miércoles, 5 de agosto de 2020

Mi derecho como hijo de Dios no se traduce en deber de Dios

También los perritos comen las migajas que caen de la mesa del amo ...

Uno de los textos del Evangelio más impresionantes que se pueden leer, aun cuando todos entrañan grandes enseñanzas y contienen palabras de salvación para cada hombre de la historia, es este de la mujer cananea que se acerca a Jesús para solicitar su favor liberando a su hija que está poseída por un demonio. Y es ciertamente muy llamativo porque da la impresión de que se han invertido los papeles en los personajes que lo componen. Nos encontramos con un Jesús aparentemente excluyente, despiadado, xenófobo, indiferente ante la necesidad de esta madre, endurecido de corazón. Definitivamente un Jesús desconocido, según lo que nos ha ido siendo presentado hasta este momento por los evangelistas. La figura de Jesús ha sido hasta ahora la de Aquel que se conduele de la tragedia de los hombres y los cura o los libera. Es el que ha proclamado las Bienaventuranzas como el nuevo orden, elevando la exigencia de los mandamientos del Antiguo Testamento, el que ha liberado poseídos, curado leprosos, devuelto la vista a los ciegos, fortalecido los músculos de los paralíticos... Es el que ha presentado a un Dios que es paciente y misericordioso, y que espera hasta el último momento para desechar a la cizaña que se empeña en servir al mal, el que se sorprende por la fuerza que sale de Él para sanar a la mujer que sufría flujos de sangre, el que sale al encuentro de la hija de Jairo para resucitarla a la vista de todos... Es el que coloca el seguimiento de Dios por encima de cualquier otro interés, por lo cual es preferible dejarlo todo, como el que encuentra el tesoro en el campo o el buscador de perlas, que deciden colocar todo lo que poseen en función de ganar una riqueza mayor... Hasta ahora, Jesús es la encarnación del amor y de la misericordia divina, el que hace presente entre los hombres ese poder sanador, que está basado en el amor, y que cada día se hace presente a través de un portento o de una palabra consoladora. Por el otro lado, nos encontramos con una extranjera, una mujer cananea, perteneciente a un pueblo despreciable y despreciado por los judíos, por lo cual, como reacción, despreciaban a los judíos a los que consideraban invasores y opresores y por ello rechazaban radicalmente todo lo que fuera judío o se acercara a serlo. Esta mujer deja expresar su petición movida por su amor de madre, que solicitaba un favor a este personaje del que tanto se oía. Deponiendo el natural rechazo que podía sentir por todo lo judío se acerca a Jesús, demostrando que su preocupación como madre, pero también su fe en Ese del que seguramente había escuchado tanto, dejaba a un lado orgullos pueriles. Ella confía en Jesús, en su amor, en su misericordia y en su poder. 

Sin duda, los personajes tienen cambiados sus roles. El Jesús misericordioso, el que trae el amor del Padre a todos los hombres, es un personaje cruel. La cananea, despreciadora de los judíos, se acerca confiada totalmente a ese Jesús que hace maravillas. El encuentro entre ellos es impresionante: "Una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: 'Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo'. Él no le respondió nada". Ella reconoce desde un primer momento quién es Jesús. Para ella es el Señor, el Hijo de David, apelando a la tradición judía que vivía en la espera del Mesías, descendiente de David. Demostraba mucha más fe que muchos de los mismos judíos. Pero Jesús se muestra indiferente incluso ante esta demostración grandiosa de fe. Al punto que los mismos discípulos se extrañaban de esta indiferencia de Jesús: "Los discípulos se le acercaron a decirle: 'Atiéndela, que viene detrás gritando'". Interceden por ella, pero quedan aún más sorprendidos con la respuesta de Jesús: "Él les contestó: 'Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel'". ¿Dónde quedaba entonces esa idea de la salvación universal pregonada desde antiguo? ¿Solo los miembros del pueblo de Israel tenían entonces derecho a recibir el favor de Dios? El mismo Jesús, en una ocasión anterior había desdicho esto, cuando curó al criado del Centurión a la distancia. Este Centurión, seguramente "temeroso de Dios", como llamaban los judíos a los que no eran miembros de su pueblo pero que demostraban señales de conversión hacia Yahvé, aun siendo romano, sí había sido considerado digno de recibir el beneficio de la fe, lo cual confirmaba la convicción de todos de que esa salvación alcanzaba a toda la humanidad sin excluir a nadie. Por ello, era extraña esta conducta de Jesús. Y la insistencia de la mujer plantea entonces un diálogo aún más crudo: "Ella se acercó y se postró ante él diciendo: 'Señor, ayúdame'. Él le contestó: 'No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos'". Son inusualmente duras las palabras de Jesús. Nunca antes había sido tan crudo. Los "hijos" serían los judíos y los "perritos" serían todos aquellos que no pertenecen a Israel. Pero la determinación de la madre por lograr el favor para su hija y la fe en el Jesús que salva, están por encima de un orgullo absurdo: "Ella repuso: 'Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos'". Es impresionante esta respuesta que está cargada de humildad, de fe en Jesús y de amor por su hija. Ella no importa nada. Importa la salud de su hija y la fe que la mueve a acercarse al que ella considera pueda ayudarla condoliéndose de su situación. Ella ama. Ama a su hija profundamente y ama a Aquel al que se acerca sabiendo que puede hacer algo. Eso es lo importante. Nada más.

