En las Sagradas Escrituras el agua es un elemento vital para la vida de la fe y para sus expresiones externas. Se entiende principalmente como elemento que da vida, en la comprensión de su esencia como elemento que representa la vida de Dios. Jesús mismo es invocado por el Padre como esa agua que hará caer desde el cielo para llenar de vida: "Así como la lluvia y la nieve caen de los cielos, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra y la hacen germinar y producir, con lo que dan semilla para el que siembra y pan para el que come, así también mi Palabra cuando sale de mi boca, no vuelve a mí vacía, sino que hace todo lo que yo quiero, y tiene éxito en todo aquello para lo cual la envié". De esa manera, podemos entender que el agua es signo primordial de vida que utiliza Dios para la bendición del pueblo. El agua salvó a Israel en la huida de Egipto, y se convirtió para los discípulos del Faraón más bien en signo de muerte, en su tumba, pues se atrevieron a ponerse en contra del pueblo elegido de Yhavé. El agua purificó a Naamán el Sirio de su lepra. Por en medio del agua llevó Josué el Arca de la Alianza mientras conducía a Israel hacia la tierra prometida. El agua era el signo por el cual los que esperaban al Mesías Redentor manifestaban su deseo de conversión y su abertura de corazón para recibir al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, tal como los invitaba a hacer Juan Bautista. En la naturaleza, el agua es el bien más preciado, pues da vida a las plantas y a los animales, sacia la sed de los hombres, y donde está ausente, causa dolor y muerte. En aras de facilitar la vida de los hombres las entidades humanas se ocupan en primer lugar de facilitar la posesión del agua a todos, creándose verdaderas tragedias humanas cuando esto no se concretiza en acciones reales. La sed, unida al hambre, son más letales que las peores guerras que ha habido. Pues bien, esta centralidad en la importancia del agua en la vida humana, tiene su parangón en la vida espiritual, como signo de la vida de Dios en el hombre.
La imagen que nos ofrece Dios a través del Profeta Ezequiel, profeta del exilio que quiere que Israel, aun expulsado de la tierra prometida, mantenga su esperanza en el Dios que todo lo puede y que da la vida, es la imagen perfecta del agua de Dios que revive todo, que vivifica, que refresca, que hace que desaparezca la muerte y surja la vida, haciendo que ese mar salado y sin vida en el que desemboca el río de agua vital que brota del templo se convierta en un erial de vida cargado de peces, y que hace que a sus orillas surjan jardines hermosos y árboles frutales que se cargan de vida para los hombres. El agua surge del templo, es decir de la casa de Dios. Es el agua de Dios que hace rebrotar la vida y la hace surgir donde no la había: "Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales". El agua de vida que deja correr Dios es su propia vida que dona al mundo. Es el signo de la vida que hace que desaparezca todo resquicio de muerte. Es el agua con la que nos bendice a todos los hombres, cuando permitimos que llegue a nuestros corazones y nos inunde, haciendo que surja su vida en nosotros y dejemos atrás la muerte y la insalubridad. Con esa agua, se llena de vida nuestra propia vida y nos convertimos así en manantiales que hacen llegar a todos esa agua que es vida también para ellos.
Esa agua que dejó descender el Padre desde el cielo, que es el signo de Jesús que vino a traernos la vida de Dios y a derramar sobre cada uno de los que lo aceptaran como el Mesías enviado para la salvación del hombre y del mundo, comenzó a fluir con la obra que emprendió el Hijo encarnado, al hacer el anuncio de la llegada del Reino y al comenzar a realizar las obras propias de la vida que venía a restituir. Para ello, el signo del agua seguía siendo emblemático para hacer comprender que esa instrumentalidad vital del agua era prefiguración de la vitalidad que Él venía a derramar en la vida de cada hombre. Es por ello que llega a acercarse a Juan Bautista para ser bautizado, dejándose bañar por esa agua que significaba conversión y el arrepentimiento, que Él no necesitaba, pero que se erigía como en un anuncio de la vida que haría descender sobre cada uno de los que lo aceptara como el enviado de Dios. Esa agua de vida era la que hacía que sucediera el milagro cotidiano en la piscina de Betesda. Aquel paralítico que esperaba ansioso el milagro a las orillas de la piscina para que esa agua lo sanara, se encontró con el que era el manantial de ella y por lo tanto de la salud y de la vida: "'¿Quieres quedar sano?' El enfermo le contestó: 'Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado'. Jesús le dice: 'Levántate, toma tu camilla y echa a andar'. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar". Es el regalo de la vida que Dios nos da en Jesús, y del cual todos somos beneficiarios. Esa agua de vida es nuestra, y si abrimos nuestros corazones se derrama en nuestro ser. Por encima de cualquier circunstancia que podamos estar viviendo, el manantial de Dios está siempre brotando agua de vida para nosotros. No desdeñemos esa vitalidad con la que nos bendice Dios y estemos siempre dispuestos a dejarnos vivificar y restaurar por esa agua de vida que nos regala Dios.
Señor, haznos sentir tu presencia amorosa con un verdadero Espíritu de Fe. Danos ojos nuevos☺️
ResponderBorrarSeñor, dame de tu agua para poder dar fruto... 🙏🛐♥️
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