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jueves, 10 de octubre de 2019

No quiero ser envidioso sino humilde

Resultado de imagen de pedid y se os dará, buscad y encontraréis

"Mala consejera es la envidia". Ella nos hace entrar en una espiral que se va moviendo hacia el egoísmo radical, nos va encerrando en nosotros mismos y nos va haciendo considerarnos los únicos que tenemos derecho a las cosas buenas. No sería justo que otros tengan bienes si nosotros no los tenemos. Y si los tienen, yo tengo que luchar por tener algo mejor. No se trata de tener lo que justamente nos puede servir para vivir mejor, más cómodamente, lo que indicaría que yo estaría haciendo un buen esfuerzo por progresar como hombre. Esto es lícito, pues Dios ha puesto en nosotros las capacidades para que vivamos cada vez mejor. Lo lamentable es que este sentimiento se envenene con un sentido de competencia absurdo, ilícito, desleal, alimentado por un egoísmo exacerbado que lleva a utilizar incluso medios fuera de lo moral para alcanzar dichos bienes. Esta puede ser la actitud que estuvo en la base del primer pecado de los hombres. La serpiente, conocedora de este talón de Aquiles que tenemos todos, movió sus hilos provocando esta envidia, diciéndole a Eva: "Si comen del fruto de ese árbol, serán como dioses". ¿Por qué no ser entonces como Dios, si puedo llegar a serlo? Nos esforzamos en ser lo que no somos. Incluso en ser lo que no es justo que seamos. Y esto, sin importar los medios que pongamos a funcionar.

En esta argumentación, llegamos a cuestionar incluso a quien nos ha dado todas las capacidades, a quien ha creado a la humanidad entera, como queriendo enmendarle la plana, asumiendo que tenemos un mejor juicio que Él, atreviéndonos a querer corregir su "error" cuando da su favor a quienes nosotros no consideramos dignos y no a nosotros. Dios nos ha dejado bien claro cómo es su conducta. Y en Jesús la ha puesto diáfanamente sobre la mesa. "No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos". "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". "Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse". "He venido a rescatar lo que estaba perdido". "El buen pastor deja las noventa y nueve en el redil y sale a buscar a la oveja perdida". Y en concreto, en su actuación misericordiosa en favor de los hombres, demuestra que su preferencia son los alejados: a la mujer adúltera le perdona su pecado, pidiéndole que no peque más; a Zaqueo, jefe de publicanos, le pide que lo invite a su casa y ante su conversión le informa que la salvación ha llegado a su casa; a la pecadora pública le permite que le limpie los pies con sus lágrimas, dejándose tocar por ella, a pesar de la prohibición ritual de dejarse tocar por impuros y, reconociendo el amor que le tiene, le perdona sus pecados; al ladrón crucificado a su lado le promete su entrada al paraíso... Él nos quiere justos a todos, pero la insistencia de su amor y de su misericordia la demuestra más con quien más la necesita. Comprendiendo perfectamente esta actitud de Jesús, el Papa Francisco nos ha invitado a todos a "ir a las periferias". "Prefiero una Iglesia accidentada por salir al mundo, que una Iglesia enferma por encerrarse en sí misma".

En todo caso, no se equivocan quienes afirman que los que tienen mala conducta deben recibir justamente un escarmiento por sus faltas. El amor no es injusto. Por tanto, tampoco Dios lo es. "Miren que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir –dice el Señor de los ejércitos–, y no quedará de ellos ni rama ni raíz". Puede ser que veamos con sorpresa que a los justos les va mal, mientras que a los malos les va bien. "Nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes". Y por eso, reaccionamos equivocadamente: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos?" Pero, así como Dios es infinitamente misericordioso, también es infinitamente justo. Nuestras malas acciones no quedarán jamás impunes. El perdón de nuestras malas acciones no borra el daño que hemos hecho y del cual somos culpables. Dios es misericordioso, pero nos hará purificar las consecuencias de nuestros pecados. No hay impunidad en Dios. Y por otro lado, los justos recibirán su recompensa: "Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces ustedes verán la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven".

