El cometido principal de la obra de Jesús es el establecimiento del Reino de Dios en el mundo. Es la instrumentación de aquello que Dios quiso desde el principio, al emprender su obra de creación, colocando al hombre en el centro de todo y llenándolo de su amor y de sus favores. El Reino de Dios es la presencia de Dios en el corazón del hombre que, al poseerlo plenamente, lo hará presente también en todas sus circunstancias vitales, en su entorno humano, invitando a todos a hacer lo mismo, a aceptar que Dios, en Jesús, sea el verdadero Rey de sus vidas. Ese Reino posee las mejores cualidades para la humanidad, pues tiene su fundamento en el amor. La identidad profunda de Dios dará la identidad profunda al mundo en el que Él es Rey. Esa obra que realiza Jesús con su encarnación, su entrega y su sacrificio en la cruz, pasa por crear las condiciones para que esa presencia de las cualidades del Reino se haga real. En los hombres debe darse una conversión auténtica, que haga deponer las actitudes contrarias a la verdad, a la vida, a la santidad, a la gracia, a la justicia, al amor, a la paz, que son propias del Reino de Dios. La propuesta de Dios para establecer su Reino se inicia con su presentación al hombre, en la búsqueda de que sea el mismo hombre el que prepare el terreno para el sí que esté dispuesto a dar. El Reino de Dios no es, de ninguna manera, una entelequia imaginaria propuesta como una utopía irrealizable. Es una verdad absolutamente real que depende de que el hombre se ponga del lado de procurar que se vaya haciendo cotidiana. Jesús mismo afirmó que era una realidad que ya estaba en medio del mundo: "El Reino de Dios ya está entre ustedes".
El sacrificio de Jesús, su entrega, su muerte en cruz y su resurrección, logra el perdón de los pecados de toda la humanidad. Ésta debe aceptar ese perdón y acercarse al Dios de amor para que ese perdón se haga realidad en su vida. Esa humanidad está llamada a aceptar a Dios, a recibir sus encomiendas, a aceptar vivir cumpliendo su voluntad convencida de que ese es el camino para alcanzar la felicidad y la plenitud añoradas. El hombre debe convencerse de que un camino distinto al que propone Dios, por lo tanto, un camino distinto al establecimiento del Reino en su corazón y en el corazón de todos, es un camino que no lo conducirá a esa felicidad que añora y que más bien, por el contrario, lo llevará a su total frustración. Cuando Israel, luego de sufrir en la oscuridad y en el dolor, se convence de que su situación es la consecuencia de haber elegido un camino distinto al que Dios proponía, recapacita y en ese resto significativo que quería ser fiel a Dios, se decide a retomar el camino justo. Esa decisión del pueblo atrae de nuevo la bendición de Dios: "'Curaré su deslealtad, los amaré generosamente, porque mi ira se apartó de ellos. Seré para Israel como el rocío, florecerá como el lirio, echará sus raíces como los cedros del Líbano. Brotarán sus retoños y será su esplendor como el olivo, y su perfume como el del Líbano. Regresarán los que habitaban a su sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la viña, será su renombre como el del vino del Líbano. Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos? Yo soy quien le responde y lo vigila. Yo soy como un abeto siempre verde, de mí procede tu fruto'. ¿Quién será sabio, para comprender estas cosas, inteligente, para conocerlas? Porque los caminos del Señor son rectos: los justos los transitan, pero los traidores tropiezan en ellos". La determinación de conversión de Israel, atrae de Dios la promesa del establecimiento de su Reino de amor.
Como se ha afirmado, el Reino de Dios es Reino de amor. Por eso la principal cualidad que debe brillar es la del amor. De él se desprenderá todo lo demás. Sin el amor, no tiene sentido hablar de las otras cualidades del Reino. Para un discípulo que quiera profundizar en su fidelidad, esta debe ser la primera de las preocupaciones. La pregunta que debe surgir en su corazón es la de qué debe hacer para lograr que ese Reino llegue a su corazón. Cuál debe ser su primera obligación, por encima de todas las exigencias que existen en la fe. Por eso, aquel maestro de la ley se le acercó a Jesús a consultarle sobre el Mandamiento principal de todos. Jesús le hizo la simplificación más clara y auténtica que podía existir: "En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: '¿Qué mandamiento es el primero de todos?' Respondió Jesús: 'El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'. El segundo es este: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay mandamiento mayor que estos'". El Maestro de la ley luego hizo suyas esas palabras, las asumió y logró de Jesús el elogio por lo que había entendido: "'Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios'. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: 'No estás lejos del Reino de Dios'". El Reino de Dios es el amor en el corazón del hombre. Es lo que debemos procurar cada uno de los que queremos seguir a Jesús, para que se haga una realidad en nuestros corazones la presencia del Reino de Dios. Que el Reino de Dios esté presente en nuestras vidas nos colmará del amor de Dios y nos llenará de la felicidad más grande que jamás podremos imaginar.
Señor Jesús, te damos gracias amigo nuestro, se que eres Amor y solo amando razonablemente podemos llegar a ti y al prójimo☺️
ResponderBorrarBonita disertacion
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