Herodes Antipas se conocía por ser un hombre completamente banal. Hijo de Herodes El Grande, el autor de la masacre de los niños en la búsqueda de eliminar a Jesús, nacido como nuevo Rey de Israel, según lo anunciaron los Reyes que vinieron de oriente a adorarlo, heredó de aquél su condición sanguinaria, la cual blandía para demostrar su poder delante de todos. En el ejercicio de su reinado demostró el poco valor que le daba a sus súbditos, manteniendo su poder a través de la subyugación sobre ellos, masacrándolos y oprimiéndolos, sin importarle más nada sino solo la conservación del poder. A esto se unía un hedonismo desatado, por lo que en el ejercicio de su poder no dejaba de dar rienda suelta a su sensualidad. Juan Bautista llegó a enfrentarse a él, por cuanto para darse el gusto de tener a la mujer de la que se había empeñado, le "robó" a su hermano, Herodes Filipo, su esposa Herodías. A pesar de todo, se había sentido intimidado por Juan, pues en medio de su superficialidad percibía en él una cierta autoridad espiritual y por ello demostraba algún respeto por su persona, movido más por el sentir popular en favor del Bautista, al que la gente consideraba profeta, que por su propia convicción. "Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta". Así como se mantenía en el poder y se daba todos los gustos placenteros que se le antojaban, hacía gala de una cobardía tremenda. Pero, justamente, ese espíritu hedonista que lo movía, lo obligó prácticamente a hacer lo que no quería. En esa desatada sensualidad que demostraba se presentó la ocasión del baile de la hija de Herodías delante de él en la fiesta de su cumpleaños, que exacerbó sus deseos de placer. Esa danza "le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera". La desvergüenza de Antipas era extrema, revelada en este desenfreno sensual por el deseo de la hija de quien era su mujer que, a la vez, se supone que era su sobrina, hija de Filipo, el anterior esposo de Herodías. Ella, consultada por su hija acerca de lo que debía pedir a Herodes, vio la ocasión para eliminar a quien les echaba en cara su pecado; así, la joven "instigada por su madre, le dijo: 'Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista'. El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran, y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús". Así fue el final de Juan Bautista, corriendo todas las consecuencias por mantener la fidelidad a la Verdad.
Muchos años antes, similar suerte corrió otro servidor de la Palabra. Jeremías, elegido profeta por Dios para ser portador de su palabra ante el pueblo, al cual reprochaba su infidelidad y le echaba en cara una y otra vez a magistrados, sacerdotes, supuestos profetas y gente en general, su servicio al mal, también reiteradamente era rechazado y condenado por atreverse a anunciar las desgracias que vendrían sobre el pueblo de mantenerse infieles a Dios y a su voluntad. Por ello, es sentenciado a muerte: "Los sacerdotes y los profetas dijeron a los magistrados y a la gente: 'Este hombre es reo de muerte, pues ha profetizado contra esta ciudad, como lo han podido oír ustedes mismos'". La única defensa que esgrimió el profeta fue la de su servicio a Dios y a la Verdad: "'El Señor me ha enviado a profetizar contra este templo y esta ciudad todo lo que acaban de oír. Ahora bien, si enmiendan su conducta y sus acciones y escuchan la voz del Señor su Dios, el Señor se arrepentirá de la amenaza que ha pronunciado contra ustedes. Yo, por mi parte, estoy en manos de ustedes: hagan de mí lo que mejor les parezca. Pero sépanlo bien: si me matan, se harán responsables de sangre inocente, que caerá sobre ustedes, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque es cierto que el Señor me ha enviado para que les comunique personalmente estas palabras'". No suplicó clemencia ni traicionó su misión. Fue leal a Dios, quien lo había elegido para ser portador de su palabra ante el pueblo, y solo a ella entendió que se debía. Jamás dudó, ni siquiera cuando estaba en peligro su propia vida. Por encima de su seguridad propia estaba el Dios que lo había elegido y lo había enviando con su mensaje de advertencia al pueblo. "Hagan de mí lo que mejor les parezca", es su determinación. Para Jeremías la voluntad de Dios estaba por encima de todo, incluso de su propia vida. Había sido elegido para una misión específica y había asumido con toda responsabilidad que en ello se le podía ir la vida. Lo importante era cumplir con la tarea que el mismo Dios le había encomendado. Ante ello no había para él fuerza que lo desviara. El profeta se sabía la voz de Dios dirigida al pueblo, y no iba a permitir que una conveniencia personal, ni siquiera la de conservar la vida, fuera a servir para traicionar el mensaje que debía transmitir. Era un hombre de una sola pieza que no iba a sucumbir, poniendo en riesgo a un pueblo entero. Su satisfacción plena la entendía en el ser fiel a lo encomendado y no en buscar su propia conveniencia, dando rienda suelta a un egoísmo asesino de la fe.