En Jesús, la invitación de Dios es a acercarnos con humildad a su amor, a su justicia, a su misericordia, sin exigir nada motivados por sentimientos bastardos como la envidia. Jesús nos invita a esperar de Dios todos los bienes, sin aducir méritos por nuestra parte, sino solo confiando en su amor infinito por nosotros. Al fin y al cabo, todos los bienes que hemos recibido y que recibiremos de Él, serán siempre por un gratuito beneplácito suyo. Jamás porque nos los merezcamos. Desde el primer beneficio que nos regaló, nuestra propia vida, nos lo ha donado sin ninguna razón de conveniencia, sino por puro amor. Así mismo, cualquier bien que nos venga de Él será siempre porque surge de su manantial inagotable de amor y misericordia por nosotros. Más aún aquellos bienes que se refieren al perdón, a la misericordia, a la justicia, a la vida en Él. Nosotros con nuestra propias fuerzas somos incapaces de alcanzar un perdón, un amor, una misericordia que supuestamente se nos deba. Esto es absurdo en Dios. Él no debe nada a nadie. Se hace deudor por propia iniciativa, pues su corazón pugna por concedernos siempre su Gracia y su Vida. Desde que nos creó, el mismo Dios se hipotecó a nosotros. Decidió libremente entregarnos su corazón en cada gesto de amor y de misericordia a favor nuestro.

Por eso, Jesús nos invita a no tener otra actitud ante el Dios que nos ama y que es infinitamente misericordioso, que la de la humildad y la confianza radical en Él. Quien nos creó por amor, no dejará nunca de amarnos y de preocuparse por nosotros. Por todos y cada uno de nosotros, incluyendo a los alejados de Él. A ellos con mayor razón los desea junto a Él. Quiere conquistarlos y tenerlos a su lado. Quiere ganarle la batalla al mal que los ha esclavizado. Para eso plantea su lucha. Son de Él desde el principio de la existencia, y no permitirá que el mal se los arrebate sin luchar por ellos. Humildad y confianza en todos. Es lo que nos pide Jesús. Nunca dejar de poner nuestras vidas en sus manos, incluso en la procura de los bienes que nos quiere regalar. Es una espera humilde y confiada en el amor desinteresado del Señor: "Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre". Con esta actitud, Dios abrirá el manantial de su amor y de su providencia para favorecerme a mí, su criatura predilecta, y para favorecer a todos, pues estamos incrustados en su corazón de amor.

viernes, 23 de mayo de 2014

Jesús es mi mejor amigo...

La amistad, según Santo Tomás de Aquino, "consiste en un cierto compartir bienes". Se refiere a todo tipo de bien, tanto material como espiritual. No basa su argumentación sólo en lo que el común de la gente consideraría como "bien", que sería algo material, tangible, corporal... Aun cuando Tomás de Aquino basa su consideración en Aristóteles, el gran filósofo "materialista" -en contraposición a Platón, el filósofo "idealista", de quien sería el discípulo cristiano y "bautizador", San Agustín-, es claro que la misma concepción filosófica de "bien" no se reduce a lo material...

San Juan de la Cruz, en la meditación sobre la frase de Cristo: "Ustedes son mis amigos", afirma: "La amistad, a los amigos o los encuentra iguales, o los hace iguales", con lo cual estaría afirmando que la amistad llegaría a ser una suerte de identificación esencial de los hombres, por cuanto los haría ya no sólo compartir bienes en general, sino hasta el propio ser... El amigo imprimiría la huella del propio ser en el otro, y se dejaría imprimir la huella del ser del otro en sí... La amistad no es sólo mirarse a sí mismo y ver la conveniencia de una relación con el otro, sino que vería en el otro la conveniencia de una relación conmigo. Es decir, buscaría la manera mejor de beneficiar al otro, por encima de las propias conveniencias. Es la búsqueda de dar y hacer al amigo el mejor bien posible, aunque sea desde la propia pobreza...

