El amor nos obliga. Los discípulos de Cristo, por haber sido llamados desde el amor y para vivir en el amor, tenemos como sello característico su experiencia. Un cristiano que no entiende esto, no ha entendido a lo que lo llama el seguimiento de Jesús. Él nos convoca para que nuestra vida esté marcada por el mismo estilo que vivió, que no es otro que el de la entrega a los hombres por amor. Cuando el hombre se hace discípulo de Cristo no lo hace para contemplarlo de lejos, sin involucrarse, sino para seguir sus pasos, para vivir su misma vida, para dejarse marcar por el mismo amor, para entregarse de ser necesario en favor de los hermanos. La vivencia del amor no puede ser una opción que se puede tomar o dejar a un lado, pues es la señal que identifica al cristiano. El discípulo no puede ser más que su Maestro. Si seguimos los pasos de Jesús, entonces vivimos su mismo amor y caminamos hacia la misma meta. En efecto, el amor nos compromete profundamente y se convierte en la esencia que le da forma y consistencia a la vida del discípulo. Toda su vida cotidiana está marcada por él, de tal modo que su identidad se da en el reconocimiento por ser quien ama. Si tuviéramos que dar una descripción sencilla y corta del discípulo de Jesús, diríamos: "El discípulo de Jesús es quien ama". Es su sello de fábrica y su estilo natural de vida. Debemos, sin embargo, vigilar cercanamente lo que entendemos por amor. En ocasiones, le damos una connotación de romanticismo bobalicón que lo hace totalmente insípido y falto de compromiso, queriendo entender así que es totalmente aséptico y neutral, y que al ponerse siempre a favor del "amado" busca nunca contradecirlo o desagradarlo, aceptando todo lo que venga de él, en aras de cultivar más un culto a la persona amada que un verdadero amor. El amor real no calla pues es un verdadero compromiso. Al querer el bien del otro busca que supere todo lo que hay de malo en él y lo que le hace daño en su personalidad. Si no llega a hacerlo así, se transforma en complicidad. Incluso al extremo de colocar en riesgo su salvación eterna. Precisamente porque el amor compromete con el amado, y porque busca siempre su bien y su felicidad, se manifiesta más claramente en lo que es el mayor bien posible, que es la vida eterna feliz.
Por eso Jesús, en sus enseñanzas a sus discípulos, a los que quiere viviendo en la experiencia auténtica del amor, los enseña a no callar ante la mala conducta de los amados: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano". La corrección fraterna es propia de quien ama y quiere el bien del hermano. El fundamento último de ella es el amor. No tiene sentido hacer corrección fraterna si no se hace desde el amor que se sienta por el hermano, pues si no tiene su forma, se convertirá seguramente en una humillación o una declaración de superioridad. Quien ama y corrige debe decir en su corazón: "Te corrijo porque te amo. Y porque te amo quiero que seas mejor". El sentido de la corrección fraterna apunta a una mejor vida en la comunidad, en las relaciones interpersonales, en la búsqueda de que existan entre los miembros de ella, entre los hermanos, transparencia y autenticidad. No hacerla es deslealtad, pues sería hacerse la vista gorda ante al mal que puede corroer al hermano y traerle consecuencias muy desagradables incluso para su vida eterna. Así mismo es desleal no hacerla al mismo interesado, comentando su mal con terceros, pues con ello no se está resolviendo ningún problema sino que por el contrario, se está haciendo un gran daño a la fama del hermano que se extendería como una mancha de aceite. Al estar revestida de amor, la corrección fraterna está muy lejos de ser una declaración de superioridad. No se corrige desde una consideración sobre sí mismo de ser mejor. Lo primero que debe hacer quien corrige es mirarse hacia dentro y reconocer con humildad que él mismo sería capaz de eso y de cosas quizás aun peores. De esa manera, al no considerarse mejor que el hermano se aleja incluso de la tentación de humillar al otro "por portarse mal". No se corrige porque se es mejor que el otro, ni porque se está por encima de él, sino porque se le ama y se quiere que sea mejor.
Es la forma de actuación de Dios, que llama a cada hombre para que se convierta, abandonando el mal y todo lo que lo aleja de Él. La conversión del pecador implica el acercarse a Dios, a su amor, y aceptar sus indicaciones como la guía para llegar a ser verdaderamente felices. La corrección que hace Dios apunta a que el hombre retome el camino de su plenitud, dejando a un lado lo que le rebaja y lo desnaturaliza. Cuando Dios corrige busca que el hombre sea lo que debe ser, aquello para lo cual lo creó. Si la motivación última que tuvo Dios al crear al hombre fue su amor por él, la meta a la que lo llama es efectivamente a la vivencia plena del amor. Dios corrige porque ama. No busca la humillación del hombre ni su eliminación. Si el hombre no acepta la llamada a la conversión, es él mismo el que se atrae la desgracia a su vida, pues no se acerca a caminar hacia la plenitud que Dios le ofrece. Él mismo se sustrae de esa vida en plenitud. "Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén, y marca en la frente a los que gimen y se lamentan por las acciones detestables que en ella se cometen". Quienes gimen y se lamentan son los que han aceptado la invitación a la conversión y se duelen de los que no la aceptan, pues prefieren acercarse al abismo que los lleva a la perdición. Dios, que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva", los llama a todos. Lamentablemente hay quienes prefieren quedarse revolcándose en su mal, pensando erradamente que afirmarse en sí mismos es el camino correcto para ellos y que no traerá otras consecuencias. De ese modo colocan su vida en la cuerda floja y ponen en riesgo incluso su propia salvación. Si la corrección entre los hermanos, llamada por ello fraterna, viene motivada principalmente por el amor que deben vivir los discípulos de Jesús, y apunta a la búsqueda del bien para el otro porque se le ama y por ello se quiere que sea mejor, la corrección de Dios hacia sus criaturas los hombres, por lo tanto no fraterna sino paterna, tiene aún más sólidamente su fundamento en el amor, pues proviene de quien es el amor y de quien ha creado por amor. Si el hermano corrige por amor a su hermano, aún más lo hace Dios con sus hijos. Él quiere su plenitud, pues para eso los ha creado, y no cesará en su empeño por lograr que aquellos a los que creó por amor y a los que sostiene por amor, avancen por la senda de su plenitud. Aceptar la corrección de Dios y la del hermano que nos ama, es también un acto de amor. Amo a quien me corrige porque sé que lo hace porque me ama y porque quiere mi bien.
Así es, como el Señor nos enseña a sostenernos con amor y a sentir la necesidad de corregirnos y de perdonarnos los unos a los otros.
ResponderBorrarA veces cuesta corregir porque se cree que incomodas al otro. Pero el Evangelio nos enseña que precisamente hay que corregir porque Dios mismo corrige a sus más amados. Ojalá como padres sobre todo, entendamos este gran acto de amor
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