lunes, 15 de marzo de 2021

Dios tiene muy mala memoria sobre nuestro pecado

 EVANGELIO DEL DÍA: Jn 4, 43-54: Había un funcionario real que tenía un hijo  enfermo. | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Dios prefiere tener mala memoria. En su esencia de amor, que le da su más profunda identidad, deja brotar la misericordia, por encima de la justicia y del escarmiento que correspondería al recordar la traición del pueblo elegido al darle la espalda y preferir el pecado y el mal antes que el amor y el bien que podía vivir manteniéndose con Dios. En la mente de Dios todo lo que ha hecho Israel está presente. Él es el omnisciente, es decir, el que lo conoce todo y lo tiene todo en su recuerdo. Pero el ideal que vive Dios no es el de la venganza o el del castigo, sino el del amor y el de la misericordia. Siendo Dios de amor jamás se dejará llevar por la ira o el deseo de venganza. Sus actitudes de escarmiento las reserva para el final, cuando el hombre cierre todas las puertas al amor. En ese caso, es el mismo hombre el que elige el camino de la lejanía de Dios, del dolor que viene en consecuencia, de la oscuridad de vida que se yergue sobre el que se aleja de la Luz, del abismo de soledad y de tristeza que sigue a la traición perpetrada contra Dios y los hermanos. Todo esto será la elección de quien se prefiere a sí mismo, dejándose llevar por el egoísmo y la vanidad a que lo empuja el pecado. Esa sería la historia de quien no se deja conquistar por el amor y la misericordia. Una historia muy distinta la vivirá quien, a pesar de su pecado y de su traición, contemplando el amor y la delicadeza de Dios con sus criaturas amadas, se empeña en llenarlo solo de amor, como Padre que mira en una dirección distinta a la que tendría si se queda mirando al pecado. El Dios del amor prefiere olvidar, no tener en su memoria la falta de su criatura, y ofrecerle su mano tendida llena de amor y de ternura. La oferta de futuro es una oferta alucinante de plenitud. Es el perdón, el amor, la misericordia, la ternura, llevados todos al extremo, con lo cual Dios echa en el basurero todos los recuerdos de los males realizados por los hombres.

Quien acepte esta oferta del Dios misericordioso estará aceptando dejarse llenar de amor, sentir la misericordia de quien no se queda mirando el mal ni el pecado, quien deja a un lado la frustración por la traición y la lejanía, quien tiene el poder de deshacer el mal y colocar en su lugar el bien. Es una novedad absoluta la que propone y la que lleva a cabo en quien se abre a ese regalo: "Esto dice el Señor: 'Miren: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocíjense, alégrense por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén 'alegría', y a su pueblo, 'júbilo'. Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo, ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido; ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años, pues será joven quien muera a los cien años, y quien no los alcance se tendrá por maldito. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos'". No tiene sentido, entonces, rechazar esta oferta tan ventajosa para el hombre. La novedad total de vida que ofrece el mismo Dios es, con mucho, infinitamente superior a lo que vive el hombre, en medio de los acontecimientos rutinarios de su vida, en los que se presenta el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. La utopía que ofrece vivir Dios hace que el hombre tenga que elevar su mirada a lo eterno, a lo trascendente, y no quedarse solo en lo temporal, en lo pasajero. La realidad de esa novedad es totalizante. El hombre que se queda en la contemplación de solo lo que vive actualmente, pierde la perspectiva de la totalidad. Ciertamente su vida seguirá teniendo la opción del dolor y del sufrimiento, pero no debe jamás quedarse encerrado únicamente en esa perspectiva negativa. Sería como encerrase en un túnel oscuro que no ofrece ninguna alternativa. Ante la oferta de Dios, es necesario abrir los ojos del corazón, y percatarse que ya hoy existe compensación en el amor y en la ternura de Dios, y que esa compensación será absoluta al cumplir la ruta y llegar a la meta final de la eternidad. La realidad no es solo oscura. Tiene la luminosidad del amor de Dios.

Esa presencia del Dios del amor que viene a hacer nuevas todas las cosas tiene sus atisbos en las acciones y las palabras de Jesús. A pesar de que muchos se niegan a aceptarlo como el enviado de Dios para la salvación del mundo, Él sigue haciendo las obras del Reino. Él sigue hablando de las cosas de Dios y realizando las obras que el Padre le ha enviado a hacer. La realidad del Reino se va haciendo patente con su caminar y los hombres ya disfrutan de esas obras, llenándose de alegría y de esperanza. El Evangelio del amor es anunciado a todos y las obras que convencen de la presencia de Dios y de su Reino en el mundo son realizadas. Se percibe en quienes van abriendo su corazón una sensación de novedad que los llena de alegría y de esperanza. Dios no ha abandonado a su pueblo, y mucho menos a quienes han guardado una esperanza en su amor infinito: "Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: 'Si ustedes no ven signos y prodigios, no creen'. El funcionario insiste: 'Señor, baja antes de que se muera mi niño'. Jesús le contesta: 'Anda, tu hijo vive'. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: 'Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre'. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: 'Tu hijo vive'. Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea". Son las obras del amor, las obras del enviado de Dios, las obras del Reino de Dios presente en el mundo. Y son las obras que Jesús sigue haciendo cotidianamente entre nosotros y que debemos saber percibir con los ojos del espíritu. Así nos alegraremos de la obra de Dios en nosotros y nos llenaremos de la misma esperanza de plenitud que vivieron los que guardaron siempre su fidelidad al amor.

2 comentarios:

  1. Dios nuestro, purifícanos para que podamos ser coherentes y vivir de la Fe, y evitar el error de creer cómo vivimos😌

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