viernes, 19 de marzo de 2021

José, silencioso y disponible, sigue protegiendo a la Iglesia

 8 datos que tal vez no sabías sobre San José

El rasgo más característico de San José, esposo de María y padre de Jesús, es el silencio. Su paso por los evangelios es callado, sin mayores aspavientos, humilde, sencillo. Al estar desposado con María, la elección que Dios ha hecho sobre Ella para ser la Madre del Redentor, jurídicamente recae también sobre él. José es el elegido de Dios para ser el padre humano de su Hijo que se encarna en el seno de su esposa. Ni una sola palabra directa sabemos que haya pronunciado en ninguna de sus apariciones como personaje de la entrada del Mesías al mundo. Suponemos que sí haya hablado. Y en abundancia, pues era el jefe de la casa, el esposo de María, sobre quien reposaba la autoridad de la familia. Tuvo que haber dado indicaciones, tuvo que haber ordenado la disciplina del hogar. En sus varios encuentros con los ángeles enviados de Dios tuvo que haber habido algún intercambio. En todo caso, lo que destaca en José no es lo que haya podido decir. Lo que quieren destacar los evangelistas es su humildad, su obediencia, su disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. En ningún momento muestra alguna desaprobación con lo que Dios le propone y hasta con lo que le ordena. Por esos gestos se colige que era un hombre de profunda fe para quien la voluntad de Dios era irrefutable. La única decisión que toma en un sentido negativo, devastado por la situación de embarazo inesperado de su prometida, en la que demuestra tener una personalidad y un amor propio naturales, por lo cual decide repudiarla en secreto, la transforma radicalmente cuando recibe en sueños la visita del ángel que le explica lo extraordinario de lo que está sucediendo con su esposa. Incluso su bondad y su lealtad quedan evidenciadas al no usar del derecho de todo varón israelita de denunciar públicamente la supuesta infidelidad, para que la mujer recibiera el castigo correspondiente a las adúlteras, que era la muerte por lapidación. El amor de José hacia María era tan grande, que seguramente le impidió hacer la denuncia que correspondía.

El segundo rasgo que destaca en la figura de José es el de la obediencia y disponibilidad delante de Dios. El mismo hecho de haber sido elegido por Dios como padre del Mesías, originalmente quizá sin su pleno conocimiento, y el haber aceptado que algo tan maravilloso pudiera darse con su concurso, nos habla de una disposición absoluta a la voluntad divina. Podríamos decir que al Fiat ("Hágase") de María ante la propuesta del ángel, se equipara el que José haya decidido no repudiarla a instancias de su encuentro con el ángel que le explicaba lo que estaba sucediendo con su esposa. En cierto modo, el mismo Hágase de María es el Hágase de José: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados'. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor". Es un Hágase sin palabras, pero sí con acción. Y es el mismo Hágase que le tocó decir cuando tuvo que huir con su familia a Egipto, el mism o Hágase que pronunció cuando volvió después de que hubo pasado el peligro sobre la vida del niño, el mismo Hágase que dijo cuando el Hijo le puso a la vista la condición de filiación divina que poseía cuando se perdió en el templo. Su humildad lo llevó a cumplir la tarea que Dios le encomendó con el mayor amor y la mejor disposición, sin dejar nunca de cumplir la obligación que le correspondía como jefe de familia, esposo de María y padre de Jesús.

Aquella promesa de Yahvé hecha a Abraham, y luego confirmada a cada uno de los jefes y reyes de Israel como pueblo elegido, podríamos entenderla como hecha también a José: "No por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero el mundo. Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Según está escrito: 'Te he constituido padre de muchos pueblos'; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe. Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. Por lo cual le fue contado como justificación". José recibe el cumplimento de la promesa hecha a Abraham. Y de él incluso se puede afirmar sin duda, con mayor razón, pues es el último eslabón en la larga lista de predecesores del Salvador. Por ello, se convierte para todos nosotros también en nuestro Padre en la fe, quien nos muestra cuál es el camino para seguir auténticamente a Dios, que nos invita a guardar el silencio necesario ante lo que Dios nos dice. No un silencio pasivo o paralizante, sino un silencio activo, que nos impulsa a cumplir su voluntad y a ser fieles a lo que Dios quiere de nosotros. Y finalmente, así como José se convirtió en el protector y el custodio de Jesús y María, hoy sigue ejerciendo su tarea de patrocinio y cuidado de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo, su hijo putativo, al cual sigue sirviendo y servirá eternamente, hasta el final de los tiempos, en los que la Iglesia podrá seguir contando con él y con su protección.

2 comentarios:

  1. Así como José se convierte en el custodio y protector de Jesús y Maria, la Iglesia ha querido que su figura como cuidador y servidor de Jesús, siga presente en ella como intercesor y modelo.

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  2. Así como José se convierte en el custodio y protector de Jesús y Maria, la Iglesia ha querido que su figura como cuidador y servidor de Jesús, siga presente en ella como intercesor y modelo.

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