No existe nada comparable con la dicha de saber que tenemos a un Dios que nos ama por encima de todo, que ese amor es la razón última de nuestra existencia, que por amarnos no solo nos ha creado sino que se ocupa de nosotros en cada instante de nuestra vida y se convierte de nuestro Creador en nuestro Sustentador proveyendo para nosotros todo lo que necesitamos, que la única manera de no hacerlo presente es dándole nosotros la espalda pues Él nunca se alejará de nosotros, y que aun dándosela mantendrá siempre su mano tendida a la espera de que retornemos a ese amor original que nunca disminuye ni se contamina, pues está siempre dispuesto a olvidar y mirar hacia adelante, no quedándose jamás en el recuerdo del desprecio que ha recibido sino en el idilio que propone para hacer feliz a quien se toma de ella. No hay en Dios un espíritu vengador. Quien se aleja de Él no sufrirá desprecios de su parte, pues Él no se comporta como los hombres, que hacen gala de su resentimiento y al sufrir el rechazo caen en depresión y buscan la manera de retornar algo similar. Dios "no guarda rencor perpetuo", aunque sí siente el dolor por el desprecio sufrido, no por un sentimiento de lástima personal, sino por una compasión hacia quien lo rechaza, pues al hacerlo está rechazando la posibilidad que le da de ser plenamente feliz. La víctima no es el rechazado, sino quien rechaza, al sustraerse de la plenitud que tiene a la vista prefiriendo la oscuridad y el mal. No hay castigo de parte de Dios, sino un escarmiento que es consecuencia de preferir la tristeza y la soberbia, creyéndose autosuficiente. La suficiencia no se la proporciona el hombre a sí mismo. Él será suficiente solo cuando esté conectado con Dios, que le proporciona absolutamente todo lo que necesita para ser feliz y hombre en plenitud. Al unirse a Dios vitalmente, el hombre pasa de ser criatura, ciertamente la más alta de todas las surgidas de las manos poderosas y amorosas del Creador, a ser hijo amado colocado en el primer lugar de su corazón. La imagen del Dios castigador, vengador de los males, desalmado contra sus víctimas, no se corresponde con las actuaciones que nos revelan las Escrituras, pues ellas nos presentan siempre a un Dios que es "lento a la cólera y rico en clemencia", que se pone siempre al lado de quienes son sus amados, aun cuando estos los rechacen, ofreciéndoles siempre la posibilidad de retornar a su amor. Los "castigos" que reciben quienes los rechazan no son más que las terribles consecuencias que se acarrean para sí mismos quienes prefieren alejarse de la plenitud de la felicidad cuando se vive en su amor.
La promesa del Señor es perpetua. No es un Dios que cambie continuamente. No existe la volubilidad en el Dios que vive un eterno presente, que es el mismo siempre y jamás cambiará. Jesús, que es su imagen perfecta, quien nos hace ver quién es el Padre, a decir de San Pablo, "es el mismo ayer y hoy y para siempre". Por eso, lo que dice en un momento, lo está diciendo siempre. Sus palabras, aun cuando hayan sido pronunciadas miles de años atrás, resuenan hoy con toda actualidad: "Oigan, sedientos todos, acudan por agua; vengan, también los que no tienen dinero: compren trigo y coman, vengan y compren, sin dinero y de balde, vino y leche. ¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platos sustanciosos. Inclinen su oído, vengan a mí: escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, las misericordias firmes hechas a David". La alianza de Dios con los hombres, aun cuando es un pacto que incluye a dos partes activas, no dejará de ser cumplida por parte de Dios. La parte correspondiente a Él en el contrato sellado jamás dejará de honrarla, pues Él es un Dios fiel y leal, cumplidor de sus compromisos y jamás engañador. Esta condición de inmutabilidad del actor principal del pacto que se ha sellado debe llamar a la otra parte a sentirse aún más comprometida a cumplir. Experimentar la plenitud ofrecida en el contrato debe servir en sí misma a querer profundizar en el compromiso de unión para poder vivir cada vez más en esa sensación de plenitud que es vivencia normal al estar unidos esencialmente a quien es razón de la existencia y de la dicha. Solo un absurdo podrá colocarse como obstáculo a la vivencia de la plenitud personal. Solo un engaño basado en una pretendida dicha mayor, que por lo demás no existe, puede embaucar al hombre, ávido de experiencias siempre mejores. Por ello, al percatarse de la imposibilidad de que ello exista, surge el convencimiento final, totalmente pacificador del ánimo, de que no hay otra plenitud que llene más o que dé mayor satisfacción: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor". Esa es la plenitud. Y al experimentarla, ya no se necesita más. Solo el hombre mismo, por su propia estupidez, puede alejarse de ella.
De tal manera es gratificante la experiencia del amor de Dios y es de tal modo satisfactoria, que la sensación en la que se vive es la de la continua fiesta en su presencia. El espíritu se llena de una alegría tal que es imposible pensar en algo que llene más. La imagen perfecta es la del banquete en el que se da toda clase de manjares y de los que se pueden disfrutar sin detenimiento. Estar con Dios en Jesús, sentir su amor a favor siempre, poder contar con su consuelo en medio de las tribulaciones, saberse fortalecidos cuando se experimentan las propias debilidades, tener la seguridad de que Él está en nuestra barca y utiliza su poder para calmar las tempestades, escuchar su voz que nos perdona nuestros pecados, que nos libera de nuestros demonios, que nos limpia la piel de nuestras lepras, que fortalece nuestros huesos para hacernos caminar, que limpia nuestros ojos sin visión, que abre nuestros oídos sordos; saber que Él se convierte en quien se compadece de nuestra desgracia como la que vivió la madre que perdió a su hijo único y que lo resucita para que ella no quedara sola, que es ese buen pastor que es capaz de salir en nuestra búsqueda y no se quedará satisfecho hasta que nos monte amorosamente en sus hombros para traernos de nuevo al redil, que se hace el buen samaritano que sana nuestras heridas y se asegura de que seamos bien atendidos en la posada, que se coloca al lado de aquellos discípulos que caminaban hacia Emaús ensombrecidos por la tristeza de haber perdido al Maestro, que se presenta a los apóstoles glorioso y les deja el regalo de su paz como don invaluable, que hace descender desde el seno del Padre al Espíritu Santo para ser el compañero de camino de la Iglesia que nacía... Todo eso es lo que nos procura la plenitud. No tiene sentido buscarla en otra parte. Es el mismo Jesús siempre, el que no cambia, el eterno. Hoy es todo eso. Sigue siéndolo. No cambia jamás. Sigue procurándonos todos los bienes para que sigamos viviendo la fiesta del amor: "Tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños". Es la abundancia y la sobreabundancia del amor que nunca dejará de saciarnos. La fiesta de Dios es eterna, si nosotros decidimos que sea así, manteniendo firme el cumplimiento de la parte que nos corresponde del pacto. Dios cumple siempre. Nunca dejará de hacerlo. Nos toca a nosotros honrar nuestra parte de la alianza.
Profundamente alentadora reflexión. Reaviva el anhelo de continuar camino al encuentro, con la esperanza que da la certeza del amor que es perdón y misericordia plenas... Bendición!
ResponderBorrarUsted si que escribe bonito ❣️ Gracias
ResponderBorrarMe gusta la mención de la escritura que dice" Dios es lento a la cólera y rico en clemencia"la actitud de Jesús nos reta a salir de nuestros individualismos y dar el paso hacia la solidaridad a compartir con generosidad lo que tenemos y somos.
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