Tanto Juan Bautista como Jeremías son fiel reflejo de lo que debe ser un discípulo de Dios. Cada uno de ellos debe transparentar al Señor que los ha convocado y les ha encomendado una tarea. El verdadero discípulo de Jesús hace lo que hizo el mismo Maestro. Jesús, enviado por el Padre a cumplir la misión específica del rescate de una humanidad que había sido hecha presa del mal, sabía muy bien que se enfrentaba al demonio que se servía de la misma fuerza que ponían los hombres en sus manos, y que en el cumplimiento de esa misión se iba a enfrentar a él, hasta fatalmente tener que entregar su vida por honrar su labor. Así mismo lo supieron el Bautista y Jeremías. Por ser fieles a Dios y a su Verdad estuvieron dispuestos a asumir el derramamiento de su propia sangre. Su vida fue una entrega leal y total. El Bautista murió por ser fiel a la Verdad. Jeremías sufrió de persecución y hostigamiento continuos haciendo honor a su elección. Jesús llegó a la pasión y a la muerte en cruz. De ninguna manera podemos percibir como halagüeños sus destinos. Pero sí podemos afirmar, con rotunda firmeza, que su orgullo se basó en la fidelidad. No era razonable para ellos poner sobre la obediencia a Dios, la propia conveniencia. Salvar su pellejo hubiera sido una total frustración de su fidelidad, y les hubiera martillado la conciencia por el resto de sus vidas. Si no hubieran sufrido el martirio honroso por su fidelidad a Dios, hubieran sufrido el martirio en vida de la conciencia que los acusaría continuamente y los habría tildado de traidores al amor y a la verdad del Dios que los había elegido para ser sus representantes. Prefirieron morir honrosamente que vivir con el deshonor eterno de haber traicionado a Dios. Por ello, mantenerse en la fidelidad a Dios por encima de todo tiene sentido. Significa la correcta valoración de lo que debe ser valorado por encima de todo. Lo de Dios es de mucho más valor que lo propio, aunque lo nuestro sea de mucho valor. Por haber valorado más lo propio, Herodes asesinó a Juan Bautista, y las autoridades decidieron la muerte de Jeremías. Por lo mismo, los fariseos y los escribas decidieron la muerte de Jesús. Pero por valorar más lo de Dios, el Bautista fue decapitado, Jeremías fue sentenciado a muerte y Jesús entregó su espíritu en la cruz. Para aquéllos, su vanidad y su egoísmo les atrajo la condenación eterna. Para éstos, su fidelidad a Dios y a su misión representó la gloria eterna. Su gala actual es la victoria junto al Padre. La de aquellos es la repulsa de la historia y su condenación eterna. De todo ello aprendamos de qué lado debemos ponernos. Nuestra alegría, por encima de nuestro propio bienestar, está en ser fieles a Dios. Aún más, jamás seremos realmente felices, asumiendo cualquier consecuencia, si no lo somos en los brazos del Dios que nos sostiene y nos fortalece en el camino, que puede llegar a traer consecuencias duras, de la fidelidad a Él y a su amor.
Buena explicación, y esto es la enseñanza q recibimos; mantenerse en la fidelidad a Dios por encima de todo tiene sentido.
ResponderBorrarBuena explicación, y esto es la enseñanza q recibimos; mantenerse en la fidelidad a Dios por encima de todo tiene sentido.
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