En un tiempo en el que está sobre el tapete de la actualidad la reivindicación de la mujer, nos encontramos con la Palabra de Dios, primer reivindicador de ella, siendo el autor de su vida y quien la sostiene y provee de su amor y su protección. Desde el primer momento de su existencia, ambos sexos fueron decretados complementarios. Iguales en el amor y en el derecho a la vida, fueron creados con las diferencias necesarias para que su unión fuera complementaria. Al unirse, hombre y mujer no forman un conglomerado fusionado, sino una unión vital en la que cada uno aporta sus diferencias para conformar la unidad perfecta. No son iguales, pero sí necesarios uno para el otro para lograr la perfección y la plenitud. Y así, son creadores de vida, no solo porque por su unión íntima y amorosa traen nueva vida al mundo con los hijos, sino porque la conformación de la unidad de la pareja significa la novedad de vida que ellos siembran en el mundo con su vida de unidad en el amor. Por eso Dios sentenció desde el principio: "No es bueno que el hombre esté solo". La soledad del hombre hubiera implicado la ausencia de la belleza que representa la nueva vida que produce la pareja humana en los hijos y en sus acciones y logros. Por ello, no se puede comulgar con un feminismo ideologizado que más bien logra el vaciamiento de lo que es la verdadera feminidad, de lo que es la verdadera complementación, de lo que es la verdadera igualdad entre hombre y mujer. Nadie pone en duda la igualdad entre ambos sexos, entre sus derechos, entre sus opciones de vida. Se pone en duda el criterio que fundamenta un feminismo que busca destruir la unidad, sembrar la discordia y buscar el enfrentamiento con reivindicaciones que muchas veces no tienen sentido. Y con ocasión de ello, inoculan el germen de la muerte con la promoción del aborto como decisión libre, de la eutanasia en la misma línea, y la unión de parejas homosexuales como derecho que daría supuestamente el amor.
Al final, las reivindicaciones por las que se lucha ideológicamente, supuestamente en favor de la mujer, se vuelven contra ella misma y la destruyen como persona humana, convirtiéndola en un trofeo en disputa o como un campo que está por invadirse ilegítimamente en una especie de guerra. Lamentablemente, no es menos cierto que el hombre durante la historia, se ha comportado más como "macho" que como hombre, pretendiendo reclamar y arrogarse una supuesta superioridad sobre la mujer, al punto de haberla llamado "sexo débil", en un menosprecio claro de su condición de compañera y de ayuda, como lo quiso Dios. Por eso no han faltado los casos, como los que nos relata la Sagrada Escritura, propugnada también por una cultura en la que se había dejado reinar el machismo vilmente, de Susana esposa de Joaquín, bella mujer que atrajo la bajeza de los dos ancianos jueces, que pretendieron aprovecharse de la supuesta debilidad de ella para hacerla suya, con artimañas de la mayor bajeza y amenazas de denuncia y de muerte. Dios, fiel a su decreto original y protector de los débiles, sale en defensa de ella y pone en evidencia a los dos criminales, los cuales reciben el castigo que se merecían: "Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente". La vileza que pretendían los ancianos contra la mujer no podía quedar sin escarmiento. Podemos confiar en que el Señor siempre saldrá en defensa de la mujer a la que pretendan hacer menos y destruir.
Si el caso de Susana es emblemático de la defensa que hace Dios de la mujer vilipendiada, lo es también, con un cierto matiz diverso, el que se le presenta a Jesús con el de la mujer que ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La colocan delante del Señor para ponerlo a prueba, pues la ley de Moisés ordenaba que fuera apedreada hasta morir. Si Susana no era culpable de nada, esta mujer sí. Había cometido un pecado y fue sorprendida en él. Supuestamente los que la ponen delante de Jesús tienen toda la razón, pues eso es lo que exigía la ley. Pero Jesús, saliendo en defensa de la mujer, aun siendo pecadora, les echa en cara a los acusadores la inmoralidad de hacerse jueces en una situación en la que probablemente ellos mismos habían caído también, además de todos los demás pecados que seguramente tenían a sus espaldas. El erigirse en jueces, cayendo como lobos rapaces sobre esta mujer, lo creían su derecho. El hombre juzgaba sobre la mujer, y quedaba incólume. ¿Dónde estaba el cómplice en el adulterio? ¿Por qué se la juzga a ella y no se le juzga también a su cómplice? ¿Por qué es solo a la mujer a la que se aplica el castigo y no también a su cómplice? Jesús lanza su veredicto, y a los acusadores no les queda otra que sentirse avergonzados de su actuación. El Señor ha sabido poner las cosas en su lugar. La mujer no puede seguir siendo pisoteada por leyes que acentúan la desigualdad. La rasante debe ser la misma para todos. Por eso Jesús se pone del lado del amor, de la confianza, de la igualdad entre hombre y mujer. No se hace la vista gorda ante el pecado: "Quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: 'Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?' Ella contestó: 'Ninguno, Señor'. Jesús dijo: 'Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más'". Más allá de enfrentarse a los acusadores, Jesús hace gala de su condición de Dios misericordioso. Él no ha venido para juzgar ni condenar. Ha venido para salvar, porque ama. Y además, nos enseña de la absoluta igualdad en la dignidad del hombre y de la mujer. Son complementarios, distintos, y conforman una unidad cuando se unen en el amor que es signo del amor íntimo de Dios en su Santísima Trinidad.
Amado Señor Jesús, te pedimos mucha sabiduría pero sobre todo humildad, danos la fuerza para no caer en tentación y no caer en pecado. Quien de vosotros este sin pecado que tiré la primera piedra☺️
ResponderBorrarLo que consigue el perdón no es el arrepentimiento ni la penitencia, sino que es el descubrimiento del amor por uno mismo y por los demás.
ResponderBorrarLo que consigue el perdón no es el arrepentimiento ni la penitencia, sino que es el descubrimiento del amor por uno mismo y por los demás.
ResponderBorrar