viernes, 14 de agosto de 2020

Hombre y mujer los creó. Crezcan y multiplíquense

 El misterio del matrimonio « El Imparcial

Uno de los temas más controvertidos que aparecen en las Sagradas Escrituras es el que se refiere a la enseñanza sobre el matrimonio, y sobre todo, respecto a él, a la indisolubilidad del mismo. Es un tema muy sensible por cuanto son cada vez más los matrimonios que se rompen, por razones que pueden ser más o menos válidas y comprensibles, o porque se alega con mayor fuerza la libertad del hombre y de la mujer la cual quedaría "gravemente herida" al ser impedida de poder hacer una nueva elección, o porque la institución matrimonial recibe con más frecuencia ataques externos que la hieren más gravemente de muerte. El carácter de superficialidad que ha ido adquiriendo la vida en general, con su sello de provisionalidad en el que todo es desechable, ha marcado letalmente también a la unión del hombre y la mujer pues el pretender que haya una estabilidad en ella atentaría frontalmente contra el nuevo estilo de vida y "no cuadraría" con los nuevos tiempos que se viven. Lo cierto es que en el fundamento de todo se descubre una cantidad de carencias, que incluso hoy se considerarían "ventajosas", que han desnaturalizado tanto a la institución matrimonial, como a los sexos, como a las mismas categorías de humanización. Ubicándose en la mentalidad actual, escuchar a alguien defendiendo al matrimonio como lo hizo Jesús sería trasladarse en el tiempo, por lo que habría que acusar sus argumentaciones de anacrónicas y poco realistas, de desactualizadas, pasadas de moda y desubicadas: "Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: '¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?' Él les respondió: '¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: 'Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne'? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre'". El matrimonio, en la descripción que hace Jesús, de alguna manera hace nacer un nueva persona, que es la persona de la pareja. De los dos que se unen hace surgir una nueva realidad, "una sola carne", que no existía antes. Es como la creación de un nuevo ser, que es el ser de la pareja. El fundamento de la indisolubilidad está, en efecto, ni siquiera aún en la realidad sacramental, sino en la capacidad que se ha tenido de hacer existir este nuevo ser de la pareja, capacidad que debe ser puesta en práctica durante toda la vida de ambos componentes de la nueva realidad del ser matrimonial. El matrimonio, de esa manera, debe ser una re-creación cotidiana en la que los miembros de la pareja hacen gala de su poder creador.

El fundamento de esta unión matrimonial tiene dos bases esenciales: el amor y la procreación de los hijos. Si falla alguna de estas dos bases, falla el matrimonio, pues no tendría un fundamento sólido sobre el que apoyarse. Quizá la falla más frecuente para la creación del nuevo ser de la pareja la encontramos en la falta de comprensión de lo que es el amor. La superficialidad en la que vivimos ha hecho que el concepto de amor que se maneja sea el que históricamente haya llegado a lo más bajo. Se considera amor a lo que haga que cualquier cosa guste, atraiga, satisfaga, dé placer. Se "ama" a las cosas: la comida, el vehículo, la casa, la ropa, los zapatos. Y entre esas "cosas" se incluye al novio o a la novia. Se llega a amar solo a lo que hace sentirse bien, y se deja de amar cuando se tiene el primer desencanto. Se confunde amar con sentirse bien, dándole así al amor una connotación de simple romanticismo en el que se excluiría de plano cualquier sentimiento o realidad que desdiga de la "felicidad", como la tristeza, el dolor, la compasión, la enfermedad, la pobreza. Se confunde "amar" con "querer ser feliz", que es prácticamente la única motivación que se tiene para estar con una persona con una cierta estabilidad, pero que al no lograrlo del todo produce una sensación de desencanto que hace que toda la ilusión se venga abajo. El amor verdadero está muy lejos de todo esto. Y no es que no los contemple, pero no conforman lo que es el auténtico amor. Está bien tender a buscar la felicidad, pues para eso nos ha creado Dios. Pero la verdadera felicidad propia nunca puede estar regida por un egoísmo exacerbado que es el que está en la base de todas las actitudes anteriores. Quien ama así no tiene a la vista la felicidad del amado, sino solo la propia, casi sin importarle la del otro. El auténtico amor es el que se parece más al de Dios, que es un amor oblativo y benevolente. Es el amor de donación y que busca el bien del otro. El que ama realmente busca por encima de todo la felicidad de aquel al que ama, y entrega incluso su propia vida para lograrlo. No busca simplemente "querer ser feliz", lo cual encubriría un peligroso egoísmo larvado en el cual no importaría para nada si el otro es feliz, sino simplemente que me haga feliz. Quien ama con amor auténtico buscaría "querer hacer feliz" al otro. Porque se ama se quiere hacer feliz, más que ser feliz. Es el amor que más se parece al de Dios, por lo que es el más auténtico. Al vivir de esa manera el amor, y al comprenderlo así, se está sin duda dispuesto a asumir un compromiso de estabilidad, que es la consecuencia razonable de amar de ese modo. Un amor que se entiende de esa manera no es un amor provisional. No puede serlo, pues es la asunción de un estilo de vida que marcará toda la existencia. Por eso, el amor no "desaparece" sin más, pues esa marca no se borra jamás. Si llegara a desaparecer se puede concluir que nunca existió. Un libro sobre este tema tenía por título "El amor conyugal no termina, se transforma". Una verdad inobjetable y que hay que asumir totalmente como plena realidad, para no sufrir desencantos de inmadurez por los cambios naturales en el amor que va madurando y se va haciendo más sosegado en la vida matrimonial.