Por ello, a Jesús no le queda más remedio que deponer su dureza y cambiarla radicalmente por una dulzura sin par. Podemos imaginarnos la mirada de Jesús ante esta mujer que no pone nada por encima de su fe ni de su amor, ni siquiera su propio orgullo o su dignidad: "Jesús le respondió: 'Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas'. En aquel momento quedó curada su hija". La humildad de ella arrancó de Jesús el gesto poderoso, que no era otra cosa que el signo de su amor por la demostración que había hecho aquella extranjera. Por ello, la conclusión que podemos sacar de este rol que cumple Jesús, es de que, previendo cómo se desarrollarían los acontecimientos, aprovechó para enseñarnos a todos cómo debemos comportarnos delante de Dios. Ante Él todos tenemos los derechos de hijos, pero no podemos exigirlos con soberbia. Lo que debe movernos es el amor. Y el amor exige la humildad y la fe. El mismo Jesús nos animó: "Pidan y se les dará, toquen y se les abrirá". Jesús fue "duro", "crudo" y "cruel", de manera pedagógica, para que asumiéramos que delante de Dios tenemos que ser como esa mujer cananea, confiada en su poder y su amor, pero sobre todo, humilde. Nuestro derecho no se convierte en el deber de Dios. Él actuará siempre con amor y misericordia, pero esto requiere de nosotros el ser humildes, como lo fue aquella mujer que arrancó de Jesús su favor, conmovido por su humildad y su fe. Jesús cumple así lo que estaba anunciado desde antiguo: "'Es de día' gritarán los centinelas arriba, en la montaña de Efraín: 'En marcha, vayamos a Sion, donde está el Señor nuestro Dios'. Porque esto dice el Señor: 'Griten de alegría por Jacob, regocíjense por la flor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!'" El motivo final de la venida del Hijo de Dios al mundo es la salvación de todos los hombres. La sangre que derramará será suficiente y abundará para el beneficio de cada hombre de la historia. Nadie queda excluido. Solo se requiere de cada uno de nosotros la demostración de nuestra confianza en su amor y su poder, la humildad extrema y el abandono en sus brazos amorosos, y el amor entrañable, como el que demostró aquella cananea por su hija y por Jesús, y que fue suficiente para que ese Hijo de David, el Mesías redentor, se conmoviera en lo más profundo de sus entrañas y le concediera el favor que ella pedía con la máxima humildad.

7 comentarios:

  1. Cada dia le pido a Dios que aumente mi fe. Como aquella mujer. amén

    ResponderBorrar
  2. Gracias... Monseñor por la explicación tan sencilla como Profunda en la pedagogía de Nuestro Señor Jesucristo... Nuestro Derecho no se convierte en el Deber de Dios... Sólo nuestra Humildad es la garantía para recibir la Gracia de Dios...

    ResponderBorrar
  3. Bellisima enseñanza de fe y abandono en la.misericordia.del Señor y hasta de gratitud pues esa madre cananea sabía de antemano que Jesús iba a curar a su hija...por eso creo que su frase: pero los perritos también comen de las migajas que caen al suelo. Señor no me importa tus migajas con ellas curararas a mi hija,.le.devolveras la.salud y la.paz! Dame Señor.la.fe.del.tamaño.de.un granito de.mostaza para abandonarme a tus brazos amorosos!

    ResponderBorrar
  4. Es muy cierto, debe movernos es el amor,el Señor quiere que acudamos a él con fe sincera y constancia en la oración..

    ResponderBorrar
  5. Es muy cierto, debe movernos es el amor,el Señor quiere que acudamos a él con fe sincera y constancia en la oración..

    ResponderBorrar
  6. Es muy cierto, debe movernos es el amor,el Señor quiere que acudamos a él con fe sincera y constancia en la oración..

    ResponderBorrar