Ambas concepciones de la amistad combinadas, nos hacen comprender la magnitud de la amistad de Jesús con los hombres: "Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer". Dar la vida por sus amigos es la expresión más alta de la amistad, pues es la expresión más alta del amor. El amor es la base fundamental de la amistad, sin la cual no tendría absolutamente ningún sentido. Una amistad sin amor es simplemente una búsqueda de beneficios egoístas, una aprovechamiento del otro, una pretensión de dominio y de esclavización... ¡Cuántas falsas amistades se cultivan sólo por el hecho de dejarse llevar por el egoísmo! ¡Cuántas no se convierten en simples camaraderías o incluso en complicidades! Muchos han tergiversado la amistad y han llegado a convencerse de que ella consiste simplemente en contar con quien apruebe todo lo suyo sin nunca censurar o corregir. Han degradado la amistad hasta el punto de considerar amigo a quien nunca tiene nada malo que decirle, o corregirle, o sugerirle diverso a lo suyo, sino sólo a quien aprueba todas sus cosas, aun siendo malas. Si alguien llegara a corregir o a censurar algo, dejaría inmediatamente de ser amigo.

En Jesús el camino es el opuesto. La amistad para Jesús es dar el mejor bien al otro. Ya no se trata sólo, como lo comprobó en su vida, de dar la salud, la comida, la capacidad de hablar o de oír o de caminar, que serían bienes, digamos, "materiales". Se trata de procurar para el amigo lo más alto, lo más elevado, lo más espiritual, que es la Vida eterna, el perdón, la salvación. Y para ello, Jesús necesitó entregar su propia Vida. La amistad la entendió Jesús como no guardarse nada de lo que beneficiaría al otro. Lo dio todo, sin guardarse ni esperar nada a cambio. La amistad le exigía donarse totalmente, y lo hizo sin titubeos...

Si la amistad es "un cierto compartir bienes", Jesús la entendió a la perfección, pues compartió con el hombre su mayor bien, que era su propia vida. No sólo entregó su palabra, su poder, su gloria, sino que radicalizó la entrega de sus bienes al extremo de dar su propia vida. Pero, la amistad, estrictamente hablando, no sugiere una relación sólo de ida. Aunque la motivación del verdadero amigo no es la del bien que pueda recibir a cambio, el verdadero amigo siente el impulso de compartir en la misma medida como respuesta al bien que recibe. Eso sugiere la palabra compartir. Un movimiento de ida y vuelta... Por eso, aun cuando Jesús en su amistad no exige la respuesta de la entrega, sus amigos sí deberían sentir las ganas de darse también para hacer de la amistad un provecho para todos, no sólo para una parte. Es lo que sugiere cuando afirma: "Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando"... Ya ha dicho Jesús, en repetidas oportunidades la entrega que debe haber en sus discípulos...

Y si la amistad es aquello que o los encuentra iguales o los hace iguales, es lógico que el gesto de entrega que ha realizado Jesús sea asumido por sus amigos y, haciéndose iguales a Él, realicen el mismo movimiento. Jesús, con su sacrificio, se hace amigo de toda la humanidad, pues es toda ella la que recibe los beneficios de su entrega. No se entrega Jesús para un grupo específico o reducido. Se entrega para todos. Así mismo, los amigos de Jesús deben hacer su entrega en beneficio de todos, si quieren ser verdaderos amigos de Jesús. Deben "hacerse iguales" a Cristo, que se entregó por todos... Nuestra fe cristiana es, fundamentalmente, una cuestión de amistad. Con Dios, con Jesús, con todos los hombres. Y nos llama a compartir el mayor bien nuestro, nuestra vida, con los hermanos. Y nos invita a hacernos iguales a nuestro mejor amigo, Jesús, entregándonos a los hermanos para llevarlos a la salvación...

