Una realidad que nos cuesta asimilar a los hombres es la diferencia que existe entre nuestros criterios y conductas y los criterios y conductas de Dios. Nuestro empeño en darle categoría humana a todo lo que no somos nosotros nos envuelve de tal manera que se nos hace casi imposible comprender algo sin incluirlo en nuestras categorías antropomórficas. O le damos a todo una explicación "humana" o le damos forma "humana". Por eso, por ejemplo, cuando vemos el cielo gris decimos que "está triste", cuando el perro se alegra porque nos acercamos para darle de comer decimos que "nos ama", cuando el árbol da mucho fruto después de haberlo cuidado, podado y regado decimos que "está agradecido". Son conductas únicamente humanas que atribuimos a lo que no somos nosotros, pues es la única manera en la que podemos explicar esos fenómenos. Igual nos pasa cuando nos referimos a la realidad espiritual, sobre todo en cuanto nos referimos a Dios. A Dios le atribuimos absolutamente todas las cualidades humanas, pues es la única manera en la que podemos entrar en una comprensión más clara de lo que Él es. Al ser espíritu puro, Dios no tiene cuerpo, no tiene materia. Aún así, a Dios le atribuimos categorías antropomórficas pues no tenemos otra manera de entender su ser. Decimos que Dios "nos ama con todo su corazón", que está continuamente "poniendo sus ojos sobre nosotros", que "nos acuna en sus brazos", que "nos toma de su mano", que "acerca su oído para escuchar nuestra plegaria". La realidad es que Dios, al no tener realidad material, al no tener cuerpo, no tiene corazón ni ojos, no tiene brazos ni manos ni oídos. Esto no quiere decir que no nos ame ni nos vea, que no nos acune ni nos conduzca ni nos proteja, que no nos escuche. Lo hace, sin duda, pero de una manera que no sabemos cómo se hace realidad en Él. Estamos totalmente seguros que sí lo hace. Lo más propio será decir que en Dios todo es "intuición". Dios nos ama, nos ve, nos toca, nos escucha, intuyendo. Dios "intuye". Precisamente esa imposibilidad del hombre de "agarrar" al Dios que escapa de esa posibilidad de "ser agarrado", es la que ha hecho que para nosotros haya sido necesario categorizar a Dios con nuestras categorías humanas, dándole la forma y el criterio por el cual podemos hacerlo más nuestro, más cercano a nosotros. Y es también lo que ha hecho que Dios haya "condescendido" con nosotros, motivado por su infinito amor, haciéndose "agarrable" en Jesús, el Salvador, segunda Persona de la Santísima Trinidad, por lo tanto, Dios y espíritu puro originalmente, quien "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". Algunos teólogos afirman que cuando Dios dijo "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", lo dijo no solo refiriéndose a su inteligencia y su voluntad, a la libertad y a su capacidad de amar, sino a la corporalidad que asumiría su Hijo en Jesús, al cual tenía ya en su mente, pues para Él todo tiempo, pasado, presente y futuro, es un eterno presente.
