En la Teología Moral hay una distinción muy importante en la conciencia que puede mover a los hombres a actuar. La conciencia es el templo sagrado del hombre, en el que ni siquiera Dios tiene entrada, sino solo el mismo hombre. Este es el último responsable de la formación de su propia conciencia, y por ella puede ser considerado culpable o inocente de sus propias actuaciones. Existe la conciencia bien formada, que es aquella en la que el hombre ha puesto su empeño por conocer en profundidad la distinción entre el bien y el mal, la que se ha dejado iluminar por la ley natural que establece sin necesidad de referencias externas la bondad o la maldad de los actos humanos, y que se ha elevado al máximo de la calidad posible pues ha permitido que la iluminación no sea solo natural sino que se ha empeñado por conocer la ley divina para encaminar su vida según lo que ella establece y manda. En la acera opuesta está la conciencia mal formada, que es la que no tiene la capacidad plena para distinguir, fuera de lo que naturalmente le dicte la ley natural, cuya iluminación recibimos todos, lo que es bueno de lo que es malo. Puede ser una conciencia mal formada sin que haya una responsabilidad personal directa, pues puede haberse dado una imposibilidad de acceder a la iluminación total por razones que escapaban al dominio del sujeto, o que se haya obtenido por una mala formación adquirida de parte de algún superior responsable de la formación de las conciencias y le haya hecho equivocar el camino con un argumento de autoridad, en cuyo caso nos encontraríamos con una conciencia errada inculpable. Pero puede darse también que haya una conciencia errada, mal formada, culpablemente, en cuanto el sujeto, habiendo tenido la posibilidad de acceder a la buena formación de su conciencia, conociendo otros caminos de formación mejores y que apuntaran a un conocimiento real de la bondad y de la maldad de los actos humanos, incluso con la iluminación de la ley divina, se haya decidido a ignorarlos y a seguir obcecadamente por los caminos errados, siguiendo simplemente criterios de comodidad o de conveniencia personal, para no complicarse la existencia. La conciencia errada puede ser, entonces, inculpable o culpable. En el primer caso, no hay una responsabilidad directa del sujeto cuando actúa obedeciendo a su conciencia, pues los criterios que tiene no son los mejores, ya que no ha tenido la capacidad de lograrlos o porque no han sido adquiridos con mala intención. En el segundo caso, sí hay una plena responsabilidad, pues el sujeto conoce perfectamente que hay normativas mejores o superiores de los que tiene y que ha adquirido, pero por haberlos desechado conscientemente no ha querido poseerlos.
Este caso de la conciencia errada culpable está claramente ejemplificado en la persona de los fariseos con los cuales se enfrentaba Jesús continuamente en el Evangelio: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen". Los fariseos conocían perfectamente lo que era bueno y lo que era malo. Incluso lo enseñaban así a las gentes. Por eso Jesús les dice que deben hacer lo que digan, pues era lo correcto. Pero en el uso de su conveniencia personal, para perseguir prerrogativas personales y lograr con su imposición el dominio sobre los que dependían espiritualmente de ellos para aprovecharse incluso de sus bienes, conscientemente hacían uso de ese ascendiente sobre la gente del pueblo. Esta conciencia podríamos ubicarla en un lugar aún más bajo, pues actúa peor que la errada culpablemente, por cuanto no era una conciencia sin formación, sino que se ocultaba a sí misma lo que ya conocía y que debía cumplir para actuar con el bien como norte: "Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame 'rabí'". Una conciencia bien formada, que actúe responsablemente, no solo hace las cosas bien porque así debe ser, sino que busca que ese bien alcance a todos. Es una conciencia comunitaria, por cuanto esa cercanía con los demás, principalmente con los más necesitados y humildes, es un criterio básico para la actuación siguiendo las normas que distingue el bien del mal. La conciencia bien formada, aun perteneciendo al ámbito de la responsabilidad individual, tiene pleno conocimiento de la necesidad de actuación para el bien no solo individual sino para el de toda la comunidad. De ahí que la responsabilidad de los fariseos en lo malo que hacían era inmensa. Y por eso Jesús llega incluso a desnudarlos delante de todos para que su conducta fuera censurada y nadie más se dejara llevar por esa manera de actuar. El hombre, en lo más profundo de su conciencia, sin necesidad ni siquiera de que alguien tenga que aclarárselo, pues está inscrito a sangre y fuego en lo que ha recibido por la ley natural, sabe muy bien que su vida debe estar guiada por el interés comunitario, por la búsqueda del bien para todos, con la idea clara de que incluso su bien personal depende del bien que procura para los demás. Quien no actúa así está incluso yendo contra la ley natural que, en cierto, modo, deviene en una actuación contra sí mismo.
