesús en que los hombres vivamos en nuestro interior la presencia del Reino de Dios: "El Reino de Dios está dentro de ustedes". No sucederán las cosas buenas porque lo diga un charlatán. No dominaremos lo bueno porque hagamos los "rituales esotéricos" a los que nos invitan los charlatanes. Nuestra vida no puede estar en las manos de unas aguas, de unos perfumes, de unos colores, de unas velas, de unas piedras... Somos mucho más que eso, como para pensar seriamente que las cosas inanimadas e inferiores a nosotros puedan dominar nuestra vida. Dios nos ha hecho para Él, y si el Reino de Dios está dentro de nosotros, mal podremos pensar que una simple y absurda realidad creada, inanimada e inferior a nosotros mismos, pueda condicionar nuestra realidad, nuestra felicidad, nuestro futuro...

Seamos "almas buenas" que se llenen de la Sabiduría de Dios. Seamos verdaderos amigos suyos, dándole a Él el lugar que le corresponde y a nosotros mismos el nuestro. No dejemos que estos estúpidos charlatanes del espíritu nos envuelvan en su manto de esoterismo, llevándonos a creernos dominadores de lo espiritual o del mismísimo Dios... No demos lugar a los absurdos...