La apoteosis del pueblo de Israel es la presencia de Dios en su templo. Para ellos, el que Dios hubiera querido quedarse en medio de ellos era el signo más claro de su predilección. Y Dios no escatimaba detalles para hacerles entender y asegurarse de que así era. Desde su presencia misteriosa en el Arca de la Alianza, en la que estaba presente la Palabra que Él mismo les había dirigido a través de Moisés, hasta los grandes momentos en los que el pueblo se rendía en adoración y alabanza a Dios, que en cierto modo estaba presente en el Arca, todo pasaba por esos gestos de rendición del pueblo al mismísimo Dios. Yahvé era, sin duda, el centro de las atenciones, alrededor del cual giraban todos los intereses, los pensamientos y las acciones de Israel. Cuando el pueblo era fiel a ese Dios que estaba en medio de ellos, la situación de Israel era privilegiada. Había paz, armonía, progreso. Pero cuando el pueblo era infiel a ese Dios que les manifestaba tanta predilección, la situación se tornaba conflictiva, punzante, incómoda...
Esa era la historia de Israel: historia de fidelidad e infidelidad, de paz y conflictos, de progreso y retrocesos, de libertad y esclavitud... Los matices dependían de la conducta de Israel. Según fuera el grado de fidelidad a Dios y a su amor por el pueblo, así mismo era la respuesta que Dios daba. O los hacía vencer a los pueblos hostiles que lo rodeaban, o los hacía sucumbir a su poder. O les daba una libertad sabrosa en la que podían sentirse a sus anchas, o los hacía caer en la esclavitud y en la deportación de sus propias tierras... Israel mismo se ganaba el favor o el castigo, el amor o el rechazo. Y no era Dios el que "castigaba" sino el mismo Israel el que se atraía la bendición o la desgracia...
En cierto modo, Israel aseguraba su vida como pueblo elegido y preferido de Dios cuando mantenía el cuidado a lo que era la presencia de Dios en medio de él, o en la tienda de reunión, o en el templo que se llenaba de su gloria. El templo como presencia de Dios y de su gloria en medio del pueblo era como la prenda de seguridad de que Dios seguía entre ellos y seguía siendo la medida de la vida feliz...
La historia se hace más evidente cuando desde el templo, Dios se proyecta a las afueras, en Jesús. Ya esa gloria de Dios no se circunscribe a una edificación, a un sitio, a una realidad material. Jesús mismo dice que llega el momento en que a Dios se le rendirá culto "en espíritu y en verdad", es decir, que ya no serán necesarios los "sitios físicos" para ser testigos de la acción de Dios y de su gloria infinita. Jesús es el nuevo Templo de Israel, desde el cual Dios sigue manifestando su predilección a los hombres. Y esta vez ya no está circunscrito a un lugar, ni siquiera a unas personas. Es todo el mundo el que es sitio de Dios, y es todo el hombre y todos los hombres los que serán objeto de su predilección. Desde el nuevo templo que es Jesús Dios bendice a toda la humanidad y hace por ella las obras más maravillosas...
Todos los que se acercan a Jesús y con fe esperan de Él alguna bendición, recibirán un regalo de amor. No quedarán frustrados ni insatisfechos... "Le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos". Bastaba que Jesús pasara, que el Templo se hiciera presente en ellos, para que la virtud de Dios se hiciera activa con su poder y su amor. Ya no era necesario ir al Templo para recibir el favor de Dios, sino que era suficiente colocarse ante el Templo, Jesús, que venía al hombre, para tocarlo, confiadamente, y dejarse sanar amorosamente por Él. La obra de Jesús era un apoteosis mayor para la gente. La presencia de Dios no se limitaba sólo a las paredes del templo o a las telas de la tienda de la reunión, sino que se abría infinitamente a la presencia portentosa y ubicua de Jesús. Donde está Jesús, está la gloria de Dios. Donde está Jesús, está el poder de Dios. Donde está Jesús, está el amor misericordioso y sanador de Dios...
Y así fue desde la Encarnación del Verbo, Dios que irrumpe en la historia de la humanidad, y sigue siendo hoy, en nuestros días. La gloria, el poder, el amor de Dios están donde está Jesús. Esa presencia de Jesús en medio de su pueblo, en medio de nosotros, la hacemos nosotros con nuestra fe, con nuestra confianza, con nuestra esperanza de que siga actuando portentosamente. Hacemos presente a Jesús misteriosamente en medio de nosotros con nuestra fidelidad a Dios y a su amor. Y ese Jesús, Templo viviente de Dios, nos sigue dejando tocarlo para que la virtud amorosa y sanadora de Dios siga actuando en favor nuestro. No hay frustración posible, sino únicamente la de no hacer efectiva esta acción de Jesús en medio de nosotros. Somos nosotros los que permitimos a Jesús seguir actuando en favor nuestro, pues Él está siempre bien dispuesto. Para eso se hizo hombre y para eso se entregó. Esa es la mayor demostración de que quiere actuar y de que esa acción está condicionada exclusivamente a nuestro deseo de que sea realidad.
Somos nosotros lo que no lo hemos entendido. Es muy fácil, por cuanto sólo basta tender nuestra mano, tocar su manto que pasa ante nuestra presencia, dejar que su virtud "salga" de Él hacia nosotros, pues ella pugna por salir y necesita sólo una mano tendida que la tome y la haga salir en beneficio de quien la reciba... Jesús es el nuevo templo de Dios en el mundo. Y está en todas partes para nosotros. No lo dejemos inútil en el mundo, pues es lo que menos quiere. Su amor y su misericordia por nosotros lo hacen añorar prestarnos el mejor servicio, que es la salvación, la curación, el perdón... Están al alcance de nuestras manos y sólo debemos tocar su manto para que sean nuestras...
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