lunes, 14 de abril de 2014

Dios sabe qué es lo que nos conviene y cuándo

Todos quisiéramos obtener resultados inmediatos en las metas que nos proponemos. Algunas veces será posible, otras no. Más aún, en muchas ocasiones no convendrá tener las metas alcanzadas inmediatamente, pues de alguna manera es didáctico que recorramos un camino que nos curta para poder afrontar una nueva situación que vamos a vivir. Dios sabe lo que hace mejor que nadie, y sabe además si algo nos conviene o no... Y, si llegara a concluir que nos conviene, sólo Él sabe en qué momento nos conviene. No tiene sentido, por lo tanto, el que nos desesperemos por tener algo que consideramos muy bueno o muy conveniente para nosotros, pero que no se da súbito... Lo que hay que cultivar es la paciencia y la conformidad. Paciencia para no desesperar en la espera, y conformidad si al fin la meta no se logra...

Hay que intentar siempre colocarse en la misma perspectiva de Dios, sintonizar con sus criterios y tratar de aceptar sus términos temporales. "Mil años en tu presencia son un ayer que pasó", dice la Escritura, refiriéndose al tiempo de Dios. "Mil años son como un día, y un día como mil años". Todo en Dios es un eterno presente en el que se está verificando en tiempo real todo lo pasado, todo lo futuro, en su presente. Esa perspectiva es posible sólo en Él, pues está por encima de todo y todo lo tiene en su mano creadora y providente. Sería absurdo, por lo tanto, dictarle a Dios términos, fechas de vencimiento, horas o minutos. Él es dueño del tiempo y al ser Omnisciente, posee la capacidad única de conocerlo todo, de percibir en el mismo hecho, causas, acciones y efectos simultáneamente...

No quiere decir que todo en nosotros esté determinado, es decir, que exista fatalmente una determinación marcada ya del destino de cada uno. No es así. Sería contradecir la motivación firme y decidida de Dios hacia el hombre de crearlo libre y dueño de sus actos, de sus pensamientos, decisiones y acciones. El "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" pronunciado comunitariamente por la Santísima Trinidad y mayestáticamente por el Dios único, ya establece la "igualdad" entre Dios y el hombre en esa capacidad de decidir sin ser forzado ni interna ni externamente. El hombre ha sido enriquecido por Dios con su inteligencia y su voluntad para que construya su vida y su destino. No somos una especie de juego virtual en el que Dios mueve sus piezas a placer y en el cual nosotros seríamos unos actores que representarían un papel que ya está escrito y tiene un final establecido por Dios, sin que le importe para nada lo que nosotros pudiéramos aportar...

Nuestra vida se desarrolla sobre dos rieles: sobre el del eterno conocimiento de Dios y sobre el de la libertad con la cual Él nos creó. Dios sabe lo que decidiremos desde nuestra libertad, sabe cuáles serán las consecuencias de lo que hagamos, conoce perfectamente cuál será nuestro final... Pero cada una de esas cosas las decidimos nosotros libremente. Es una conjugación misteriosa entre el conocer perfecto de Dios -es Dios y es Omnisciente-, y la libérrima voluntad con la cual nos creó -nos hizo libres, como Él es, "a su imagen y semejanza"-.

En ese término temporal que se desarrolla entre el perfecto conocimiento de Dios y el ejercicio de nuestra libertad, debemos siempre confiar en que Dios va colocando las condiciones para que tengamos la posibilidad de decidir correctamente. Él pone en nuestro camino los instrumentos que necesitamos para ser plenamente felices. Y nosotros decidimos usarlas o no. Es nuestra decisión libre, y Dios la respeta reverentemente, aunque sepa que pudiera tener consecuencias negativas para nosotros. Aun así, en el camino de los logros de los bienes que necesitamos, Él quiere que aprendamos a añorarlos, a desearlos, a suspirar por ellos. Y eso requiere de una "pedagogía de la añoranza", de un itinerario en el que podamos percibir la luz y la sombra que significan el tenerlo y el no tenerlo, para poder valorarlo más y añorarlo con más fuerzas... Por eso nunca las cosas se darán sin esfuerzos, sin pedagogía, sin aprendizaje previo... Es la manera de actuar de Dios, y de su Enviado, Jesucristo: "Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamara, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará., el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas". La labor que el Mesías Redentor viene a realizar será al estilo de Dios, no al estilo desesperado y apresurado del hombre. Será paciente incluso con los malos, dándoles la oportunidad de la conversión. Y será paciente también con los débiles, dándole la oportunidad de fortalecerse. Su paciencia en la obra redentora será el signo de la paciencia que tiene con todo. Y será algo que querrá que nosotros aprendamos también. Para alcanzar un bien, debemos curtirnos y curtir ese mismo bien. Por más que la madre ame a su hijo recién concebido en su vientre, debe esperar los nueve meses reglamentarios para acunarlo en sus brazos. Si llegara a desesperarse por tenerlo antes, lo más probable es que cometa una torpeza y el niño moriría... Un bien no es mejor por tenerlo antes de tiempo. Es Dios el que establece cuándo es mejor... Y eso debemos aceptarlo y confiar en su sabiduría infinita...

