Entre las cosas contra las que debemos luchar más los cristianos, en la búsqueda de la fidelidad a Dios, a Jesús, a su mensaje de amor y a su entrega por amor a nosotros, es contra el "respeto humano". Algunos consideran que es un eufemismo con el cual revestimos hermosamente una realidad más dura, que sería la cobardía. Significaría el temor a quedar completamente desvalido ante los embates del mundo, con el cual se querría "no quedar mal", dejándose así vencer por los criterios mundanos, aun cuando eso implique traicionar a Jesús y a su amor. Significaría también dar mayor valor a lo que pasa, a lo temporal, a lo inmanente, sobre lo que nunca desaparecerá, lo que trasciende, lo eterno. Sería valorar la gota de agua que poseemos en nuestros días por encima del océano que nos espera en la eternidad, todo con el simple propósito de no dar una imagen absurda que no cuadre con las valoraciones que promueve una realidad que se aleja cada vez más de Dios. En un mundo en el que se valora más la imagen propia y el prestigio personal, en el que se da lugar solo a la ostentación, en el que se promueve el disfrute y el goce de placeres como la única manera de alcanzar la felicidad, en el que el ego debe estar por encima de cualquier gesto de solidaridad por lo cual se considera absurdo tender la mano a quien más necesita considerándolo más bien alguien incómodo al que hay que esconder y ocultar para que no se presente como crítico de la indiferencia generalizada, alguien que se atreva a ir contra esa marea sería un extraño, como un extraterrestre que no tendría cabida en él. Por ello, ese "respeto humano", en cristiano, es necesario enfrentarlo y combatirlo, pues es lo que está llevando al mundo definitivamente a caer por el desfiladero de la muerte de los valores. No es ni siquiera una consideración que se enmarca solo en criterios de fe, sino que es un llamado a la más elemental humanidad. Si el mundo sigue por ese camino, su destino es la oscuridad, la debacle total, la desaparición. El hombre que se deje conquistar por esa manera de actuar del mundo actual se irá convirtiendo progresivamente en el más grande enemigo de los otros hombres, los irá viendo cada vez más como sus competidores a los cuales deberá enfrentarse para procurar su eliminación a fin de poder sobrevivir. Es la realidad del hombre que se convertirá en el lobo de sus propios hermanos. Hay que responder, entonces, a la llamada perentoria que nos hace la misma realidad a reaccionar para evitar la debacle total. Nuestra fe sería, en este caso, un acicate más que añadiría un elemento adicional a la necesidad de evitar la tragedia del mundo y del hombre, que sería la valoración de lo eterno, de lo que no cambia, de lo que trasciende, y la valoración del amor a Dios y a los hermanos como el motor principal que alimentaría la valentía para poder enfrentar a ese mundo, venciendo ese "respeto humano" que tiene un bello nombre, pero que disfraza la peor calamidad que puede envolvernos, como es la cobardía de quien no se atreva a ser auténtico y fiel.
San Pablo, avizorando ya este peligro que se presentaba como real en aquella comunidad incipiente de cristianos que empezaba a surgir en medio de un mundo que reaccionaba hostilmente a la propuesta de fe que traía como novedad radical Jesús y su amor, ponía sobre aviso: "Los exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es su culto espiritual. Y no se amolden a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto". No es dar todos los gustos materiales al cuerpo lo que dará la clave de la felicidad al hombre, lo que en cierto modo sería una declaración de derrota, una rendición, ante lo pasajero y ante lo que desaparecerá, sino precisamente el declararse señores en todo momento, dominando los placeres y las tendencias desbocadas del cuerpo y de su materialidad que buscan por el contrario la esclavización del hombre. Quien vive solo en la sensualidad va poco a poco y casi imperceptiblemente, colocando cadenas a su propia libertad. Paradójicamente, afirmando que porque es libre puede hacer lo que le viene en gana, lo que hace para regalar sus sentidos va encadenando sutilmente cada vez más esa libertad, con lo cual, cuando se percate de la realidad, comprobará que ha quedado totalmente esclavizado, que ya no es libre pues ha quedado encadenado a esos placeres, sin los cuales ya no puede vivir por lo que no puede liberarse de ellos. Por ello, en la valentía necesaria para poder enfrentar la pretensión del mundo y de su materialidad que a toda costa quiere ganar a todos, se debe tener la capacidad de ser distinto, de ir contra corriente, de no ser uno más del montón. Se trata de no dejarse vencer por su fuerza omnipresente, sino de rendirse a la que es omnipotente y suave a la vez, que es la fuerza de Dios y la de su amor, que ofrece el auténtico camino de la felicidad que se dará solo en la unión con Él, con la plenitud que ofrece, y en el amor, que es la fuerza verdaderamente liberadora y la que jamás podrá ser vencida, pues no hay mayor poder que el del amor que une a Dios y que lanza a los hermanos: "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo, tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. Pensé en olvidarme del asunto y dije: 'No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre'; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía". Dejarse vencer por Dios es la mayor de las victorias.
