El adulterio no es sólo el que cometen los cónyuges al ser infieles, con una pareja distinta, en su compromiso matrimonial. Según Santiago, es también el que se comete contra Dios. La relación de amor de Dios con su pueblo es tan estrecha, que la mejor imagen que el mismo Dios encontró para describirla fue la de las bodas. Dios "se casa" con su esposa, el pueblo. El Pueblo es la esposa que Dios escoge para sí, y es con ella con quien tiene su felicidad. Ellos, Dios y el pueblo, son los "amantes" de los que habla el libro del Cantar de los Cantares, en un poema hermosísimo de amor y de deseo que describe perfectamente una relación entre un joven y una joven enamorados que no hacen sino decirse las cosas más preciosas y manifestarse los deseos inmensos de estar juntos comunicándose su amor...
Por eso, lo que Dios hace con su pueblo Israel es una "Alianza", repetida y renovada miles de veces, pues es como si Dios quisiera estar siempre como el joven enamorado del Cantar de los Cantares, revelándole a su prometida una y otra vez su inmenso amor por ella. La Alianza es el pacto matrimonial, en el cual los dos cónyuges se prometen fidelidad para siempre. Lamentablemente, la fidelidad del Dios del Amor no fue siempre correspondida por el pueblo, que debía ser la esposa fiel... El amor de Dios, herido al haber sufrido la infidelidad, se demostró extremo, infinito. La renovación de la Alianza de Dios con el pueblo en sucesivas ocasiones no es más que la muestra de que la fidelidad de Dios es inquebrantable. "Si somos infieles, Dios se mantendrá fiel para siempre, pues no puede negarse a sí mismo", dice San Pablo. Es la naturaleza de Dios: La del perdón, la de la misericordia, la de la fidelidad a toda prueba.... Dios no tendrá jamás la tentación de ser infiel a su criatura, pues la creó para sí. No la creó para abandonarla, sino para tenerla para siempre junto a Él...
Ese pueblo de Dios hoy es la Iglesia. Ella es la esposa que Dios ha escogido para sí y quiere que le sea eternamente fiel, como lo será Él para siempre. Esa Iglesia, joven, doncella, bella, es amada por Dios al extremo. Por Ella hace lo que sea necesario para mantenerla limpia y hermosa. Inclusive, cuando Ella "se ensucia" por la infidelidad, Él sale a su encuentro para limpiarle de nuevo el rostro y hacer que resplandezca de nuevo. Es el amor extremo que no se detiene en diatribas o disquisiciones que lo distraigan de su objetivo de amor. Perdona, limpia, olvida...
El adulterio del que acusa Santiago a los hombres es el de dar "al mundo" el amor que corresponde sólo a Dios. Para los cristianos, los que han recibido la redención y la salvación de Jesús por la obra del inmenso amor fiel del Dios misericordioso, dejarse atraer de nuevo por aquello de lo que han sido liberados por el amor redentor, es no sólo infidelidad, sino torpeza extrema. Representa el colocarse de nuevo las cadenas que lo oprimían, sumirse de nuevo en la oscuridad que lo atormentaba, caer de nuevo en el abismo en el que se había perdido... Por eso, el Dios eternamente fiel, sabedor de la imposibilidad total del mismo hombre de deslastrarse de nuevo de esas cargas oprobiosas, mantiene su fidelidad y ofrece cada vez su mano que rescata... Es la eterna historia del eterno amor. Una y otra vez Dios repite su gesto de fidelidad...
Pero no hay que equivocarse. No se puede pensar que podemos "jugar" con esa característica esencial de Dios. Él espera una respuesta de amor a su perdón, a su misericordia, a la oportunidad cada vez nueva en la que renueva su amor... Él espera la conversión. Aun cuando la Escritura asegura que "la misericordia vence sobre el juicio", es también cierto que el perdón nunca podrá ser injusto. Cuando se ama, se perdona. Pero también, cuando se ama, se espera que el otro sea mejor en cada ocasión. Se perdona en la espera de la conversión del ofensor. No es un perdón ciego, sino que busca el beneficio del ofendido, pues se espera que sea mejor...
Por eso Jesús sale al paso de los apóstoles y los invita a esa conversión, buscando que se hagan servidores de todos, llamándonos a todos los integrantes de la Iglesia a lo mismo...: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Es un llamado a la fidelidad del amor a Dios, demostrándola en la fidelidad del amor a los hermanos... Nunca será real la fidelidad a Dios si no es, a la vez, fidelidad a los demás... Es la llamada a la inocencia, que asegura el ser siempre fieles. No existe mayor fidelidad a sus padres que el de los hijos pequeños. Jamás un niño tendrá la tentación de dejar a su padre o a su madre por otros distintos. Jamás querrá alejarse de sus padres para irse con unos desconocidos. Jamás preferirá otra familia por encima de la suya... "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado". Por eso Jesús insiste: "Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos..."
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