Esa paciencia en Dios, confiando infinitamente en su amor, nos debe colocar delante de Él para esperar cualquier bien de sus manos y para que esperemos también el cumplimiento del término temporal que Él considere el correcto. En cierto modo, debemos ponernos como María, a los pies de Jesús, que "tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume"... Ella preparaba a Jesús para su sepultura con ese gesto -"Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tienen con ustedes, pero a mi no siempre me tienen", le dijo Jesús a Judas que criticaba el que se "gastara" ese perfume-, pero nosotros podemos hacerlo para esperar pacientemente ante su amor el beneficio que Él mejor que nadie sabe que nos conviene...

En el camino de la vida debemos aprender lo que Dios quiere enseñarnos. No es mejor lo que nosotros consideremos. Es mejor lo que Dios considera. A veces coinciden. A veces no... Cuando no coinciden, debemos dejar a Dios el discernimiento. Él sabe mejor que nosotros el qué y el cuándo... Y quiere que avancemos por ese camino de la paciencia, como Él lo recorrió perfectamente en su Hijo Jesús, y logró para todos el mayor beneficio, que es el regalo de su propia vida para que fuera vida nuestra. Nos dio el mayor tesoro que jamás podremos tener y que por nuestros propios medios jamás lograremos. Es el regalo de su amor, de su perdón, de su propia vida en nosotros, que nos hace definitivamente su imagen y semejanza, y nos abre las puertas del cielo para habitar eternamente felices en su presencia...

jueves, 27 de febrero de 2014

Dios defiende al pobre

Dios se pone del lado de los pobres. No es nada nuevo. La doctrina bíblica, desde muy temprano, nos enseña que Dios siempre salió en defensa de los más débiles, particularmente de los más pobres, y más específicamente de aquellos que son oprimidos, humillados, despreciados y explotados por los ricos. Ponerse del lado de los pobres implica automáticamente la ira de Dios contra los que los oprimen, contra los ricos, pues son ellos, con sus ansias insaciables de riquezas, los que no se detienen en formas para obtenerlas, ni siquiera si esto implica la humillación de los más débiles... La Iglesia, siguiendo a su Señor, siempre ha manifestado en su Doctrina Social su condena a las injusticias sociales, en las que se debe afirmar rotundamente que la miseria es y lo será siempre antievangélica. La defensa que hace Dios de la pobreza no significa simultáneamente la declaración de "bondad" de esa condición, por lo cual ella invita a poner un fuerte empeño en procurar su desaparición...

Es cierto que Jesús mismo dijo que "habrá siempre pobres entres ustedes". Es un reconocimiento tácito a la condición de pobreza como algo que convivirá siempre en la sociedad. Pero esto no implica que sea algo contra lo cual no haya que luchar. Cuando en Puebla de los Ángeles, México, los Obispos latinoamericanos declararon la "Opción fundamental por los Pobres", no estaban sino poniéndose en línea con lo que la tradición ha vivido siempre, colocando a la Iglesia en defensa de los más humildes y sencillos. Esa opción significa que la Iglesia no puede nunca traicionar lo que ha sido su práctica común, y por el contrario, asistiendo al empobrecimiento progresivo de la población, particularmente en algunos países y sociedad, ha querido que los miembros de la Iglesia reaccionen y se pongan en un trabajo social, en respuesta al amor vivencial cristiano que no puede aceptar de ninguna manera la existencia de esta manera de opresión inhumana.

