viernes, 7 de agosto de 2020

Al final, todo lo que logramos es gracias a Dios

Qué Aprovechará al Hombre si Gana el Mundo Entero y Pierde su Alma? |

Uno de los temas que se han ido convirtiendo casi en tabú para el hombre actual es el de su trascendencia. El empeño por una vida mejor aquí y ahora, el apuntar a un progreso cada vez más avanzado a través de sus conocimientos, del dominio más estricto de la naturaleza, de los adelantos tecnológicos que son casi indetenibles y dan una sensación de que no hay nada que lo pueda frenar, casi lo han hecho llegar a considerarse como un dios sobre el cual no puede existir nada más. Ese reconocimiento de sí mismo como lo máximo, lo ha hecho ensoberbecerse de tal modo que lo ha sustraído de la consideración de su propia realidad como un ser favorecido por alguien superior. La soberbia lo ha llevado a creerse el hacedor de sí mismo, por lo cual nada tiene que agradecer en un negado reconocimiento de que todas las cualidades que lo han llevado hasta allí no son sino donación amorosa del Dios Creador, de las manos de quien ha surgido. El famoso "self-made-man" ha cancelado totalmente la idea de la criatura favorecida por el Todopoderoso, colocándose así en el centro del universo, del cual es su absoluto dominador y quien decide bajo su libre arbitrio las rutas que deben ser transitadas dejándose llevar solo por su criterio ventajista y particularista. No habría nada que agradecer a nadie, si no es a sí mismo, por los beneficios que ha aportado al mundo con su casi infinita sabiduría y su casi infinito poder. En este panorama, introducir la idea de que todo lo que surge de sus manos es pasajero, que su propia vida llegará en algún momento a su fin, y que por lo tanto, fuera de la trascendencia que tendrá toda su obra temporalmente mientras sirva a los demás y no sea introducido algo que lo supere, es impensable. No se puede hablar de eso, pues sería restar todo el mérito que tendría su ingenio y su poder. Y la verdad es que, siendo un espejismo muy atractivo, no deja de ser eso: un espejismo. Por más que el mismo hombre se empeñe en ponerse en lo más alto, siempre le saltará la verdad contundente y se le colocará al frente, claramente a la vista: La realidad no puede acabarse consigo. "Después de mí, la nada", no es una frase que pueda ser sostenida de ninguna manera. No tiene asidero estable, por cuanto la misma razón convence de algo distinto. Todos los grandes inventos han pasado, las grandes inteligencias han desaparecido. De ellos solo queda el recuerdo. Sería muy cruel que todo ese legado, incluso los que han sido obtenidos con oscuras intenciones pero que han tenido resultados beneficios para todos, simplemente desparezcan y no tengan un sentido de trascendencia en la mente de nadie.

La misma inteligencia de los grandes científicos ha debido rendirse ante lo evidente. No es posible que todo desaparezca. Así como no es posible explicar el origen de todo por un simple acaso fortuito y totalmente inconsciente de la misma naturaleza, tampoco se puede explicar racionalmente el transcurrir de la historia y su final cuando corresponda por un simple guiño de la naturaleza, que se convertiría en absoluta soberana de algo sobre lo que no tiene el mínimo poder ni la mínima conciencia. El orden natural de las cosas, su mismo movimiento, la ley natural que las rige, la infinita diversidad de las interacciones enriquecedoras que las hacen mutuamente dependientes, no puede deberse solo a un capricho, como una carambola en un juego de billar que resultó en el orden perfecto que actualmente posee. Para la filosofía griega, madre de todo el pensamiento racional que buscó denodadamente el origen de todo lo que existe, sin haber recibido la revelación de Dios, la cosa estaba clara: tenía que haber un ser anterior a todo, suficientemente poderoso e inteligente, del cual surgió cada ser actual y el orden que existe en toda la naturaleza. Fue su conclusión y lo aceptaron con toda naturalidad, pues no había otra explicación posible que sustentara racionalmente el origen de todo. Tenía que existir necesariamente una causa final por la que todo existiera. Esta conclusión era totalmente consistente con lo que se vivía y daba una explicación razonable y satisfactoria a la inquietud natural de querer explicar la existencia. Para nosotros, los judeo-cristianos, esta convicción solo racional de los griegos se enriqueció con la revelación del mismo Dios, que nos hizo llegar la verdad absolutamente confiable de la creación surgida de sus manos poderosas, aderezada además con una convicción superior en cuanto nos toca íntimamente en lo más profundo: Dios no es solamente el Todopoderoso que ha creado todo caprichosamente, sino que es además el "Todoamoroso", que ha hecho surgir todo en un arrebato de amor por el hombre, a quien ha colocado en el centro. Es este amor el que hace concluir que el gesto creador no puede tener un final trágico en la nada, desapareciendo todo inexorablemente y cayendo en el vacío sin sentido. Nos hace pensar, entonces, en que todo debe tener una referencia a la trascendencia, a la eternidad.

