La viña del Señor, que es el mundo, pertenece, por supuesto, al mismo Dios. Él es el creador de todo lo que existe, todo ha surgido de su mano y todo se mantiene por su infinita providencia y por su infinito poder. A ese poder creador y providente, cuando creó al hombre y lo colocó en medio de todo para que fuera el rey de la creación y aprovechara todo lo que existía, que finalmente había sido creado para él, Dios le añadió su amor eterno e infinito, que realmente fue la motivación última que tuvo para emprender la gesta extraordinaria de hacer existir todo lo que no fuera Él. Antes del universo creado lo único existente era el mismo Dios. Él, evidentemente, lo llenaba todo. Nosotros no tenemos idea de cómo era esa realidad por cuanto es anterior a nuestra propia existencia y porque para nosotros el mundo solamente espiritual es imperceptible e inimaginable. Solo existía Dios, solo estaban las tres Personas de la Trinidad Santa. Su vida espiritual en la intimidad de su intercambio amoroso era totalmente satisfactoria. Pero el mismo amor que era Él, que era y sigue siendo su esencia única, lo llamó a "complicarse" la existencia. Él, que es la simplicidad infinita, se dispuso a asumir la complejidad que representaba la decisión de crear el mundo material y espiritual, fuera de sí mismo, movido por el amor a aquella criatura a la que amaba más que a cualquier otro ser que surgiera de sus manos, sobre quien colocaría el usufructo y la administración de todo lo que iba surgiendo de su poder. Por esa explosión de amor que se dio en su intimidad, existe el hombre. Y por amor al hombre existe todo lo demás. En el hombre colocó no solo la realidad espiritual que era en cierto modo participación de su propia y única naturaleza divina, al haberlo hecho "a su imagen y semejanza", sino que ingenió lo absolutamente novedoso de la materia en el momento inicial de su existencia, lo que llevó a traer a la vida al único ser realmente complejo que existe, que es el hombre, pues participa de esa doble naturaleza, humana y divina, corporal y espiritual, que inaugura esa complejidad que está a mitad de camino entre Dios, espíritu puro, y el universo no humano, materia pura. Dios es absolutamente simple, pues es puro espíritu. Lo creado fuera del hombre es también absolutamente simple, pues es pura materia. El hombre, en cambio, es complejidad total, pues es materia y espíritu. Es lo que hace que el hombre viva en una continua doble añoranza: suspira por una trascendencia hacia la eternidad que lo tira pues es añoranza de todo lo que vive espiritualmente, y a la vez está atraído fuertemente por la materia, de la cual quiere disfrutar al máximo y ante la cual en ocasiones se rinde, desvirtuando su ser superior y colocándose al servicio de lo que es criatura, incluso por debajo de sí mismo. A este ser complejo en todo es al que el Señor le regala lo que ha creado: "Crezcan y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla".
El hombre, de este modo, es colocado como dueño y administrador del mundo. La viña sigue siendo de Dios, pero Dios coloca su cuidado en las manos del hombre. Es una manifestación clara de confianza del Todopoderoso en la criatura que ha colocado por encima de todo. El hombre goza del usufructo de todo por donación amorosa de su Dios. Por eso Dios, que podría conservar la administración de su viña, llama al hombre y se la confía para que la cuide. Esa llamada es la convocatoria que hace Dios para que el hombre asuma su responsabilidad. A todos los llama, aunque sea en momentos diversos de la vida. A unos los llama antes, a otros los llama después. Pero a todos los llama en su momento. No es ni antes ni después, sino que es cuando Dios lo considera oportuno. Es el momento de Dios, que se convierte en el momento de cada uno: "El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo debido'. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: '¿Cómo es que están aquí el día entero sin trabajar?'. Le respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Él les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'". No hay un momento predeterminado. El momento es el que determina el dueño de la viña. Lo importante no es, por lo tanto, el momento de la llamada, sino la llamada en sí misma y el trabajo que hay que realizar en la viña. Dios valora la respuesta que se dé y el trabajo que se realice. Al final, dependiendo de que se haya respondido positivamente y se haya realizado la tarea encomendada, todos recibirán su paga. En el caso de la parábola que Jesús relata la paga es la misma para todos. Es comprensible que así sea, pues la viña es el mundo que Dios coloca en las manos de los obreros. La tarea de cada uno se desarrolla en los predios que Dios le encomienda. Basta que realice el trabajo que le corresponda para que sea considerado digno de su paga. La tarea de cada uno es única y no se puede comparar con la tarea que le corresponda a otro. Y la paga es total. Es el cielo. El denario que recibe cada uno es el cielo que se han ganado al responder a la llamada y al realizar la tarea encomendada. El cielo es uno solo. No se recibe más o menos cielo en la eternidad. Esa presencia delante del Dios del amor es presencia totalizante, que no será parcelada. No hay una eternidad mayor y otra menor. La eternidad es única y llenará de satisfacción plena a todos los obreros de la viña que hayan cumplido bien. Esos debemos ser nosotros, los que entraríamos al reino de eternidad feliz junto a Dios nuestro Padre.