Sin embargo, la condición de pobreza por sí misma, no justifica al hombre, no le da la salvación. Tampoco la condición de rico lo condena automáticamente. No basta la condición "sociológica" en la que se nos define como pobres o ricos, para afirmar dogmáticamente una condición de eternidad feliz o infeliz. En el Evangelio, a la Bienaventuranza de los pobres de Mateo, le fue añadida por Lucas la de "pobres en el espíritu". Está más en línea con la enseñanza de Jesús. Y con su misma experiencia. La pobreza no es automáticamente condición de salvación, aunque sin duda el que no tiene bienes terrenales tiene mejor posición espiritual para ganar su eternidad feliz, por cuanto más difícilmente tiene apegos por los cuales lamentarse y que le roben el corazón. De la misma manera, la riqueza no es tampoco condición de condenación automática, pues aun cuando el riesgo de centrarse en la posesión de cosas es aún mayor, quien pone sus bienes al servicio del amor, hace de ellos el mejor uso. Podemos poner como ejemplo dos casos. Por un lado, el del joven rico, y por el otro, el de Zaqueo o José de Arimatea. El joven rico se apegó a sus bienes, por lo cual, según se concluye de las palabras de Jesús, se condenó. Por el contrario, tanto Zaqueo como José de Arimatea, siendo ricos, se hicieron amigos de Jesús, y siguiéndole, pusieron sus bienes al servicio de los demás. Nadie, en su sano juicio, puede afirmar que alguno de ellos se hubiera condenado...

En todo caso, Dios se pone del lado del más débil, del indefenso, del humilde y del oprimido. La historia nos enseña que en esta condición es más fácil que estén los pobres, pues a ellos es a los que se explota. El imperio del dinero los tiene como carne de cañón, como simplemente objetos de producción y números que sumar... Por eso, las palabras de Santiago son tan apocalípticas en su favor y en contra de quienes los explotan: "Ahora, ustedes, los ricos, lloren y laméntense por las desgracias que les han tocado. La riqueza de ustedes está corrompida y sus vestidos están apolillados. Su oro y su plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra ustedes y devorará su carne como el fuego... El jornal defraudado a los obreros que han cosechado sus campos está clamando contra ustedes; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos". La explotación de los pobres no queda sin escarmiento. Podrán acumular riquezas sin fin, pero delante de Dios están condenados y serán severamente castigados...

El camino correcto es el de la justicia social, no simplemente como solución sociológica. Los cristianos no nos movemos solamente por altruismo, que sería una especia de "amor laico". Los cristianos vamos más allá. Nos mueve la Caridad, el amor real, el que nos impulsa a procurar que todos vivan el bien y disfruten de la mayor cantidad de bienes posible y nos hace luchar para que así sea. Nos movemos en esas alturas en las que sabemos descubrir la presencia de Jesús en cada hermano, por lo cual hacemos propias las palabras de Cristo: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron..." Lo reafirma Jesús al decirnos: "El que les dé a beber a ustedes un vaso de agua, porque siguen al Mesías, les aseguro que no se quedará sin recompensa".

La pobreza y la riqueza apuntan a condiciones que debemos asumir espiritualmente. Sería un reduccionismo ilegítimo referirlas sólo a lo sociológico, aunque es la base de la apreciación. Jesús nos invita a contemplarlas desde la condición espiritual, aquella que nos produce salvación o condenación, felicidad o tristeza eterna. Se trata de que nos pongamos delante de Jesús, lo escuchemos, nos opongamos a toda clase de explotación del hermano más débil, más aún a la humillación de los más pobres, y no tengamos apegos indeseables, rastreros y dañinos a los bienes terrenales...