La llamada de Jesús es, en definitiva, a actuar dejándose guiar por los criterios del bien, por esa ley natural que es la voz de la conciencia profunda que no necesita que le digan qué es lo bueno y qué es lo malo, a los que se añaden los que dicta la ley divina que fundamenta aún más sólidamente el amor a Dios y a los hermanos, que es lo que consolida definitivamente la actuación del hombre bueno: "Ustedes, en cambio, no se dejen llamar 'rabí', porque Uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen padre de ustedes a nadie en la tierra, porque Uno solo es su Padre, el del cielo. No se dejen llamar maestros, porque uno solo es su maestro, el Mesías. El primero entre ustedes será su servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". La ley divina añade a los criterios de bien y de mal que establece la ley natural, la relación filial con Dios y la relación fraternal con los demás hombres. Es decir, con la elevación de calidad que corresponde a la ley divina que se añade, se inscriben entre los criterios que rigen la actuación del hombre bueno, los del amor y la humildad. La ley divina apunta como criterio básico para la acción el amor a Dios y a los hermanos y la humildad, fruto del amor, que impulsa a saberse servidor de todos, lejos de buscar el ser servido. La conciencia bien formada se transforma en conciencia dorada cuando a los criterios de la ley natural sobre el bien y el mal, se esfuerza por sumar los del amor y la humildad. Se apunta así, a la elevación suprema de la conciencia, lo que hace del hombre un ser natural y espiritualmente bueno, que construye una vida comunitaria ideal, dejando que los personajes principales de su vida sean Dios y los hermanos, lejos de un egocentrismo que buscaría solo el beneficio personal con actuaciones que sigan solo la propia conveniencia. Sería el hombre que coloca a Dios en el lugar privilegiado, en ese templo sagrado que es su propia conciencia: "La Gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. Entonces me arrebató el espíritu y me llevó al atrio interior. La Gloria del Señor llenaba el templo. Entonces oí a uno que me hablaba desde el templo, mientras aquel hombre seguía de pie a mi lado, y me decía: 'Hijo de hombre, este es el sitio de mi trono, el sitio donde apoyo mis pies, y donde voy a residir para siempre en medio de los hijos de Israel'". La conciencia es ese templo en el que debe habitar Dios en todo su esplendor, desde donde regirá con sus criterios de amor y de humildad las actuaciones del sujeto, con lo cual estará haciéndose verdadero hombre bueno que construya comunidad, pues estará rigiendo su vida y todas sus actuaciones en función de hacer presente a Dios y de llevar el amor a todos los hermanos y servirles humildemente.
Es así, como el Señor nos llama a actuar dejándonos guiar por los criterios del bien, examinandonos a orientar nuestro comportamiento hacia la responsabilidad de ayuda en el servicio mutuo.
ResponderBorrarEs así, como el Señor nos llama a actuar dejándonos guiar por los criterios del bien, examinandonos a orientar nuestro comportamiento hacia la responsabilidad de ayuda en el servicio mutuo.
ResponderBorrarDios está reflejado en mi hermano !!!
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