La segunda base del matrimonio es la procreación. Es el primer mandato de Dios, de todos los que dio a los hombres: "Crezcan y multiplíquense". Podríamos afirmar que si no existiera la intención firme de procrear en la pareja, no existe matrimonio. La teología sacramental del matrimonio establece la nulidad matrimonial cuando los esposos no tiene la intención de procrear, algo razonable en el contexto de los relatos de la creación. El hombre y la mujer son creados el uno para el otro, para que se unan en el amor y para tener hijos. Si alguna de las dos cosas deja de estar presente, no hay matrimonio. De ahí el absurdo de la propuesta actual del matrimonio homosexual, pues en esa pareja de ninguna manera existiría la capacidad de reproducirse. La misma biología pone su argumento en contra. Dos con el mismo sexo jamás podrán procrear. Tanto el amor como la procreación están, entonces, en el fundamento de la realidad matrimonial. Son los que le dan la estabilidad. Al existir, hacen existir el matrimonio, y por ello lo convierten en indisoluble, no por capricho de nadie, sino por la misma naturaleza del vínculo que llama al compromiso, a la estabilidad, a la continua creación. De allí que no exista en la Iglesia el divorcio. No lo decide nadie, sino que lo da la misma cualidad estable del matrimonio como realidad natural desde el amor. Si la Iglesia declara nulo algún matrimonio, lo hace declarando que ese matrimonio nunca existió por haber faltado alguno de los dos componentes principales. La Iglesia no anula, sino que declara nulo, es decir, declara que nunca existió tal matrimonio al haber habido defecto en el amor o en la intención de procreación. Debe ser de tal manera el compromiso de amor entre los esposos, que debe ser reflejo de ese amor que Dios siempre confesó a su pueblo: "Yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna, para que te acuerdes y te avergüences". Él mantiene su fidelidad a su alianza, a pesar de las infidelidades del pueblo: "Se difundió entre las naciones paganas la fama de tu belleza, perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti —oráculo del Señor Dios—. Pero tú, confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba". Ni siquiera el oprobio de las ofensas contra Él fueron suficientes para alejar a Dios de Israel. Él había asumido su compromiso de amor y lo mantenía establemente por encima de todo. Por eso, tendía la mano a Israel, su amado, queriéndolo atraer de nuevo para que se mantuviera a su lado, recuperando su fidelidad y huyendo de la vergüenza de estar de nuevo lejos de Él. Así actúa el amor de Dios con todos nosotros. También nosotros debemos actuar con ese amor, que es el auténtico amor.

1 comentario:

  1. Buena explicación la enseñanza de Jesús que se fundamenta en el amor. Un amor mutuo,sincero y fiel que nos haga crecer como personas,valorarlo y superar sus desafíos en un mundo de discordia y desamor. El Papa Francisco nos ofrece como ayuda en el matrimonió tres palabras mágicas, éstas son ; permiso,gracias, disculpa. No deben faltar en el hogar y deben decirse siempre!!!

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