Jesús nos invita a vivir en esa victoria continua sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos invita a alejarnos de Él y de su amor: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" El peor error en el que podemos caer los hombres es el de equivocar la jerarquización de los valores. Hacer caso a la propuesta del mundo, que nos invita sin rubor al desprecio de lo trascendente viviendo solo el momento actual. Eliminar la perspectiva de futuro y contentarnos con reducir nuestra mirada solo a lo pasajero, pretendiendo que centremos toda nuestra vida en lo que tenemos a nuestro alrededor, en lo temporal, en la sensualidad y en los placeres, en el aprovechamiento de los demás como herramientas para nuestro progreso individual. Es la destrucción de la perspectiva que más nos eleva y nos hace hombres que es la unión con la causa de nuestra existencia y nos conecta vitalmente con el que pone toda su providencia a nuestro favor, que es nuestro Dios creador, y además nos conecta con la realidad sólida con la cual hemos sido creados, que es la cualidad de seres comunitarios, afirmando que "no es bueno que el hombre esté solo", con lo que marcó nuestra esencia con su propia cualidad de ser comunitario, Santísima Trinidad que vive la unidad en la comunidad gloriosa que es su esencia natural. Esa unión con Él y con los hermanos se opone radicalmente a la soberbia y al egoísmo promovidos por el mundo y nos encamina a la vida de felicidad plena que se da solo en Dios y que apunta a una vivencia eterna en los mismos términos de plenitud, pues será la vivencia sin fin del amor, que es lo que libera y eleva realmente al hombre y al mundo. Se trata de asumir la realidad globalmente, con todo lo que ella incluye, sabiendo que se enmarca en un proceso que nos purifica en función de la plenitud que nos espera, como lo vivió Jesús mismo, asumiéndolo responsablemente, incluso ante las voces narcotizantes que lo invitaban a huir de ella, como la de Pedro que pretendió ahorrarle el sufrimiento de la cruz y de la muerte: "'¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte'. Jesús se volvió y dijo a Pedro: 'Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios'". Todo es parte del proceso para llegar a la plenitud a la que estamos llamados. Es la manera de ganar la vida a la que nos llama Dios. Por ello, debemos ser valientes, vencer el "respeto humano", no dejarnos atrapar por las redes del mundo y apuntar a la verdadera plenitud que se dará en la felicidad eterna junto al Padre.
Palabras hermosas que me llenan de gozo y traen paz a mi corazón. Gracias Monseñor Ramón Viloria. Dios te siga bendiciendo ❤️
ResponderBorrarMuy oportuna su meditación de hoy. Gracias Monseñor Ramón Viloria. Unidos en la oración.
ResponderBorrarFeliz DOMINGO dia del SEÑOR!
ResponderBorrar"Dejarse vencer por Dios es la mayor de las victorias"
Me quedo con esta frase para mi meditación personal dd hoy...
Bendición!
Nosotros como discípulos del Señor, debemos asumir su misión como nuestra, con sus retos, con sus tentaciones humanas y con la certeza de sabernos amados por él, que nos llama a seguirlo con la cruz de su reino.
ResponderBorrarNosotros como discípulos del Señor, debemos asumir su misión como nuestra, con sus retos, con sus tentaciones humanas y con la certeza de sabernos amados por él, que nos llama a seguirlo con la cruz de su reino.
ResponderBorrarNosotros como discípulos del Señor, debemos asumir su misión como nuestra, con sus retos, con sus tentaciones humanas y con la certeza de sabernos amados por él, que nos llama a seguirlo con la cruz de su reino.
ResponderBorrarQue siempre te diga "Me sedujiste Señor y me dejé seducir..." Que no me venza el "respeto humano", tentación a la que es tan fácil ceder. que siempre esté atenta a que eres la mayor de las Victorias. Aumenta mi fe como un granito de mostaza.
ResponderBorrar