En efecto, cada uno de los llamados tiene una tarea concreta que cumplir, en un ámbito propio que es en donde lo coloca el dueño de la viña. No es una única tarea, aunque sí es única la meta del trabajo. Todos deben perseguir que los beneficios de la viña sean para todos y que todos caminen solidariamente hacia la eternidad a la que son llamados. Unos tendrán responsabilidades mayores, otros, menores. A unos se les colocará en la conducción como pastores y a otros se les colocará entre las ovejas que serán pastoreadas. En este sentido, la exigencia será mayor para unos que para otros. "A quien mucho se le ha confiado, mucho se le exigirá". Aquellos que han sido "privilegiados", habiendo sido colocados en puestos de dirección, tendrán una mayor responsabilidad que cumplir. Deben ofrecer su testimonio de palabra y de obras para que sean luz que ilumine el camino de los demás. Aquí se encuentran en primer lugar los que han recibido el ministerio sacerdotal, y son los pastores del rebaño, estrictamente hablando. A ellos se les pedirá también con toda crudeza cuentas del trabajo que les corresponde realizar. Pero por analogía también están incluidos en esta categoría todos aquellos, laicos o religiosos, que hayan sido hechos dirigentes, encargados de un apostolado o de una pastoral. Son los que podríamos llamar "laicos comprometidos", los que no son religiosos. No son pastores, pero se podrían asimilar a ellos pues participan por analogía de las tareas pastorales de la Iglesia. Es tremenda esa responsabilidad, pues el examen final sobre la tarea cumplida será rígido: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? Ustedes se comen las partes mejores, se visten con su lana; matan a las más gordas, pero no apacientan el rebaño. No han robustecido a las débiles, ni curado a la enferma, ni vendado a la herida; no han recogido a la descarriada, ni buscado a la que se había perdido, sino que con fuerza y violencia las han dominado". Los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades principales en la pastoral, son parte de aquellos obreros de la viña, convocados a trabajar en ella en sus tareas particulares y propias. Si cumplen bien, recibirán también su paga, la eternidad feliz en Dios. Pero si no cumplen, serán desechados y echados a un lado: "'Les reclamaré mi rebaño, dejarán de apacentar el rebaño, y ya no podrán apacentarse a sí mismos. Libraré mi rebaño de sus fauces, para que no les sirva de alimento'. Porque esto dice el Señor Dios: 'Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré'". Dios es celoso. Así como es amor infinito es también justicia infinita. Y se pone del lado de los débiles contra aquellos que se quieran aprovechar de ellos. "Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos". Luchemos por cumplir con nuestra tarea. Todos somos convocados a trabajar en la viña. Cumplamos con nuestra labor y recibiremos la paga única para todos, la eternidad de amor y felicidad inmutables junto al Dios de la misericordia.
Amén a trabajar por el reino de DIOS aquí en la tierra!
ResponderBorrarAsí nos dice el Señor, yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. No importa quienes serán los primeros ni quienes los últimos, pues su amor y su misericordia deben alcanzar a todos.
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