Por más que el hombre se construya a sí mismo, no debe perder jamás esa referencia a lo superior, a lo que está por encima de él. Los logros que alcance, gracias a su inteligencia y a su voluntad casi sin límites, deben tener siempre una referencia a lo donado. No es él quien se ha dado a sí mismo esas capacidades, aunque sí es él quien las ha potenciado colocándolas en función de un bien mayor para el mismo hombre. Esa referencia a lo que está por encima no puede ser, de esta manera, un tabú. Es absolutamente necesario que el hombre recobre la conexión de su vida y de sus logros al Dios poderoso que le ha donado su capacidad: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" Siempre habrá algo que escapa a su dominio, y es lo que se refiere a su propia eternidad. La vida no se acaba en los días terrenales. Hay que pensar siempre a qué se debe hacer referencia, que le dé pleno sentido a todo lo que se va logrando. No se trata de no hacer lo que corresponda, sino de dar el crédito a quien realmente corresponde. ¿Para qué avanzar tanto? ¿Para qué hacer el bien? ¿Para qué lograr beneficios mayores con mi aporte? La respuesta está en la añoranza de eternidad. Es lo que debe hacerse cada vez más consciente en el hombre que se construye a sí mismo. Hacerle elevar su mira, para que tenga una óptica superior, y pueda ver más allá de lo que lo rodea. Que sea capaz de descubrir un sentido de transcendencia en todo lo que hace. Que lo haga porque añora algo mejor para sí mismo y para la humanidad al término de sus días terrenales. Que considere su labor como una siembra que le hará cosechar eternidad. Y que esa eternidad la asegure en la felicidad eterna escuchando la voz de Dios que le diga: "Siervo bueno y fiel, entra a gozar de la dicha de tu Señor". De ese modo, ya no habrá quien procure el mal con sus acciones, ni quien destruya la idea de eternidad ni para sí mismo ni para los demás: "He aquí sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz. Celebra tus fiestas, Judá, cumple tus votos, que no pasará más por ti el perverso; se acabó la destrucción". No debe ser un tabú hablar de eternidad y de trascendencia. No es razonable. Lo razonable es que el hombre siga adelante en su avance inédito en conocimientos y en tecnología, dándole al Creador el crédito con humildad, y apuntando a la propia trascendencia donde se dará la plenitud absoluta e inabarcable.

4 comentarios:

  1. Cada día se supera a si mismo, me encanta como escribe, el mensaje es claro y firme. Gracias

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  2. Gracias por recordarnos que somos nada frente al Eterno que nos ama. Agradezco todo lo que tengo, lo que soy, y lo que me falta porque me hace decir “solo tu Gracia me basta”.

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  3. Antes los ojos de Dios nadie es poderoso y la soberbia siempre habrá x los incrédulos gracias mi dios x un día más de vida

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  4. Jesús solo nos pide constancia en su seguimiento y gastar nuestra vida por amor a él, nada más y seguir con fidelidad sus huellas.

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