Esta categorización humana de Dios que nos empeñamos en hacer la hemos llevado hasta las últimas consecuencias, invadiendo incluso el terreno de los criterios y las conductas de Dios. Pretendemos, de alguna manera, el dominio de Dios según lo hacemos nosotros con las otras criaturas de la creación, creyendo que Dios es manilupable igual que ellas. Por eso Dios mismo sale a nuestro encuentro con amor paternal para aclararnos bien las cosas: "'Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son Mis caminos', declara el Señor". Es necesario que Él mismo lo aclare, por cuanto nuestra tentación es pensar que Dios debe pensar como pensamos nosotros y que debe actuar como actuamos normalmente nosotros. Que debe hacer las cosas según nuestro arbitrio y no según lo que Él, en su libertad absoluta e infinitamente sabia, determina que debe hacerlas y pensarlas. Evidentemente, esto choca frontalmente con lo que nosotros hacemos con todo en lo cotidiano. En todo caso, Dios sigue actuando sin que nadie le indique cuál debe ser su camino ni su criterio, pues Él mantiene para siempre su infinita sabiduría y su infinito poder, sin que nosotros, desde nuestra nada delante de lo infinitamente grande que Él es, podamos intentar ni hacer algo por impedirlo. La mejor manera de reconciliación entre lo que nosotros pensamos y lo que Dios intuye, entre las actuaciones de Dios y lo que nosotros pensamos que debería ser, es la humildad. Asumir nuestra realidad tal como es, asumir la realidad de Dios que se escapa de nuestra comprensión total y de nuestro dominio, asimilar en lo más íntimo de nuestro corazón y de nuestra mente que todas las actuaciones de Dios son motivadas única y exclusivamente por su amor, que es lo que Él es en lo más íntimo de su esencia, y nunca podrá actuar en contra del amor que es Él mismo, pues no puede jamás actuar en contra de sí ni contradecir su propio ser, pues eso implicaría su autodestrucción y su desaparición, lo cual es un absurdo total. Es, en fin, abandonarse confiados en sus criterios y acciones, pues sabemos que, desde su amor, serán siempre los que Él considere los mejores para nosotros, aunque se mantengan en la categoría de misteriosos. Es lo que afirmaba san Pablo: "Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor". Para nosotros, lo lógico sería que Dios escogiera para sí a lo más granado según nuestras categorías humanas. Lo que Dios hace, en todo caso, es lo más absurdo: escoger a los que menos valen. Está claro que sus pensamientos no son nuestros pensamientos.
De esa manera actúa y actuará siempre, por cuanto sus criterios son muy distintos a los nuestros. Nosotros hubiéramos elegido a los más poderosos para humillar y someter a quienes pretendían ejercer el poder, azotando a los más débiles. Hubiéramos lanzado diatribas, invocado a los ejércitos más poderosos, hecho caer rayos y centellas sobre los malos, en vez de permitir ser aprehendido, humillado, azotado y asesinado en una cruz. Hubiéramos elegido como apóstoles a los más doctos y no a los menos instruidos, a los más valientes y no a los más cobardes. Los hubiéramos mandado al mundo a anunciar la salvación con los mejores medios a la mano y no desprovistos de todo pasando por las más grandes necesidades, apoyados con fuerzas poderosas que enfrentaran a quienes se opusieran y no en la mayor debilidad para ser perseguidos, azotados, burlados y humillados. A Dios así le pareció mejor. Y es lo que le ha dado sentido al anuncio de su amor. Es el amor sencillo y humilde, que no es arrogante sino paciente, que quiere conquistar y no subyugar. Así fue la tarea que cumplió cada uno de los elegidos y enviados por Jesús al mundo, entre ellos Juan Bautista, quien desde la más grande debilidad y sin aspavientos de poder, se enfrentó al más poderoso, a Herodes, y dio testimonio de su mensaje incluso con la entrega de su vida. Lo que quedó para siempre fue su apego a la verdad y no la fuerza destructiva de su verdugo: "'Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista'. El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro". Venció la debilidad del Bautista aun muriendo. Y fue vencida la arrogancia y el poder de Herodes y de su mujer, quienes quedaron para toda la historia como símbolos del hedonismo malsano y ruin, despreciados por todos para siempre. Fue lo débil según nuestros criterios lo que venció. Y lo que consideramos poderoso e imbatible, fue lo que quedó humillado y despedazado. Dios eligió la debilidad de Juan Bautista para dar testimonio de la fortaleza del amor y de la verdad, por encima del mal y del poder malsano. Por eso, debemos bajar las cabezas delante de nuestro Dios que conoce perfectamente mejor que nosotros cómo pensar y cómo actuar, y dejarnos invadir humildemente por sus criterios y sus conductas, infinitamente más sabios, pues son los criterios y las acciones del amor y de la verdad.
Amado Señor, gracias por los talentos q nos has dado, y ayudanos a compartirlos,Amén
ResponderBorrarEste testimonio nos invita a vivir de manera honrada y a cumplir nuestro compromiso con la verdad, sin hacer concesiones a la corrupción humana. El Señor nos quiere personas íntegras y honestas.
ResponderBorrarEste testimonio nos invita a vivir de manera honrada y a cumplir nuestro compromiso con la verdad, sin hacer concesiones a la corrupción humana. El Señor nos quiere personas íntegras y honestas.
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